sábado, 24 de abril de 2010

Matemática Beatle (I) en Panfleto Calidoscopio







Matemática Beatle: Hacia el arte trascendiendo el pop (1965-1966)

Por Jordi Corominas i Julián


“I think Rubber Soul was the first of the albums that presented a new Beatles to the world. Up to this point, we had been making albums that were rather like a collection of their singles and now we rally were beginning to think about albums as a bit of art in their own right”. (George Martin hablando sobre Rubber Soul, 1965).

“Unlike our previos Lps, this one is intended to show our versatility rather and haphazard collection of songs. We use trumpets, violins and sellos to achieve new effects”. (Paul McCartney hablando sobre Revolver, 1966).

¿Matemática Beatle?
Te has vuelto loco. No, en absoluto. Todo creador tiene un camino que se nutre de experiencia y avanza, si las circunstancias lo permiten, hacia senderos maduros, evoluciones lógicas de crecimiento. Mi intención a lo largo de esta serie de artículos consistirá en explicar cómo el cuarteto de Liverpool fue sofisticándose hacia una transformación melódica que revolucionó y revalorizó el concepto de LP, entendido como algo más que una simple colección de canciones desde una vertiente meramente comercial de un mercado que, hasta ese momento, privilegiaba el single sin creerse con la capacidad de crear obras de arte musicales. Un crítico simplista solventaría la cuestión mencionando el abandono de las giras y el enamoramiento de los chicos con el trabajo en los estudios de Abbey Road. La ecuación tiene más matices. Las analizaremos en esta apertura para proseguir en las siguientes entregas, donde nos centraremos en el concepto y el enlace como premisas fundamentales.

A las diez de la mañana del lunes 11 de febrero de 1963 The Beatles se reunieron con su productor George Martin para registrar su primer LP, Please please me. Lo liquidaron en 9 horas y cuarenta y cinco minutos después, tras cantar durante tres sesiones en las que intentaron recrear el sonido en directo que lograban en su emblemática caverna de Matthew Street. La sesión, terminada con John Lennon desgañitándose cantando Twist and shout, costó 400 libras.
El sábado 1 de abril The Beatles concluyeron las grabaciones de Sgt. Pepper’s Lonely Heart’s Club Band, finiquitadas el viernes 21 de ese mismo mes añadiendo el batiburrillo final, never could see any other way, de A day in the life, punto y final de 700 horas de estudio que costaron a EMI la friolera de 25.000 libras, si bien algunas fuentes aumentan la cantidad hasta 45.000. El considerado mejor LP de la historia de la música popular nació de un largo esfuerzo de 129 días psicodélicos, experimentales y libres en toda la esencia de la palabra, pues el grupo, que en sus inicios iba a Abbey Road para tocar en sesiones de tres horas, pudo hacer registrar todo el tiempo que quiso, sin trabas de ningún tipo por parte de la multinacional británica.

¿Qué sucedió durante esos cuatro años?

Muchas cosas. El período inicial de la beatlemania (1962-65) fue una pesadilla agridulce. El maquillaje externo vendió una imagen desdibujada, ideal y resultona, fantástica para inaugurar el fenómeno fan. El interior era ebullición vital e imposición comercial, con la obligación de publicar un larga duración cada seis meses, lo que asimismo significaba escribir antes los singles para el público sediento de novedades, y así seria hasta la publicación en diciembre de 1966 de A Collection of oldies (but goldies!), un recopilatorio navideño para cumplir con el expediente. Si a ello añadimos los conciertos y las películas veremos que los Fab Four estaban atados de pies y manos en un alto viaje de miras limitadas. Las buenas burras deben dar mucha leche. Brian Epstein lo aprovechaba. Su genialidad, o eso parecía, les condenaba. Abrieron la gran pista de despegue con armonías, composiciones propias y un estilo unitario que podía ir mucho más allá. Era necesario un respiro a la imposición, descansar de la rutina para dar un salto gigantesco y derribar otro tipo de fronteras.





Seven wonders: Descubrimientos de precoces veinteañeros

El 28 de agosto de 1964 The Beatles se reunieron con Bob Dylan en el Delmonico Hotel de Nueva York donde se alojaban con motivo de su segunda gira estadounidense. El encuentro con Robert Zimmerman se reveló extraordinariamente fructífero. Dice la leyenda que el cantautor les ofreció marihuana. Ringo rió y McCartney entendió el sentido de la existencia. De las pastillas a la hierba media un paso decisivo. En Hamburgo, en el limbo hacia el estrellato, los de Liverpool afrontaron maratonianos shows en directo. La única garantía para afrontarlos en condiciones era el Preludin, anfetamina que les permitió resistir y que debemos asociar con el Rock and Roll, donde las canciones son intensos gritos desgarrados que raramente superan los tres minutos de duración. La marihuana expande la mente y abre huecos insólitos que permiten soltar amarras temáticas. Hasta Rubber Soul The Beatles fueron juglares que cantaban al amor desde mil facetas. Sus trabajos iban ganando en madurez sin alterar la esencia sentimental, óptima para sus seguidoras. En 1965 se activa un click. Help es la canción pionera a la que siguen Norwegian wood y su cinismo, Nowhere man y la desesperación personal y The word, himno donde el amor deja de ser mero sentimiento para erigirse en vocablo clave. Say the word and you’ll be free… is the word love. Dylan influenció desenmascarando posibilidades. Gracias a su hechizo, que no sólo dependía de la bendita Mary Jane, el monstruo de cuatro cabezas rompió los barrotes de la cárcel compositiva y vislumbró otros horizontes que ampliarían posteriormente con el LSD, consumido accidentalmente en abril de 1965 por Lennon y Harrison cuando John Riley, un amigo dentista, introdujo el ácido en sus cafés. Now I find I've changed my mind and opened up the doors. La progresión musical se conjugó con el uso de estupefacientes cognitivos, modernos oráculos délficos perfectos que desbloquearon el mito de los 180 segundos para abrazar largas composiciones con mayor contenido filosófico, algo corroborado en Revolver, donde las piezas pese a su relativa brevedad ganan en profundidad, yendo desde la crítica al poder en Taxman hasta, Got to get you into my life, la adoración a la planta más fumada del mundo pasando por siestas en I’m only sleeping, traficantes con pedigrí en Doctor Robert, y lecturas del libro tibetano de los muertos en Tomorrow never knows. Revolver disparó y, respuesta al enigma del título, revolvió desde su nada ingenua frescura.

Las vidas personales de los Fab Four movieron ficha. Los cuatro eran un núcleo indestructible que, pese a las apariencias de marketing, llenaba su tiempo individualmente. Paul McCartney siempre fue el más ambicioso, teniendo la inmensa suerte de ennoviarse con Jane Asher, joven actriz de buena familia que acogió al autor de Hey jude en su domicilio de Wimpole Street, calle de hondo calado burgués. El bajista se introdujo en un universo propicio para incrementar su ya de por si natural curiosidad. Asistió a obras de teatro, conciertos, se inmiscuyó en la música clásica, aprendió a tocar el piano solo, conoció a compositores de otras tendencias como Luciano Berio o Karl Heinz Stockhausen y disfrutó de la agitación del Swinging London más vanguardista, algo que hicieron en menor grado los otros integrantes del grupo al vivir en la periferia de la capital y tener que aprehender a lidiar con las asperezas del matrimonio. McCartney absorbía como un demonio, rompiendo la caja de pandora de la experimentación inventando el loop en Tomorrow never knows mientras se atrevía a penetrar en territorios inexplorados en la música pop con Eleanor Rigby, poema de extraordinaria calidad literaria sobre la soledad de la gente común, donde lo clásico invade lo moderno trascendiéndolo, operación confirmada por el multinstrumentalista en la banda sonora de The familiy way, obra que compuso en el interludio entre el fin de las giras y el inicio de las sesiones del Pepper. McCartney siempre fue el más meticuloso de The Beatles, un adicto al trabajo que entre 1965 y 1966 empieza a interesarse por la producción para dar más fuerza a las canciones del grupo, factor compartido por Lennon, aunque este último era más abstracto en sus peticiones a George Martin y sus ayudantes. En Tomorrow never knows pidió que su voz sonara como cien monjes tibetanos, lo que exigió una verdadera revolución en los modos de grabación, creándose para el evento el sistema ADT, guinda al canto monocorde de Lennon pasado por el Leslie Speaker. La imaginación volaba al poder. Por su parte, McCartney consiguió gracias a los avances en las técnicas de estudio que su bajo sonara más fuerte, como en los discos americanos, e imprimiera su lirismo a las composiciones, lo que se percibe desde Day tripper y alcanza cotas majestuosas en Paperback writer, Think for yourself, con el uso del fuzz, The word, Michelle, If I needed someone, Taxman, Rain y otras muchas canciones de 1965-66. Paul flotaba en la conciencia melódica, inexcusable etapa hacia la comprensión del enlace entre canciones, concepto que quizá acarició prematuramente al ser un gran aficionado al cine y montar sus propias cintas experimentales, alabadas en su momento por Jonas Mekas, rey del séptimo arte en su vertiente experimental.









George Harrison y el abandono de las giras: cristos y gritos


"The million children
the thousand words
bounce in their seats, bash
each other's sides, press
legs together nervous
Scream again & claphand
become one Animal
in the New World Auditorium". Allen Ginsberg, Portland Colisseum, 27-8-1965.

Hay una escena de Help que demuestra lo bendito de las casualidades. The Beatles están comiendo una surrealista sopa en un restaurante hindú y escuchan a la banda del sitio. George Harrison se interesó por los instrumentos de la formación y entró en contacto con la cultura que le marcaría hasta el fin de sus días. Su relación con el hinduismo no fue un capricho de joven millonario occidental. Se compró una cítara y puso en práctica sus escasos conocimientos en Norwegian wood, dando al tema un inusual sonido que hasta sorprendió a Ravi Shankar, con quien entablaría una hermosa relación amistosa que se cimentó en su alba mediante las clases que el astro indio impartía al guitarrista del Mersey. El sumergimiento del quiet Beatle en las aguas del Ganges le daría el vigor necesario para atreverse a expresar sus pensamientos en sus composiciones. En Rubber Soul lo logró con Think for yourself, canción que anticipa toda la vena mesiánica de Harrison, empecinado en sentar cátedra con sus letras, donde se erigía como un dios amonestador capaz de discernir y avisar, cualidad que en 1966 hallará acomodo en Revolver, álbum que contiene su particular trilogía de la advertencia con Taxman, Love you to, primer gran tema pop con claras raíces indias, y I want to tell you, falso tema romántico que oculta en su interior una búsqueda personal que requiere tiempo, que no llega de la noche a la mañana. La única pega del autor de Something durante la transformación del cuarteto fue su lentitud musical en relación a los otros componentes, problema que emergerá paulatinamente entre 1967 y 1969, en especial durante la grabación de Let it be, cuando abandone las sesiones harto de los consejos de McCartney, quien solía finiquitar en segundos solos para los que Harrison dedicaba horas hasta conseguir dar con la tecla justa.







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2 comentarios:

Bubu dijo...

muack

Jordi dijo...

huoooola bubu


qui ets?estic intrigat:))