sábado, 27 de diciembre de 2008

4 textos especiales del año (III): Versión I de Mio fratello e figlio unico


El paso de un mínimo tiempo desde su estreno permite que califiquemos Mio fratello è figlio unico de Daniele Luchetti como la película símbolo del cine italiano de 2007 al aunar en su seno la constancia del mensaje temático del dúo guionista Petraglia-Rulli y mostrar a público y crítica la presente importancia de una nueva generación de actores encarnada por Elio Germano y Riccardo Scamarcio.
Hay muchas maneras de contar la Historia reciente. Se puede optar por atosigar al espectador con datos y más datos o intentar que lo narrado se vuelva familiar mostrando las andanzas de la Musa Clío a través del filtro de lo cotidiano, con vivencias atemporales que provoquen interés y empatía en el espectador. Sandro Petraglia y Stefano Rulli prosiguen con su guión de Mio fratello è figlio unico, que toma como leve referencia la novela Il fasciocomunista de Antonio Pennacchi, su particular camino en pos de dar memoria histórica con el celuloide. La historia de la familia Benassi se asemeja más a La meglio gioventù que a Romanzo criminale, si bien un guiño manifiesto a Novecento, la pelea de Accio y Manrico que fluye de la infancia a la adolescencia, da a entender la intención del director y su renombrada pareja de guionistas: contar un fragmento de Historia nacional partiendo de un núcleo familiar.
Los tiempos han cambiado. Del campo de Novecento y la muerte de Verdi saltamos a la Italia de mediados de los sesenta. La familia Benassi reside en la pantanal Sabaudia. Sus pretensiones son limitadas y la mentalidad patriarcal predomina. Por eso el retorno al hogar de Accio cuando abandona el seminario no es motivo de alegría, sino una carga, pesada como una losa. Con te che famo? Accio, interpretado con inusual maestría por Elio Germano, se irá viendo como una oveja negra a la que no le dejan elegir ni participar. Es el último de la fila, un ser apartado a un lado de la carretera que reaccionará al desdén familiar adoptando la ideología contraria a la del rey de la casa, Manrico, guapo, trabajador, comprometido con la fábrica y el Comunismo. Accio será el fascista, el agitador que sin creer verdaderamente en los ideales que propugna alzará el brazo a la romana y sólo desistirá de su estúpido empeño de violencia y estupidez al ver como sus compañeros se plantean atentar contra el coche de su hermano, propiedad privada familiar, valor intocable por motivos arcaicos, los vínculos de sangre, y modernos, el deseo de poseer. Desde ese momento reforzará sus lazos familiares, abrazará la ideología de su hermano, se escapará del mundo por culpa de un fantasma del pasado, verá la disolución de la utopía radicalizada y en un último golpe de rabia dará justicia social a su familia y a los necesitados que desde hacía años esperaban que les asignaran una casa para escapar de una mísera condición residencial.
Si Mio fratello e figlio unico fuera una mera obra política no se hubiese captado la atención de un público intergeneracional. La presencia de los más jóvenes en las salas para ver el filme de Luchetti se debe en parte al reparto protagonista. Los comentarios de la juventud a la salida del espectáculo solían ser favorables, pero esperaban ver otra cosa. Una de las loas que merece el guión de Rulli y Petraglia y el estimable trabajo del director es haber contado una historia que educa y al mismo tiempo se envuelve bajo el manto de ciertos trazos narrativos accesibles al espectador medio. En este caso es evidente el acierto del punto de vista elegido para contar el triángulo amoroso entre Manrico (el novio), Francesca (la musa) y Accio (el leal pretendiente). El valor del triángulo reside en que mediante su formación el espectador palpa un hilo narrativo que evoluciona en paralelo con el devenir histórico y la política. Esta historia dentro de la Historia combina el crecimiento personal de sus componentes y los cambios en sus perspectivas políticas. Desde un principio- la canción dice Cos’è la vita se manchi tu y Accio se entera del adiós de Francesca, rumbo a Turín- entendemos que el amor físico-ideológico de la chica con Manrico prevalecerá ante la espiritualidad y fidelidad de Accio, si bien el primero se decanta siempre más por la política; lo comprobamos definitivamente con una frase simple y contundente: Io a fare la rivoluzione, voi a pigliare il sole. La pronuncia Manrico, quien pocos instantes después dirá le vuoi bene al popolo, anche se sai che ci sono un sacco di stronzi. Stronzi que no entraban en el círculo de la izquierda extraparlamentaria, elección de Manrico, quien la antepone a la posibilidad del amor clásico, deseado por Accio, quien sin embargo es demasiado leal a conceptos antiguos- como Rocco en Rocco e i suoi fratelli sin tener un hermano tan bruto como Simone ni una estupidez como la del personaje interpretado por Alain Delon- como para irse con la enamorada de su hermano.
La centralidad de Accio se remarca hasta en las fases narrativas del filme. Los veinte primeros minutos son introductivos, mientras la segunda veintena muestra el progreso ideológico y vital de los hermanos. Entre el minuto cuarenta y cincuenta vemos como Accio rompe con el fascismo, ruptura confirmada en el siguiente tramo de diez minutos, donde ingresa en el PCI, descubre el sexo, recibe el título de geómetra y siente una especie de realización, una toma de conciencia, un cambio que recibe la pausa de la reflexión en los minutos que anteceden a la catarsis con la muerte del hermano y su furia liberadora para rendir justicia a Gli ultimi, gente che nn ha mai avuto un balcone y que con su acción, evocadora de L’onorevole Angelina, ven el mar y un sueño cumplido.
Las elección de Elio Germano y Riccardo Scamarcio como dúo protagonista contrapone la calidad interpretativa del primero con el tirón comercial del segundo, lo que en la película se traduce en un protagonismo absoluto de Germano, quien tiene a Scamarcio como perfecto complemento, otro acierto de los guionistas, pues con ésta repartición de roles, el personaje de Accio llena la pantalla con su análisis racional propio de la voz narrativa mientras Manrico aporta dosis de ideología, juventud maldita y discursos para la galería. La diferencia entre Germano y Scamarcio puede asimilarse a la de sus personajes, con la diferencia fundamental que el actor romano, a sus 28 años en el momento de escribir estas páginas, despliega una soltura excepcional que le lleva a poder cambiar de registro sin dificultad, ostentando destellos de gran actor, mientras el protagonista de Tre metri sopra il cielo es un intérprete dotado de una cadencia vocal de primer rango que aprende deprisa la profesión merced a su inclusión en múltiples películas en las que depura su estilo y crece a pasos agigantados hacia la posibilidad de ser algo más que una cara bonita que cumple la importante función de atraer hacia el cine comprometido, cuando lo hace, a un gran de numero de espectadores habituados a otro tipo de películas.
No sólo de dúos vive Mio fratello è figlio unico. Massimo Popolizio y Angela Finnochiaro se convierten con su interpretación en los padres perfectos para mostrar el enfrentamiento generacional de los sesenta. Si la hija piensa que la palabra es la mejor arma, el padre sostiene la cruz cristiana, anacronismo que la fotografía de Claudio Collepiccolo captura con color que evoca esos años que auguraban el futuro plomo y que, es lo hermoso del cine, hubiesen necesitado más personas como Accio y su mente de niño en la edad adulta, bello final con las olas del mar y una mirada masculina con un aire a Valeria Ciangiottini en La dolce vita.

JORDI COROMINAS I JULIÁN

QUADERNI DEL CSCI, N4, 2008

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