domingo, 23 de agosto de 2009

Viaje al pasado de Stefan Zweig en Revista de Letras



Visiones centroeuropeas (II): “Viaje al pasado” de Stefan Zweig
Por Jordi Corominas i Julián | Crítica | 19.08.09



Dans le vieux parc solitaire et glacé
Deux Spectres cherchent le passé.

(Paul Verlaine)

Resistencia de la realidad. Así gustaba llamar Stefan Zweig a la breve novela que apareció bajo otro nombre en las librerías, como si con el título se quisiera ocultar la verdadera intención de una prosa precisa, de una intensidad que sin quererlo evoca el desconsuelo de pérdida.



En la última fase de su vida Luchino Visconti, desencantado con Italia y su deriva que presagiaba los plúmbeos años setenta, decidió centrarse en el corazón de Alemania desde la anarquía cronológica. En 1969 el conde rojo abordó la decadencia de la burguesía industrial a manos del nazismo en La caduta degli dei, hara kiri de una civilización brillante que dilapidó sus más preciadas virtudes en el vomitivo orden de esvástica y calavera. El milanés era un nostálgico al que le costaba comprender los acelerados cambios de la historia, quizá por eso pudo brindar al mundo dos largometrajes tan hermosos como Ludwig (1973) y Morte a Venezia (1971), adaptación de la obra de Thomas Mann, donde la escena final remite directamente al goethiano Fausto y a su famoso detente instante, eres tan bello… La frase esconde lo que para ese noble era la esencia teutona de antes de la Gran Guerra, un universo estable donde brotaban monumentos estéticos de primera magnitud, donde lo equilibrado de la sociedad en sus normas propiciaba la exaltación de lo artístico en grado sublime. La persecución de Tadzio por las callejuelas venecianas es el inminente aviso, al no lograr Aschenbach atrapar a su presa, del adiós a la facilidad expresada en un tipo de civilización sumida en sus últimos y violentos, aunque nadie supo percibirlos, estertores.

Algo, pero desde una vertiente más auténtica y cercana, de ese espíritu florece en Viaje al pasado, donde un hombre y una mujer se reencuentran en una estación de tren, inequívoca metáfora del viaje, después de nueve años alejados por la vertiginosa transformación europea tras la primera contienda mundial.

El expreso toma rumbo a Heidelberg, el traqueteo impide la charla y Ludwig recuerda para que el lector entienda los dimes y diretes que llevan al presente. Desde una desafortunada infancia el valor del trabajo dio al joven vigor para abandonar la podredumbre de comedores gratuitos y avanzar hacia los estudios universitarios y su valoración profesional en el campo de la química. El esfuerzo de Ludwig y su tenacidad coronarán sus brillantes resultados académicos con labores de mayor calado hasta recibir una oferta irrechazable: ser secretario privado del director de una gran fábrica privada. El rechazo inicial constituye el punto de partida de los toques de sabiduría con los que Zweig suele ilustrar cada una de sus narraciones. La negación al ascenso era una rémora de la estructura social del mundo germánico que él vivió en su juventud, universo donde las clases bajas odiaban a las altas por diferencia de riqueza y trato, pues las esferas sociales estaban delimitadas en habitáculos cerrados con candado, llave y hasta un armario ropero que impedía evolucionar. El estatismo era la ley natural, y por eso el protagonista, resentido por sus antiguas experiencias cuando medraba por sobrevivir haciendo lo que consideraba su pasión, quiere poner freno a una auténtica posibilidad de ascenso.



La situación sufrirá un vuelco y aceptará el cargo. Se instalará en casa de su patrón y conocerá su esposa, madre de elegancia incomparable, Venus madura que enseguida atrae al inexperimentado doctor. Los anfitriones desean lo mejor para su huésped y empleado. Si menciona un libro, se lo compran. Si necesita una lámpara nueva basta un abrir y cerrar de ojos para que esté instalada en su habitación. El espacio adquiere virtudes magníficas en la prosa del narrador vienés. Basta leer algunas descripciones para darnos cuenta del asombroso dominio del lenguaje y sus sutilezas. Unas pocas pinceladas entre muebles, cuadros y estanterías dicen más sobre la mentalidad germánica antes de 1914 que algunos voluminosos e inútiles ensayos. En esas descripciones apreciamos el pudor como bandera y lo inmóvil como lógica existencial, lógica sólo rota cuando Ludwig recibe la misión de ir a México para asegurar un importante yacimiento para la empresa. La marcha del modesto secretario dará lugar a la explosión pasional, a la fuga del contenerse a favor de declaraciones, arrumacos y desahogos, todo hay que decirlo, frenados por el respeto de las fronteras espaciales expresadas en la inviolabilidad de la casa y el mantenimiento de la pureza pese al desamor en el matrimonio.

Ya en México la distancia no hará el olvido, pero el estallido bélico hará que el Océano amplíe su profundidad. Ludwig lucha por su obsesión hasta que se cortan las comunicaciones entre disparos y fervores patrióticos. Rehará su existencia, se casará y aceptará el curso normal del destino hasta que un viaje le lleve de nuevo a Europa y pueda encontrarse con su otrora amante nueve años después del último abrazo.

Como entenderán no desvelaremos el final de la trama, pese a que la tentación nos corroe, para que el ensayo sea más comprensible; sin embargo podemos apuntar la tensión que sobrevuela el relato en su tramo final, el descubrimiento de la inmutabilidad del espacio casero y la constatación del paso del tiempo como brillante arquetipo. No sólo ha virado el rumbo del Nuevo Mundo, sino que los mismos protagonistas han envejecido a lo largo de una década ominosamente prodigiosa en hechos y circunstancias históricas y personales, vivencias que siempre cobran a un precio con lo anterior, factura mental y social que en cierto sentido hermana esa época con nuestro futuro más inmediato, pues cuando salgamos del agujero de la crisis más que económica es probable que percibamos la realidad con otros ojos porque la metamorfosis será brutal. Entonces, o eso cree quien escribe, el choque fue más salvaje por el cariz que tomaron los eventos una vez los campos de batalla se silenciaron y lo civil volvió a destacar con inéditos argumentos de alegría y revolución, benéficos aunque estériles para revivir el ayer. Algún sentido ha de tener cruzar estaciones y llegar al final del trayecto.

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