miércoles, 23 de junio de 2010

Mi diálogo con Jorge Herralde en Culturamas



Diálogo con Jorge Herralde, por Jordi Corominas i Julián


Fotografía por Pablo Álvarez


Llevo toda mi vida rodeado de libros negros, grises y amarillos. En ocasiones hasta he recurrido a esa identificación cromática para señalar a personas no avezadas en lo literario la pertenencia de uno u otro volumen al sello Anagrama. Se menciona su nombre y todos saben de qué hablo. Lo que no esperaba ni en mis más remotos sueños era poder charlar en persona con el artífice, Jorge Herralde, quien tras cuarenta y un años en la brecha ha adquirido una sabiduría casi proverbial acompañada de una calma en el diálogo que impresiona y relaja. Accedo a su despacho, me ofrece una butaca y, mientras observo el sinfín de tomos que nos rodean, enciendo la grabadora para intentar descubrir en poco más de una hora los entresijos de su labor editorial.

Jordi Corominas i Julián: ¿Cuándo te surge el gusanillo literario?


Jorge Herralde: Siempre fui un lector voraz y omnímodo omnívoro. Uno de mis compañeros de colegio fue Luis Goytisolo, con quien compartí intereses literarios. Así a bote pronto puedo mencionarte varios autores que me atrajeron, muy famosos en los cincuenta en entornos literarios, como Knut Hamsun, Aldous Huxley, nombres de la generación perdida norteamericana- Dos Passos, Hemingway, Scott Fitzgerald, Faulkner- Kafka y posteriormente el descubrimiento de la política, en buena parte a través de Sartre, que influyó mucho en España con su famoso ensayo ¿Qué es la literatura?. Estudié Ingeniería industrial, sin vocación, de cuerpo presente y mente ausente.

¿Por obligación paterna?

Mi padre tenía una fábrica metalúrgica, pero es que las otras opciones de estudio tampoco apetecían. La que a mi me hubiera gustado, Filosofía y letras, era para esquivar tanto por el profesorado como por el alumnado y los libros de texto. A finales de los cincuenta empecé a tener fantasías editoriales. Una estuvo a punto de concretarse con dos amigos, uno de ellos casado con Esther Tusquets; hubiese sido una editorial nacida bajo el ala protectora de Lumen. Yo era el encargado de llevar la colección literaria, con proyectos descabellados empresarialmente como La autobiografía de Alice B. Toklas de Gertrude Stein o El hombre sin atributos de Robert Musil, obra que por aquel entonces era El hombre sin calidades. La idea se frustró, pero yo iba albergando las ganas de montar una editorial por amor a los libros, primero desde una óptica más literaria y luego, cuando decidí montar Anagrama en septiembre de 1967, más política. La ley Fraga produjo unas fisuras que permitieron publicar libros otrora impensables. Por eso en el primer proyecto de la editorial había un especial énfasis en el ensayo. Cabe decir que esa también era la época de todas las vanguardias, el estructuralismo, la antipsiquiatría…

Ahora sería impensable, casi surrealista, iniciar una editorial con esos títulos.

Sí. También había los libros políticos, que era un poco la importación de muchos títulos antes que no podían publicarse y asimismo, como dijo un crítico, el pantone de la izquierda heterodoxa: Trostski, Rosa Luxemburgo, Mao, Gramsci, los situacionistas. Esta fue la primera idea, y naturalmente hubo fuertes topetazos con la censura, diez u once secuestros, pero si miras el catálogo de la editorial hasta la muerte de Franco la cantidad de títulos que pudimos publicar es impresionante, y esto fue debido a que por aquel entonces los libros se presentaban a la llamada consulta voluntaria. Enviabas el manuscrito sin traducir y se esperaba el diagnóstico del Ministerio de Información y Turismo, que en nuestro caso se cargó unos cincuenta frases con el clásico eufemismo desaconsejamos su publicación. Visto lo visto decidí adoptar otra vía más peleona que era publicar el libro y enviarlo impreso al Ministerio. Debíamos esperar un día por cada cincuenta páginas, y mientras ello sucedía atendíamos la llegada de la Policía y la Guardia Civil.

Y así llegaron los secuestros.


Uno bastante sonado fue el del libro sobre los tupamaros. Fuimos al Tribunal del Orden Público, el célebre TOP. Me defendió el bufet de Gregorio Peces Barba. Estuve un año en libertad bajo fianza, pero al final el caso no llegó a proceso por el llamado indulto Matesa de principios de los setenta, cuando decidieron hacer un indulto general. El libro siguió sin poderse distribuir, pero sin sanciones penales para el editor.

Durante estos primeros años de la editorial existió un núcleo muy fuerte que compartía tus intereses político-literarios.


Exacto. Había menos lectores de lo que la leyenda pueda pensar, pero sí que había un núcleo de lo que los franceses llaman lectores fuertes, es decir lectores que leían todo de determinadas editoriales, que no eran tantísimos. Había también librerías resistentes como Cinc d’oros, y luego hubieron una serie de editores, aparecidos desde inicios de los sesenta hasta el sesenta y nueve, de los que yo era de los más jóvenes junto a Tusquets y Barral Editores. Decidimos montar una distribuidora común que se llamaba Distribuciones de Enlace. Por una parte había toda la vanguardia literaria y artística, así como todo el progresismo político desde la socialdemocracia o la democracia cristiana de izquierda, representada por Cuadernos para el diálogo, o con Alfonso Comín en Laia con el Eurocomunismo y los diálogos entre el catolicismo y el marxismo, con Castellet y el marximo y el catalanismo…

Era el mosaico de opiniones progresistas de la época.

Abarcaba todo el abanico. Fue una experiencia muy estimulante que duró bastante años. Los vendedores de Enlace eran guerrilleros o iluminados. Primaba la parte vocacional. Al mismo tiempo teníamos el confort del enemigo común e indiscutible que era el franquismo. Luego todo esto se vio afectado por el llamado desencanto. Muchos autores, revistas y editoriales vieron decaer el interés por sus publicaciones. Se forjaron una serie de ilusiones y esperanzas que no se produjeron, y entonces mucha gente se fue a la India o a la heroína o, en otros casos, se dedicaron a la política

Lo que me fascina de ese período es que es una unión intergeneracional que asume una vocación de riesgo, y cuando éste termina se llega al desencanto, porque quizá la misma sociedad exige cambiarlo por algo más acomodado.

Cuando se ve que no se va a producir ningún cambio radical, sino que todas aquellas esperanzas ante el macizo de la raza… eso era difícil de penetrar, y no olvides la omnipresencia de la Iglesia y del Opus, una de las cosas más nefastas de la Historia de España. Y esto se llevó por delante revistas como Cuadernos para el diálogo y editoriales como Laia.

¿Y cómo logro sobrevivir Anagrama?

A trancas y barrancas. Tuvimos desde el 78 hasta el 80 unos años de pesadilla, pero finalmente se sobrevivió, con una colección que se llamaba Contraseñas- narrativa salvaje con autores como Bukowski-, y otra que se llamaba La educación sentimental, que versaba sobre sexualidades llamadas heterodoxas, el movimiento gay y lesbiano, feminismo, vida cotidiana desde posiciones muy radicales. Salió en 1977-78 y enlazó bastante con el desencanto político y sintonizó con el espíritu más libertario de la Barcelona de aquellos años.

Es un poco como el enlace de los textos más políticos y heterodoxos de la primera etapa. Quizá para paliar ese hueco se abre esa otra vía.

Exacto. La literatura de Contraseñas la etiquetaban de forajida, salvaje y marginal, lo que la enlazaba con el rechazo al Status quo que antes se había manifestado sobre todo en textos políticos y ensayísticos. Ese cambio fue un fenómeno general en España, pero también en Europa, porque en Francia hubo la resaca del mayo de 68, que a finales de los setenta generó un desencanto similar; en Italia, donde había estado tan viva la situación política de izquierda desde el PCI hasta la izquierda más extrema, y en Alemania sucedió lo mismo con la extrema izquierda extraparlamentaria.

Y el surgimiento del terrorismo de izquierda seguramente también influyó.

El surgimiento del terrorismo de la Baader Meinhof y las Brigadas Rojas. En Francia hubo pocas incidencias, lo más parecido a los grupos mencionados fue la Gauche prolétarienne. Algunos editores de otros países que eran amigos muy personales también tuvieron que acomodarse al cambio de ciclo.

Yo siempre he pensando que Anagrama, quizá por tener sus libros en casa desde pequeño, proporcionó en ese momento la posibilidad a los españoles de conocer bien el mundo europeo y occidental de la época, porque tu catálogo iba desde lo político hasta las novelas de Ripley de Patricia Highsmith. Esta versatilidad era una excepción verdaderamente increíble.


Pero surgió de una forma muy natural. Un famoso editor dijo que sus libros eran como un archipiélago unidos por una peana. Era perfectamente posible ver qué se podía publicar en Anagrama y lo que no.

Y también por ausencias manifiestas dentro del catálogo editorial español.

En esto tuvimos suerte porque las editoriales más potentes- Planeta y Plaza&Janés- tenían otro tipo de política editorial, y entre esto y las estepas de libros por colonizar no publicados en España- muchos de ellos editados en América Latina por cuestiones de censura- pudimos comprar muchos libros en las reboticas de las librerías. Ancora y Delfín por ejemplo. Su librero Enric Folch me surtió durante años. Llegaba a su habitación secreta y me enseñaba esas obras. Me las mostraba con tanto entusiasmo que aunque no me gustaran sus propuestas me las quedaba.

En estos primeros años debió ser muy importante a nivel de criterio de elección el hecho que editoriales como Alianza publicaran clásicos modernos, pero no rabiosamente modernos, no bebían de la actualidad directa.

Durante unas décadas Alianza fue fantástica, una de las mejores editoriales de bolsillo del mundo, con los famosos diseños de Daniel Gil, bonitos y cuidados. Llegaron a un acuerdo con Losada y tuvieron todo Sartre, Camus, Proust, Nietzsche y muchísimos otros. Pero su vocación era más hacia los clásicos contemporáneos, no tanto de indagación en lo actual. Luego surgió Alianza tres y ya fueron más hacia lo universitario.

Pero dejaron el hueco para la novedad.


Sí, de la novedad y de otro tipo de ensayo.

¿Y cómo surge la relación de Anagrama con su British dream team? ¿A finales de los setenta, principios de los ochenta?

Sí, principios de los ochenta. Iba con frecuencia a Inglaterra y en aquella época, que no ahora, las librerías inglesas eran una maravilla. Estaba en contacto con muchos agentes y editores, también con la revista Granta, que fue la rampa de lanzamiento de muchos de nuestros autoresen autores en los ochenta. Asimismo también me veía un par de veces al año con una agente inglesa, Pat Kanavagh Ann Warnford-Davis, que estaba muy al tanto de mis gustos literarios. Era la representante para el continente de literatura inglesa y norteamericana. A Tom Wolfe lo publiqué en 1973, a Donald Barthelme, el gran cuentista de la época, le publiqué tres libros. Esta agente sabía muy bien lo que me interesaba y siempre me sugería títulos atinados, y a raíz de esto nació una comunicación muy fluida. De este modo tenía un puerto seguro cuando me enteraba de algún autor interesante y sabia que los derechos eran de esta agencia.

¿Y en lo americano?

Lo dicho. La misma agencia tenía a Tom Wolfe y Hunter S. Thompson. Esto consistía en descodificar mucha información y elegir lo que nos interesaba.

Y esta elección por lo anglosajón supongo que significó un cambio de tendencia en el mundo editorial español, porque hasta ese momento nuestro país no tenía precisamente un gusto anglófilo, sino más bien afrancesado o germanófilo.

Es más afrancesado en Cataluña, pero también había una veta anglófila, quizá en buena parte propiciada en los cuarenta y cincuenta por José Janés, el mejor editor español de la época; era muy anglófilo, tanto que hasta fue distinguido por el gobierno británico. Jacqueline Hurtley le dedicó varios libros, entre ellos uno específico sobre la presencia de las letras inglesas en su catálogo. Otra cuestión es mi sintonía con el humor inglés, y Janés tenía la colección Monigote de papel Al monigote de papel, donde aparte de G.K. Chesterton o Max Birnbaum Beerbohm y muchos otros estaba P.G. Wodehouse, que de pequeño leía en casa.

Entonces hablamos de una recuperación sentimental.

Primero devoré los que estaban en casa de mis padres y luego ya empecé a comprarlos yo mismo. Años después los recuperé. Hemos publicado quince o dieciséis títulos, que no son best-sellers pero tienen un nutrido grupo de seguidores.

Decía lo de lo anglófilo porque si hablas con escritores de hoy en día muchos te reconocerán que nombres como Martin Amis, Julian Barnes o Ian McEwan les han influido mucho. Y otra cuestión es la política de fidelidad que la editorial tiene con estos autores. Sus libros permanecen, y eso es algo que distingue Anagrama de otras editoriales, como si no desearas que sus volúmenes sean un fenómeno de dos semanas.


Esto dicho en otras palabras es política de autor por una parte y política de long-seller por otra. No descatalogar los libros, irlos reimprimiendo. Los libros de autores se agotan, volvemos a editarlos en bolsillo y persisten. Por ejemplo en América Latina estos autores son muy leídos gracias a la colección compactos, y es curioso que el British dream team recibe continuas invitaciones para dar conferencias, sobre todo los tres que antes has mencionado: Julian Barnes, Martin Amis e Ian McEwan. Tienen un éxito de público comparable al de las estrellas de rock.

En mi caso personal aprecio la permanencia desde la fidelidad al autor, que es útil desde el trabajo del editor hasta lo que el lector puede valorar de la editorial. En la universidad me recomendaron El loro de Flaubert, me encantó y pude encontrar sin dificultad el resto de sus libros.

Por esta política de fidelidad las buenas librerías tienen todos los libros del autor.

Que es algo que ahora se está perdiendo, y es una lástima. Algunos editores me han comentado que casi prefieren publicar el libro de un autor y luego le dejan volar libre, es como si se hubiese producido un cambio que enlaza con las transformaciones sociales. De mimar y crear un entorno familiar se pasa al fast food.

Sí, es cierto, pero de todos modos piensa que no podemos hacer política de autor con todos los nombres que publicamos, porque entonces editaríamos dos mil libros al año, hacemos una selección estricta. Luego ten en cuenta que este mundo en el que vivimos cada vez es más la ley de la selva, y hay grandes grupos que, como se dice en El padrino, hacen ofertas imposibles de rechazar con unas cantidades que no tienen nada que ver con las ventas posibles.

¿Y hay un respeto entre editoriales en función del criterio de cada una? Por ejemplo veinte años después de Bukowski publicasteis a John Fante, que es un poco su padre.

Cuando estuve con Bukowski en su casa de Santa Bárbara, hace ya muchos años, sólo me habló bien de John Fante.

Pero no es casual que tras editar a Bukowski publiques a Fante. Supongo que otros editores en ese momento podrían pensar que ese autor era para Anagrama. ¿Hay honestidad entre vosotros o por el contrario vuelan las puñaladas?

(Risas). Te diría como regla general implícita que entre las editoriales independientes nos respetamos los autores. Un caso obvio sería nuestro trato con Tusquets y Salamandra. Si de repente me ofrecen uno de sus autores les llamo para ver qué pasa, y viceversa. No vamos a buscar los nombres de otras editoriales.

El mercado es muy amplio como para hacer eso.

Sí, pero el mimetismo es muy persistente.

Además al llevar muchos años sabes que puedes llamar la atención cambiando o inaugurando colecciones como es el caso de Otra vuelta de tuerca, con la que recuperáis clásicos, lo que en mi caso al ser joven me resulta sumamente práctico porque así no tengo que ir husmeando imposibilidades entre librerías.

Este es el criterio, porque la mayoría no estaban en bolsillo. Es darle una oportunidad a jóvenes lectores que, salvo en el caso de disponer una buena librería en casa de sus padres, de este modo pueden recuperar obras muy difíciles de encontrar.

En este sentido hay títulos de las nuevas editoriales independientes que parecen ser propuestas de Anagrama, como sucede con Do it! de Jerry Rubin o La pesca de la trucha en América, ambos publicados por Blackie Books.

Nosotros publicamos a finales de los setenta tres novelas de Brautigan. Me gusta mucho, pero pasaron sin pena ni gloria. Un día hablando con Kiko Amat, a quien le encanta este autor, decidimos probar con uno de los tres títulos editados: no pasó nada.

El jeroglífico de comprender los motivos del momento justo de un libro.

Algo casi indescifrable en la gran mayoría de casos. Con La pesca de la trucha en América lo intentamos. Estaba publicada por un editor argentino afincado en México que llevaba el sello Extemporáneos. Hablamos con él y al final no surgió.

Por cierto…¿Cuál es la fórmula para sobrevivir cuarenta años al tremendo ego de los escritores?

La cuestión del ego es innegable e indispensable, porque cualquier escritor sin ego no escribe, lo que ocurre es que en algunos casos están más sosegados o enmascarados… o menos incómodos que en otros. (Risas).

Claro, porque mi planteamiento obedece a que esos 2500 títulos publicados corresponden a un número parecido de escritores, gente que al ser muy exigente consigo misma también lo es con su editor.

En general he tenido muy buena relación con casi todos los escritores del catálogo, pero en algunos casos el síndrome del éxito o del superéxito causa desequilibrios.

Y pese a ser una editorial de prestigio tampoco te imagino dando grandes adelantos, porque antes has dicho que la mentalidad de Anagrama es más de long-seller que de éxito inmediato.

En líneas generales es así. Al hacer política de autor consigues que muchos escritores minoritarios durante años consigan repentinamente un éxito más o menos grande, con lo cual los grandes grupos, siempre alerta a todo lo que suponga incrementar su venta de resultados o a darse un baño de prestigio, ofrecen unas cantidades desorbitadas. En algunos casos los autores se han quedado en Anagrama mediante grandes anticipos, pero eso son victorias pírricas. A partir de los años noventa se produjo el proceso de hiperconcentración en tres o cuatro grandes grupos, el auge de las agencias literarias… y entonces Anagrama, tras la crisis de los setenta, ya estuvo en disposición de pagar de vez en cuando grandes cantidades.





No es que me entusiasme preguntarte eso, pero cuando mencionas un autor que era minoritario uno inevitablemente piensa en Enrique Vila- Matas. ¿Qué provoca una marcha como la suya o de la Javier Marías?

Cantidades que no podíamos asumir.

Eso por otra parte. ¿ Qué te parece el nuevo estilo de marketing literario que practican algunas editoriales, más agresivo, como si en vez de vender un libro se ofreciera un producto cualquiera, sin privilegiar el contenido?

Pero, en general, estas acciones más agresivas de marketing se aplican a un tipo de literatura a priori ya muy vendible.

Vendible y efímera.

Y no es el caso de Anagrama. Nosotros editamos a autores de gran calidad literaria que no hacen libros de vampiros, por ejemplo este año Ojos que no ven de J. Á. González Sainz.

Gran libro, una obra maestra.

Gran libro, como el de Luis Magrinyà o el de Marcos Giralt Torrente. Persistimos publicando autores que ahora son minoritarios y que quizá en un tiempo despeguen.

Pero no tienes ningún interés en crear un fenómeno o generar un grupo, la editorial es el hilo conductor.

Ahora por ejemplo hay el fenómeno Afterpop, Nocilla o mutante, como se le quiera llamar. El único patriotismo de Anagrama es el de la calidad. No vamos a buscar autores del grupo, pero cuando ha surgido la ocasión y nos han llegado manuscritos interesantes los hemos publicado, como ocurre en el caso de Juan Francisco Ferré con Providence o Eloy Fernández Porta, reciente ganador de nuestro premio de ensayo.

Pero Fernández Porta entronca muy bien con la tradición de ensayo que hay en Anagrama, y la idea de exponer lo más moderno con una visión que no es la convencional.

Exacto. Por esto cuando se presentó el Premio Anagrama de Ensayo decidimos generar una base ideológica clara. Preferimos obras de imaginación crítica antes que las meramente eruditas. Ensayos creativos y no doctas tesis o tesinas. El caso de Eloy era muy claro, porque además de ser moderno tiene un sólido background.

A veces parece que esta generación haya anulado el resto del espectro literario español, pero precisamente Anagrama aúna todo, y también cruza el charco.

Jóvenes y viejos, porque también destacan Pombo y Chirbes, dos grandísimos escritores. Por otra parte siempre hemos apostado por Latinoamérica, como demuestra el caso de Sergio Pitol. A partir del año 2000 se consolidó la exportación de nuestras distribuidoras, no son de Anagrama pero somos su principal fondo editorial, en Latinoamérica y empezamos la política de publicar simultáneamente autores en su país y en España, y gracias a ello hemos editado escritores como Alan Pauls o Juan Villoro.

Y ese segundo boom latinoamericano no se debe sólo al efecto Bolaño.


No, aunque muchos de ellos son grandes admiradores de Bolaño, un caso excepcional que enlaza los dos booms. Su gran consolidación internacional llegó en Estados Unidos con Los detectives salvajes y 2666.

Se me acaba de ocurrir, pero me da la sensación que estos escritores latinoamericanos, seguramente porque no toman tantas dosis de estupidez occidental, tienen más la idea de escribir sin la necesidad de crear un impacto permanente, no tienen tan arraigado lo efímero.

Trabajan con un material muy rico que producen sus sociedades, muy vivas, con mucho contraste, lo nuestro es más de balneario… si nos olvidamos del catastrófico momento actual.

Y hablando del momento actual… ¿Qué consecuencias cree que tiene por el mercado la eclosión de las editoriales independientes?

Hay una oferta bestial en todos los registros o nichos, desde el best-seller puro y duro, la autoayuda más chunga hasta la literatura más exigente. En el ámbito de la buena literary fiction están desde los sellos de calidad, buenos editores de los grandes grupos que a menudo crean una buena imagen a partir de las inversiones de los amos, hasta las editoriales veteranas como Anagrama, Siruela, Tusquets y Acantilado. Esto empezó en 2000 y 2001. Hablé de ello en un texto llamado Los nuevos insumisos, donde comenté el fenómeno, que empezó a trancas y barrancas, con una mortalidad intrínseca, y el mayor boom se ha vivido en el último lustro, y no es sólo un fenómeno español. A partir de una estructura simple de dos o tres personas, que es como empezamos nosotros, y una economía de guerra, con sueldos pequeños, se avanza desde la vocación a una perspectiva de condenarse a la excelencia consistente en publicar buenos y bellos libros para crear una imagen y obtener seguidores. También es fundamental el apoyo de los buenos libreros, que están igualmente amenazados por la crisis. Me preocupa mucho más cómo puede afectar la crisis a las buenas librerías que no el libro electrónico o el asedio de los grandes grupos.

Al fin y al cabo la crisis quizá haga una selección natural, provocada por factores de mercado pero también por el lector.

De todas formas es una selección natural no necesariamente en el buen sentido, porque habrá editoriales que subsistirán con sus best-sellers, mientras otras con buenas propuestas sucumbirán. Por suerte la mayoría de editoriales independientes son prudentes, trabajan con pocas personas y publican a menudo libros sin derechos o con derechos bajos. Los grandes grupos necesitan rentabilidad inmediata por su propia estructura, lo que provoca que dejen de lado libros minoritarios, al tiempo que descatalogan aquel tipo de obras con ventas previsibles poco rentables, con lo cual buena parte de estos libros terminan circulando en otras editoriales.

¿Y cómo enfoca Anagrama la cuestión del libro electrónico?

Durante una década fue un fantasma que estuvo aleteando. La primera vez que se planteó la cuestión fue en el Congreso Internacional de Editores celebrado en Buenos Aires en el año 2000. Se instauró el terror. Ha pasado bastante tiempo y desde hace poco se ha despertado a nivel de venta de e-books y descargas. Ahora su cuota de mercado es del 2% en Estados Unidos. Los editores debemos estar alerta a muchas cosas, entre ellas al cambio tecnológico. Después de un proceso algo laborioso Planeta, Santillana y Random se han unido para formar una gran plataforma editorial, y han invitado a varias independientes a sumarse. Y siempre que no pase nada la próxima semana Salamandra y Anagrama nos uniremos.

Pero no será la prioridad.

Mi prioridad es el libro tradicional, pero si hay una oportunidad de ampliar mercado y crear lectores es nuestra obligación adaptarse a los tiempos. Las descargas sólo serán en librerías, no vamos a desmantelar a nuestros amigos y aliados, los libreros.

Ya un poco para terminar. ¿Qué novedades presentará Anagrama en esta segunda mitad del año?


Me temo que la respuesta será un poco larga. (Risas). Para empezar Ricardo Piglia, grandísimo autor de producción novelesca relativamente escasa, ahora publicaremos su cuarta novela. La presentaremos en México, España y Argentina. Esto sin olvidar el futuro ganador y finalista de nuestro premio. En el ámbito de la no ficción publicaremos, tras mucho tiempo, un nuevo volumen de Günter Walraff y también un libro, Mafia Export de Francesco Forgione, que es un análisis de la expansión internacional de la Camorra y otras organizaciones criminales con casos concretos y mapas de circulación. Por lo que concierne a la literatura anglosajona publicaremos la que se considera la mejor novela de Irving Welsh desde Trainspotting, Un nuevo crimen Crimen, y también las últimas obras de Nick Hornby y Paul Auster. En literatura francesa…

Antes comentábamos que se vende mejor en Barcelona que en Madrid. ¿No se ha superado esa diferencia con autoras que están en boca de todos como Amélie Nothomb?

Es cierto, y pese a los nuevos nombres hay un décalage. Amélie Nothomb vende bien, en especial sus novelas autobiográficas. Ahora publicaremos tres buenos libros franceses. Correr de Jean Echenoz, basado en la biografía de Emil Zápotek, mezclando lo deportivo con lo político, luego editaremos Los once Los Once de Pierre Michon, gran premio de la Academia Francesa, y también otra obra de Patrick Modiano, uno de mis autores favoritos. En los últimos años se ha vendido razonablemente bien y tuvo una buena acogida de prensa, por eso, entre otras cosas, estamos recuperando sus libros anteriores.

¿Cuál es la postura de Anagrama con las nuevas tecnologías y la atomización de la crítica que impide su centralización?

Ya no existe el mandarinato de los ochenta. No podemos olvidar el recorte de las secciones culturales de los periódicos, empobrecidas y dedicadas más a lo frívolo y al espectáculo, lo que se une al fenómeno de la superoferta. En relación a las nuevas tecnologías tenemos, como es comprensible nuestra página web, y Facebook desde hace un par de semanas. Estamos al tanto de estas cosas. Es un momento cambiante.

¿Y tienes una intuición de futuro?

En estos tiempos tan mutantes las intuiciones sobre lo que comentamos y el libro electrónico son ridículas.

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