domingo, 16 de agosto de 2009

Rimbaud después de Rimbaud (y II) en Panfleto Calidoscopio




El abisinio

Por Jordi Corominas i Julián


«Je reviendrai, avec des membres de fer, la peau sombre,
l’oeil furieux, sur mon masque, on me jugera d’un race forte.
J’aurai de l’or»
(Arthur Rimbaud, Une Saison en enfer)


Los sueños se derrumbaron. Volvió con los miembros paralizados, la piel gastada, el pelo encanecido, la mirada muerta y una máscara facial que era un poema trágico, de una raza fuerte sin oro que durante una larga década intentó amasar fortunas y sólo recogió desgracias. La vida de Arthur Rimbaud fue una aventura con tintes épicos que ahora evocamos con agrado al no estar dentro su piel sufriente y doliente ante la frustración y el desencanto, compañeras que jamás le abandonaron.
Cuando abandonó Francia por última vez, decidió retornar a Chipre. Encontró empleó en Limassol como capataz encargado de controlar la construcción del palacio del gobernador. Tenía cincuenta hombres a su mando y ganaba dos libras por semana, escaso jornal para comprar ropa especial contra el frío, vivir en función de los elevados precios ingleses y costear sus desplazamientos a caballo. Aún así, consiguió ahorrar lo suficiente y en junio de 1880 inició un periplo por el Mar Rojo en busca de trabajo. Fracasó. Alcanzó Adén, donde Pierre Bardey –exportador de café, pieles y caucho– se apiadó de ese joven que tiritaba por la fiebre contratándolo para que se encargara de su almacén, donde Rimbaud llevó la contabilidad a cambio de tres chelines diarios, alojamiento y manutención.
A lo largo de su existencia, el autor de Illuminations se vio perjudicado por su escaso cálculo estratégico. Su orgullo hizo el resto. Deseaba con todas sus fuerzas triunfar y abrir su propia empresa. En más de una ocasión subestimó a sus superiores, hombres que conocían mejor el terreno que pisaban, personas menos brillantes aunque dotadas del don de la experiencia, del que adolecía nuestro protagonista, empeñado en romper barreras a través de sus delirios de grandeza y una mentalidad impregnada de cierto infantilismo. Por ello no es de extrañar que se sintiera insatisfecho en el almacén, pues era el único asalariado inteligente. No sabía que el destino le reservaba otro lugar donde proseguir su singladura hacia la nada.

Harar: sinfonía de la desesperación

En 1874 la conquista egipcia de la ciudad de Harar, en la actual Etiopía, permitió abrir sus puertas al comercio europeo. Situada sobre una meseta, a casi dos mil metros de altitud, sus murallas de barro y sus casas hechas de piedra sin desbastar le daban un aire anacrónico, vetado para la modernidad propia de los comerciantes extranjeros. Bardey decidió prescindir de la pretérita inseguridad del asentamiento. Tenía el pálpito que ese enclave ofrecía muchas perspectivas comerciales. Visitó la zona junto a su encargado Pinchard y rápidamente encargó la construcción de un nuevo almacén, además de alquilar el palacio del gobernador en la plaza del mercado para convertirlo en su sucursal, de la que Rimbaud tomó posesión con la esperanza de estar en el sitio adecuado para sus aspiraciones. Era el único francés de la ciudad. Pretendió ampliar sus conocimientos para saciar el aburrimiento de las largas noches africanas. Encargó mil manuales de herrero, carpintero, ladrillero y techador creyendo que la vía autodidacta le permitiría dominar los huecos laborales de Harar. No recordaba su renuncia a los estudios en 1870, como tampoco recordaba que el mundo no se hizo en un santiamén. Al cabo de poco tiempo renunció a su ambición de artesano universal y se conformó con su misión de recibir de los indígenas café en grano, caucho, marfil, almizcle y pieles; como contrapartida les entregaba mercancías europeas.
Se sentía muy solo. Decidió renunciar, y al presentarse en Adén su jefe le ofreció un puesto mejor remunerado. Sintió insatisfacción, presentó su dimisión y se la rechazaron. Regreso al continente negro y sació su tedio vital explorando las provincias limítrofes, ignotas para el hombre blanco e interesantes desde un punto de vista comercial. Descendió hacia el sur y permaneció quince días entre chozas desperdigadas, verde y árido. El límite fue el río Web. Cuando volvió a Harar escribió un informe muy apreciado en la Societé de Geographie, quien le mandó una carta pidiéndole una fotografía y una nota biográfica para publicar en un álbum de exploradores famosos. No contestó y perdió otra oportunidad, como si quisiera que el tiempo fuera desesperándole hasta inútiles encrucijadas mientras leía manuales sobre el tendido de vías férreas y tratados de hidráulica. Era un fuego con energía fugaz, efímera cerilla consumida en segundos, yeso joven con textura vieja.

Par des routes horribles, rappelant l’horreur présumée des paysages lunaires: el traficante de armas

En 1884 la paz decenal de la que gozó Harar se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Egipto tuvo que evacuar la plaza y un nuevo Emir contrario a cristianos y extranjeros tomó el poder. Muchos comerciantes europeos empezaron a sentirse inseguros. La mayoría emprendió el camino de regreso. Bardey cerró su sucursal y dio a Rimbaud tres meses de sueldo a modo de indemnización para posteriormente ofrecerle empleo en Adén como subalterno en su almacén principal. Cuando las aguas se calmaron, Rimbaud retornó con una mujer abisinia, alta, delgada y de tez blanca, probablemente una esclava. Quiso darle una educación y la inscribió en la escuela de la misión francesa. Las fuentes afirman que salía poco de casa, donde la visitaba la criada de Bardey, una buena mujer que quiso enseñarla a coser. Convivieron hasta octubre de 1885, cuando fue repatriada, sin más.
A finales del siglo XIX el mar Rojo era un bocado muy apetitoso para los reinos europeos. Con su habitual soberbia pensaron que las luchas intestinas entre los candidatos al cetro abisinio –el emperador Juan y Menelik, rey de Soa– servirían para asentar sus planes de dominio. Se creó un tráfico armamentístico a gran escala que dio lugar a una carrera alocada entre los dos contendientes al trono; emperador y vasallo vieron como los europeos de la costa se emocionaban con la situación. Buhoneros, estafadores, exploradores y comerciantes cambiaron su profesión de la noche a la mañana. Era demasiado sencillo comprar viejos fusiles al Estado francés y luego venderlos cinco veces más caros a los ingenuos aspirantes. Valía la pena correr riesgos para enriquecerse. Fueron tantos los interesados en trapichear que a finales de 1884 el cónsul francés y el representante británico en Adén llegaron a un acuerdo mediante el cual las autoridades inglesas autorizarían el paso de armas y municiones que contaran con el permiso del representante galo.
Rimbaud, como la mayoría de sus compatriotas, decidió probar fortuna con el rey Menelik, quien llevaba más de seis años negociando con los europeos y conocía muy bien sus supercherías como para salir perdiendo en el envite. En octubre de 1885, coincidiendo con su extraña ruptura sentimental, se despidió de Bardey y arriesgó su preciado capital de seiscientas libras en un doble sentido. En vez de partir desde Obock, optó por hacerlo desde Tadjoura, aldea danakil sin soberanía francesa donde el tráfico de esclavos era el único comercio existente. Nada le permitía augurar que su estancia en ese tugurio se prolongaría durante un año, donde firmó contratos de asociación con un comerciante llamado Labatut, buen conocedor de Menelik al residir desde 1870 en Ankober, la capital de Soa, ganándose el pan traficando con armas y esclavos. Fue el primer contacto del rey con Europa, y eso le daba un ascendente muy importante en la corte.
En enero de 1886 Rimbaud tenía las armas a punto. Le faltaba encontrar camellos y porteadores. El viento viró. Los ingleses se dieron cuenta de la generosidad del cónsul francés al conceder las licencias. Se informó al sultán de Tadjoura de la situación y sólo gracias a una intrincada discusión se solucionó el entuerto, mal menor si lo comparamos con los percances posteriores. Cuando, finalmente, estaban a punto de partir, Labatut enfermó, regresó a Francia para recibir asistencia médica y le detectaron un cáncer terminal. Murió sin dejar nada por escrito que aclarara su relación con Rimbaud, quien no deseaba internarse sin alguien experimentado en arenas tan movedizas. Se asoció con el explorador Soleillet. El interés era mutuo y el acuerdo fracasó cuando el nuevo partenaire falleció inesperadamente en septiembre de 1886.
La caravana partió a comienzos de octubre con muy malos presagios. La escasa agua y los caminos serpenteantes entre colinas de lava unidos a la ira de la etnia danakil, hostigadora de los viajeros al escasear los alimentos y considerar cualquier presencia extranjera una amenaza, hicieron del largo trayecto una auténtica pesadilla que no concluyó al arribar a Ankober el seis de febrero de 1887. Menelik iba camino de la conquista de Harar con dos cañones Krupp y una larga procesión de carretas cargadas de armamento. Se proponía trasladar la capital de su reino de Ankober a Entoto para dominar la ruta comercial del mar Rojo y mantener las distancias con el emperador, por lo que la caravana tuvo que desplazarse hasta la futura capital para entablar conversación en el monarca.
Rimbaud se encontró con el soberano. Era un mal negociante y salió derrotado con creces cuando Menelik ordenó confiscar las mercancías para luego exigir que se las vendieran al por mayor. Si no se aceptaba su propuesta amenazaba con devolver a la costa la caravana con todo su cargamento. La situación se complicó más aún cuando unos documentos en amhárico revelaron una supuesta deuda de Labatut por valor de 3500 táleros. El rey, en un gesto de suma generosidad según sus propias palabras, se ofreció a deducir ese montante del precio de las armas. Cuando se difundió la noticia salió a la luz un ejercito de acreedores dispuestos a cobrarse su parte con el pobre y desgraciado traficante de armas, treintañero de corazón sensible que se dejó embaucar por viudas, familiares de los muertos en su trayecto hacia Soa y oportunistas que se salieron con la suya. Harto, el francés errante huyó sin escapar hasta que resolvió el lío mayúsculo en el que se metió sin querer después de pleitos, gran afición abisinia, con la viuda de Labatut y una remuneración en efectivo que cobró en su querida Harar. La verdadera factura fue el coste físico de la experiencia, como él mismo narró en una carta dirigida a su familia: “ Tengo el cabello completamente gris y la sensación de que mi vida camina hacia su fin. Basta con que imaginéis cómo tiene que encontrarse una persona después de hazañas como las siguientes: travesías y viajes por tierras, a caballo, en bote de remos, sin muda, sin alimentos, sin agua, etc., etc...Estoy terriblemente cansado. No tengo trabajo y me aterra perder todo lo que me queda”.

Paréntesis y preludio

Engañado, robado y con la autoestima por los suelos, regresó a Adén para ver si el cónsul le ayudaba a recuperar parte de su dinero. Recibió elogios que de poco sirvieron. El gran mérito de su epopeya, algo que él mismo desconocía, fue inventar en el camino de vuelta una ruta más pacifica y veloz que desde entonces fue adoptada por todos los comerciantes. Su influencia se acrecentó cuando Francia decidió construir un ferrocarril que uniera lo que Rimbaud padeció.
Los siete años en el mar Rojo debían quedar atrás. Tomó un barquito hacia El Cairo, donde llegó, no sin antes despertar las sospechas del cónsul francés de Massawa, horrorizado ante ese indocumentado andrajoso. En la capital egipcia publicó el relato de su peripecia hacia Soa en Le Bosphore Egyptien. Estas crónicas aún son valiosas. Por nuestra culpa el continente negro ha cambiado bien poco, y el viajero que acuda a los territorios descritos por el poeta podrá sorprenderse ante la exactitud de sus apreciaciones, último bote salvavidas al que se aferró en el campo literario. En otoño de 1887 solicitó colaborar otra vez con la Societé de Geographie escribiendo artículos sobre Abisinia, propuesta rechazada porque pedía unos emolumentos demasiado elevados. En aquella época los gobiernos, nada nuevo bajo el sol, destinaban poco dinero a la investigación científica, por lo que barajó la posibilidad de convertirse en corresponsal de guerra para informar sobre el conflicto entre Italia y Abisinia. Los periódicos europeos prefirieron a sus habituales corresponsales, sin considerar en ningún momento al experto que conocía a la perfección lenguas, dialectos y situación política de la región.
En mayo de 1888 obtuvo del gobierno una segunda licencia para traficar con armas y se asoció en Adén con dos peces gordos del negocio: Savoure y Tian. Este último se dedicaba a la exportación de café y almizcle, actividades que en su caso servían para encubrir sus principales fuentes gananciales: armas y esclavos. Decidió mandar a Rimbaud a Harar para dirigir una sucursal que acababa de fundar, guiño maldito de repetición desde nuevas perspectivas comerciales. Muerto el emperador Juan, Menelik se convirtió en Negus, pacificó las rutas comerciales y se sirvió de los europeos para sus propios fines. Enriqueció a los indígenas y puso en más de una dificultad a los extranjeros, algo que no debió importar mucho al viejo conocido de la ciudad entre muros, carente de sentido comercial y resignado a vivir en una especie de nube rutinaria donde empezaba a considerar la generosidad hacia los demás como una de sus principales misiones. Decía tener buena reputación y tratar de hacer todo el bien que estaba a su alcance. Estudios grafológicos explican que al final de su existencia Rimbaud tenía el mismo nivel intelectual de antaño y había crecido sobremanera desde un punto de vista moral.

Retorno y muerte


"Monsieur et cher Poète, he leído sus hermosos poemas. Baste eso para decirle lo feliz y orgulloso que me sentiría si el jefe de l’ècole décadente et symboliste colaborase en La France Moderne, revista de la que soy director. Hónrenos siendo uno de nosotros”. La carta, encontrada entre las pertenencias de Rimbaud, era la antesala de la publicación de una nota donde la revista se vanagloriaba de saber donde se hallaba el gran poeta, el hombre que iluminó a la posteridad con sus creaciones. El artículo apareció en el número del 19 de febrero de 1891, justo cuando el colono radicado en Harar sintió un dolor lacerante en la rótula derecha. Creyó que se trataba de una molestia reumática propia de la estación fría. La mejor cura, o eso creía, para su pierna era caminar mucho. Siguió con su vida corriente y recorrió una media de cuarenta kilómetros diarios. El dolor continuaba y poco tiempo después advirtió que se extendía por debajo y encima de la articulación. Se hizo un vendaje muy apretado y prosiguió con sus ejercicios. Llegó la fiebre. Sintió náuseas. Pese a lo dificultoso que le resultaba mover la pierna no cejó en su empeño hasta que cualquier acción fue imposible. Abandonó Harar el 7 de abril de 1891. Lo transportaron en una litera que no alivió su tortura. Los porteadores eran torpes, las parihuelas poco sólidas, la lluvia inclemente y el descenso terrible. Se magulló, embarcó hacia Adén, liquidó sus pertenencias con Tian, dijo adiós a su fiel criado Djami y se despidió de una tierra que amaba pese a todos los pesares imaginables. Se sentía como un esqueleto y veía inevitable la amputación de su pierna izquierda, hecho corroborado al desembarcar en Marsella, donde fue recibido por su terca madre y su hermana Isabelle, única compañía en sus últimos meses. De la puerta de Oriente fueron a la finca familiar en Roche, donde el poeta vio como hora a hora su organismo cedía en la batalla contra el carcinoma que poco a poco, lentamente, iba paralizando todo su cuerpo. El té hecho con simientes de adormideras del jardín le provocaba visiones y relajación. El 23 de agosto de 1891, justo un mes después de su llegada al hogar materno, intentó vencer lo invencible y cogió un tren con la inseparable compañía de su hermana. Un Paris desierto lo acogió durante un breve interludio antes del último viaje, de la estación al marsellés hospital de la Concepción, donde un hombre abocado al último suspiro se convirtió al cristianismo para tranquilidad de Isabelle, triste acompañante para un gran pasajero que al expirar vio como su reloj iba avanzado en demasía, como si fuera el conejo de Alice in Wonderland invertido. Su vida acababa de empezar.


http://www.panfletocalidoscopio.com/2009/06Julio_agosto/Letras01.html

Para ver la primera parte del ensayo: http://www.panfletocalidoscopio.com/2009/05Junio/Letras02.html

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