miércoles, 30 de junio de 2010

Vértigo de Ana Rodríguez Callealta en Revista de Letras



El dolor de una doble transición en la frontera: “Vértigo”, de Ana Rodríguez Callealta
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 30.06.10


Vértigo. Ana Rodríguez Callealta
Diputación de Cádiz (Cádiz, 2010)


La Diputación de Cadiz suele sorprendernos con gratas sorpresas poéticas, y este año la tónica se repite con Ana Rodríguez Callealta, joven gaditana que en su Ópera prima medra con dolor y madurez por un camino espinoso con pocas respuestas y muchas preguntas. A sus 22 años la poeta se halla en varias encrucijadas de conocimiento. Es muy consciente de haber transcurrido un breve instante en la Tierra, y así lo corroboran las paredes de su habitación donde

no hay relojes.

Tan sólo el polvo

diría que por ellas

ha pasado el tiempo


Minutos que no se escurren como el agua que brota del manantial, porque el suyo ha evolucionado y en el momento de escribir los versos se debate en un doble dolor de pérdida, lucha, agria transición de lo adolescente a lo adulto y del amor al desamor, perlas necesarias para que todo ser humano complete el círculo y pueda afrontar el mañana sin miedo, concepto que invade Vértigo, donde ambas contiendas se funden porque en el espejo de la amada reside el yo, obcecado hasta la saciedad en lidiar con la muda que implica abandonar la infancia, y ese parque donde las puertas no eran tan enrevesadas y los horizontes eran cielos sin nubarrones en los que era posible creer en una inmortalidad que el paso de los años ventila con un manotazo: encontrar las verdades no es tarea sencilla. Quizá por eso hay muchos gritos y noches con un humo que acompaña la marcha, pasado que se resiste a abandonar el presente, y no porque cualquier tiempo pasado fuera mejor, sino porque con nuestras transformaciones llevamos la carga de nuestro yo pasado, lo que en determinados momentos es un fardo demasiado pasado que cuesta transportar entre confusiones, desolación y un inmenso sufrimiento de vejez prematura.

Ya son demasiados inviernos.

El pretérito imperfecto del verbo “ser”

ha vuelto a meterse en mi cama.

Donde por otra parte se dilucida esta partida de la indecisión, duda permanente que es la que causa el vértigo, duda de aniñada sapiencia donde se sacraliza la fuerza de la flecha lanzada por Cupido, eros lésbico elevado a religión entre el tacto de cuerpos, besos náufragos, exaltación de la amada y el despertar, que es el desencanto, cuando toda la energía acumulada se desvanece por culpa de ese juez, el tiempo, único en su sentencia, bestia capaz de matar lo imperecedero ante la desesperación humana, que sólo acepta el veredicto con paciencia y templanza, símbolos esenciales si se quiere cruzar la frontera en condiciones, frontera que, insistamos, tiene un doble matiz que se unifica con la personalísima visión de Rodríguez Callealta, quien con sus versos habla de sus penas sentimentales en armonía con el cruce del río donde, además de votar, podemos decidir por nosotros mismos en una profunda soledad, palabra repetida varias veces en la intensa musicalidad de la autora.

La soledad me ha resucitado

en esta sensación de vacío constante

que me acompaña.

Y desde ese hueco enorme se percibe una impronta crítica que da a la poeta un punto de apoyo básico que permite creer en una futura obra que traspase el yo y vuele desde visiones de análisis social, porque tal como está el patio la verdadera transición de nuestras vidas será la de alterar el orden establecido, algo que sólo se consigue entendiendo la miseria presente. El diagnóstico certero suele ser preludio de una cura, o al menos de la protesta racional.

Las calles están desiertas

y los cuerpos respiran

debajo del agua

para no protestar.

Hay escasez de palabras.

abundancia de nada.

Y si para ella ahora no hay una sola verdad en medio de tanta pobreza es porque, en el fondo, Ana vislumbra desde la tristeza una brizna de alegría.

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