miércoles, 8 de octubre de 2008

El retorno (mejor que nunca) de bcnweek: Crónica negra


Y vuelve con muchas novedades, entre ellas mi sección de crónica negra "Matar en Barcelona"; me encanta poder escribir sobre crímenes barceloneses, pues creo que el género negro llego a ser muy digno y ahora, típico de nuestra época, ha descendido a los infiernos del olvido, entre otras cosas por la aceptación que nuestra sociedad da a la violencia. Sin embargo muchos crímenes tienen el punto fascinante de la locura cuerda, un trasfondo rico y el acicate del descubrimiento, de indagar y avanzar en la resolucón de la trama.


MATAR EN BARCELONA
El caso de la decapitada de la Barceloneta (Junio 2004)

Muchas veces paseamos por las calles de la ciudad e ignoramos con demasiada facilidad sus vivencias, los secretos que se esconden detrás de una puerta o en una esquina perdida en el caos urbano. La primera semana de agosto fue especialmente prolija en crímenes, como si la crisis hubiese desencadenado el terror en la hueca Barcelona, bolsillos vacíos, yerma de habitantes por el obligado tránsito vacacional. La contundencia del crimen se expresa en la continuidad de la vida. Un vagabundo encontró en los contenedores del cruce València-Marina una bolsa con restos humanos. Descuartizados. A pocos metros del lugar del hallazgo los turistas, principales consumidores de la BCN veraniega, disparaban sus instantáneas a la impertérrita Sagrada Familia. La vida sigue igual que diría Julio Iglesias, pero las constantes criminales se repiten.
A las 6.40 de la mañana del 5 de junio de 2004 los primeros bañistas y algunas parejas sin techo para hacer el amor disfrutaban del alba de un nuevo día ajenos a lo macabro. Un indigente se acercó a una bolsa verde depositada a escasos diez metros del mar. Al abrirla entendió el significado del horror. Un cuerpo femenino carente de piernas y decapitado reposaba muerte. Sin vísceras. Aún caliente. ¿Dónde estaba la cabeza? ¿Y las piernas? El o los asesinos parecían inteligentes. Durante los primeros pasos la investigación barajó varias hipótesis mezcla de sociología y nostalgia criminal. Se contempló la opción de las mafias del Este, se habló de métodos similares en Honduras y hasta se especuló con la posibilidad del cirujano experto, lo que recuerda demasiado, y aquí entra la fantasía de la leyenda, a ciertos crímenes acaecidos en 1888 bajo la firma de un tal Jack the Ripper.
El paso del tiempo desmintió la precisión quirúrgica. Una vecina de la víctima- María del Carmen B.V., argentina de 64 años- denunció su desaparición. Se compararon las huellas del DNI de la fallecida con las de la bolsa verde sin esperanza. ¡Bingo! Faltaba encontrar al culpable. Apareció en las dependencias policiales, quizá con el ego subido y sintiéndose inviolable, para declarar de propia voluntad que conocía a la fallecida. Vivían en el mismo inmueble de la Calle Banys Vells, en el barrio de La Ribera. Se contradijo. La Policía investigó y el caso tomó nuevos derroteros. El hombre, un paquistaní, logró convencer a María del Carmen para que le vendiera su piso a bajo precio. Pensaba casarse con ella y esperaba engañarla aún más para conseguir unas tierras que poseía en Almería.
Las sospechas se incrementaron al averiguar que el hombre, junto a dos compañeros de su misma nacionalidad, se trasladó a un piso del barrio de Sants justo en las mismas fechas del suceso. Los detuvieron en diciembre. El juez los absolvió por ciertas contradicciones que no ocultaban la sombra de la duda, su clara implicación, no demostrable al cien por cien, en el asesinato. Un año después de su gesta la arena devolvió las piernas y la testa de la argentina. La superficie las acogió estupefacta y con desdén. El crimen sigue irresuelto.

JORDI COROMINAS I JULIÁN

Bncweek, vol II, n68



foto: claroscur senil, Jordi Corominas i Julián, septiembre 2004

1 comentario:

Laia dijo...

Jack de Ripper again!! Estas obsesionado Corominas!
Que Colors?!?!?!
Muas!