domingo, 27 de febrero de 2011

Crónica del show loopoético en el Macondo Bar, sábado 26 de febrero de 2011




Volvimos a perpetrar el crimen en el Macondo, lugar de muchas alegrías loopoéticas, entre ellas la misa, un momento muy especial que nos hermana con este local del Guinardó casi de por vida. Nos hacía ilusión retornar y crecer con el nuevo espectáculo. Era sábado, hacía frío y el único miedo estaba en el sempiterno Barça al que dedicamos poemas en nuestros ratos libros. Ayer, 26 de febrero, llegamos pronto al local. Daniel Jándula y Albert Folk querían filmarnos para un nuevo blog y nosotros les recibimos encantados, contando el proyecto, controlando el espacio del garito para la actuación y charlando de los dos años transcurridos con la vista puesta en el futuro.




El Macondo es un espacio pequeño, y eso naturalmente provoca cambiar un poco la manera de moverse. Debíamos ser concisos, pero muy expresivos porque la imposibilidad de poner nuestras queridas proyecciones restaba un poco de impacto visual, algo que solucionamos con entrega y muchísima concentración.
Iba pasando el tiempo. Gol de Messi, en Verdaguer. Gol de Villa. Gol de Pedro. Triple pitido. Esperamos. Llegaba la gente. Pusimos la sintonía de Loopoesía es amor, se cerraron las luces y Jean Martin, de estricto rojo y amarillo, dio la bienvenida, se comedió en sus palabras y caminó hacia la cabina del Dj para accionar la música. Can you take me back where I came from, can you take me baaaack? Eso decía el negro, deseoso de volver a casa incluso antes de comenzar a narrar su historia. Color verde, un esqueleto colgando del techo. Cuenta atrás. Pónganse en marcha. Una explosión. Lola Farigola bailaba llevando los objetos del fondo a la platea. Cerdos. Piernas. Regalos. Corazones. Confeti. Un botiquín perfecto. Cabezas policromas. Un monopatín. Gorros parisinos. Una muñeca verde. Un palo nada pristino, más bien Cristina. Los elementos iban llegando, la melodía sonaba intercalada con versos introductorios sobre el negro. El equipo A. Iker Jiménez. El negro de Banyoles va a Frankfurt de vez en cuando, Bambino prefabricado e tecnologico. Cola Cao Cola Cao y al quite. Jean Martin se sitúa en el centro, pronuncia unos vocablos y se quita la máscara porque hablará de un hombre maltratado. Conviene desprenderse de la careta y avanzar sin miedo por el camino marcado. La gente suele apreciar más el conjunto actual, lo ve menos disperso, más claro. Nos alegramos porque esa es nuestra intención. Transmitimos un mensaje con la suite, la música y la danza. Jean narra y Lola lo hace con sus bailes que intentan representar el sentido de los versos. Con esa dinámica todo sigue una senda nítida, dividida con rotundidad en cada parte mediante elementos que ayudan a la comprensión, de la tragedia del bosquimano en 1830 hasta su último descanso en una lápida que los chiquillos usan para jugar a fútbol. No les sirve de nada a los africanos crear símbolos morales porque lo que ven en la televisión es el maná de las camisetas de los jugadores, sueño de bonanza que el maltrato a un antepasado no cancela, porque al fin y al cabo todo es salir de la miseria. El show aborda el tema siguiendo un estricto orden cronológico. Después de los hermanos Verreaux surge París, una danza a ritmo de acordeón y piano. Llega Barcelona, Francesc Darder quiere vender el negro en el novedades. Farsa humana. El confeti da una irónica sensación festiva, el público sonríe, capta y atiende. De la capital catalana Banyoles, setenta años en conserva mientras el pueblo negro crecía entre medallas, soldados, derechos civiles y gestos heroicos que pasaban desapercibidos en ese museo comarcal donde se perpetuaba el oprobio. La música experimental del momento confiere un ritmo temeroso, incertidumbre que parece esfumarse cuando aterrizamos en las Olimpiadas del 92, instante crucial, bisagra del evento al confirmar lo que intuíamos, hipocresía en mayúsculas de los mandamases para con el hombre disecado, recluido, otra vez más, quince días en un almacén para que las cámaras evitaran constatar el racismo porque lo que importaba eran las medallas y el tránsito de ciudad provinciana a supuesta referencia mundial. Suena la cobi troupe, hay una pausa. Silencio. Mairena suelta su joya de cuando veo una peli de porno se me pone el coño como un horno. Aplausos. Lola Farigola continúa ejecutando su implacable y sutil mosaico. Jean coge el monopatín, luchan por él, ríen. Ha llegado el adiós, viaje que en el escenario reluce locura. El confeti cae sobre el micro, Lola circula con el cachivache de devoción made in MACBA. Aceleraciones. El negro ha entrado en el metro y se topa con un retrasado mental que vivió un hermoso e irrepetible romance con una tal Cristina. Tú eres Cristina. En nuestro debut de 2011 esta fue la parte que más flaqueo porque no supimos emitir bien su mensaje. Esta vez usamos una técnica casi felliniana y procedimos a desfilar con la cabeza verde en un palo donde indicaba claramente que transportábamos a Cristina. Todos lo fueron, todos fueron señalados con el dedo inquisidor de Jean, ya sudando, cómodo porque se acercaba la cumbre que en esta ocasión salió redonda. Nace el amor. El bosquimano se despide de la moreneta en un privado del aeropuerto. Los dos Performers dieron lo máximo, clavaron la love story y prometen hacerlo aún mejor. Los arrumacos ceden paso a la pregunta. ¿Cómo es que había más monjas que negros? Esta sección nos encanta y queremos que el público la siente e interactúe, bien sea con un flashmob, bien con un sorteo. Subieron dos valientes al escenario y contaron la ocasión, extraña hace décadas, en que vieron por vez primera a un negro. Raquel ganó un gato chino, Dani un mono vestido con la camiseta del barça. Risas, aplausos.




El último trecho relaja y apuntala. Salta la melodía que denuncia el asco de un entierro con honores de jefe de estado mientras la tribu de nuestro protagonista es deportada de sus propias tierras porque los diamantes son los mejores amigos de la mujer y el dinero es lo que cuenta. Himnos nazis, Marylin y una caja con los restos del negro tras su disección en el anatómico forense de Madrid. Penúltimo acorde, último arrebato. El balompié lo puede todo. Jean Martin se desnuda, se metamorfosea en futbolista. No lo fichará ningún club, pero mejora su técnica. Reverencia al respetable. The end.

Ahora, a diferencia de otros años, la sobreexcitación sigue después de tanta intensidad, aunque tiene otro calado, bordea zonas que asoman más maduras. Los espectadores salen satisfechos, reflexionan y alaban. El estrépito quizá es menor, pero la mente retiene y no puede escapar a la solidez con la que se viste el traje, alegre por notar un impulso muy fuerte, casi infinito.



Loopoesia es amor

El ruletista de Mircea Cartarescu en Revista de Letras



Metáforas de poder: “El ruletista”, de Mircea Cărtărescu
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 22.02.11


El ruletista. Mircea Cărtărescu
Traducción e introducción de Marian Ochoa de Eribe
Impedimenta (Madrid, 2010)


No creo que debamos ceñirnos a lo simple, pero claro, cuando evoco una Rumania cultural acuden a mi cabeza datos aparentemente inconexos que van desde Trajano hasta Drácula pasando por Tristan Tzara y Eugène Ionesco. Sí, es una especie de educación general básica de lo dacio, válida porque sitúa pocas piezas que pueden entenderse con la historia del país y su relación con la literatura. Mircea Cărtărescu nació en 1956, en pleno régimen comunista. Por aquel entonces los ciudadanos debían declarar la posesión de una máquina de escribir. La censura era fuerte, las posibilidades escasas. Quizá ése fue el motivo que empujó a una serie de escritores a volver la vista atrás y fijarse en las argucias ideadas por sus predecesores. El dadaísmo de Tzara escapa de la realidad al tiempo que la critica desde el absurdo, tomándosela muy en serio esparciendo claves interpretativas difíciles de capturar. Lo mismo acaece en Ionesco, y es innegable que ambos artistas estuvieron condicionados por lo onírico, magnífico subterfugio para hablar de la superficie distorsionándola.

El juego de la ruleta rusa aúna los dos elementos. Sabemos que existe, y sin embargo juzgamos harto improbable hallarnos en la tensión macabra del disparo o el vacío. En 2005 el director francés de origen georgiano Géla Babluani lo plasmó a la perfección en 13 Tzameti, película que narraba las desventuras de un pobre joven que acude a su destino ignorante del reto del revólver con una bala en el tambor. Participa en un concurso con varios aspirantes y sale vencedor, vivito y coleando. El nerviosismo es un buen amigo de la quietud y los ambientes donde se desarrollan este tipo de lances suelen ser estar cargada de tenebrosa geometría con un extra de oscuridad que les proporciona un aire irreal, ficción orquestada en la esquina de tu casa.

No hay que ir tan lejos. El ruletista de Mircea Cărtărescu tiene una curiosa historia editorial. Abría el compendio de relatos El sueño, textos interrelacionados que vieron la luz dos meses antes de la caída de Ceaucescu. El contexto puede ayudarnos a perfilar mejor la agonía que supone adentrarse en esos tugurios congelados donde los espectadores apuestan dinerales para ver cómo algunos miserables se sacrifican entre el miedo al derrame encefálico y la tristeza de ser el conejillo de indias de los poderosos. El narrador, un escritor de dilatada trayectoria, se siente fascinado y reconoce haber apostado por lo impagable de la experiencia, llena de morbo lúgubre y misterio para valientes cobardes que acarician los cartuchos con un deleite que apesta a privilegio.

Un buen día el ritual del tugurio dignificado se transforma. Normalmente, el centro de atención era cualquier pedigüeño captado para el supremo ocio. Los criminales son matemáticos y lo expresan con la elección de la víctima, bella por su anonimato no reclamable que allana el camino de la desaparición silenciosa hasta que aparece el ruletista con mayúsculas y desbarata lo establecido.

“Una figura hosca, un rostro triangular sobre un cuello largo, pálido y delgado, de piel seca y cabellos rojizos. Ojos de mono amargado, asimétricos, creo que de diferente tamaño. Causaba una cierta impresión de desaliño, de suciedad. Ese mismo aspecto presentaba tanto con sus harapos de granja como con los esmóquines que se vestiría más adelante”.



El observador imagina una hagiografía de su héroe, y datos tiene para ello. Lo conoció en su infancia, cuando ya era un ludópata empedernido. Perdía hasta a las canicas y demostraba un carácter de rebelde sin causa, maltratado de la nada hasta dar con su golpe de suerte en un elitista escenario. La velada inaugural de su exitosa carrera tiene los épicos tintes típicos. La concurrencia permanece expectante, con la respiración entrecortada. Click. Ha ganado y se desmaya, derrotado psíquicamente por su victoria. La escena se repetirá en un sinfín de ocasiones y el restringido mundo que admira su performance mutará hacia un monoteísmo absoluto. El ídolo de la rivoltella organiza sesiones, se lucra con sus hazañas y profesa la religión del rien ne va plus. Dos, tres, cuatro, cinco, seis cartuchos. La quimera del atrevimiento sin esperanza. Su monopolio del negocio aturde, máxime cuando descubrimos el final, especie de epílogo que reflexiona sobre si lo narrado es palpable o mero artificio. Nos aseguran lo primero. Esta es la otra partida que plantea Cărtărescu, el doble filo de la trama y la emoción que pueda suscitar en el lector, atrapado en una muda maraña psicológica, pues lo relatado se vislumbra de manera diáfana en su acción y concepción espacial, pero resalta e impacta en lo psicológico.

El ruletista tiene, en mi modesta opinión, un claro significado político que matizaría su paradoja de inmortalidad y autodestrucción. El desprecio de los derrochadores, frívolos que malgastan sus energías en lo anómalo para auto complacerse, hacia los actores de la función es equiparable al ninguneo gubernamental en Rumania entre 1945 y 1989, con el pueblo amilanado con rabia contenida que debía encontrar la mecha justa para estallar. En este sentido, el triunfal jugador sería la metáfora que sintetizaría las condiciones ideales para un mejor porvenir nacional. Plantarse en medio, aguantar, ser constante y aceptar el daño interno para terminar dominando la situación. Es el artista quien debe mover los hilos. En caso contrario, el dinero ejecutará su palanca y todo seguirá igual, lo que desde múltiples lecturas vale tanto para los avatares de Clío como para la literatura, donde siempre urgen voces que no se conformen con la pauta marcada y apuesten por la diferencia con sentido en el límite del precipicio.

J.R. Ackerley, hilarante frialdad de lo cotidiano en Panfleto Calidoscopio




J.R. Ackerley: Hilarante frialdad de lo cotidiano

Por Jordi Corominas i Julian


Para la mayoría ya es suficientemente arduo llenar la propia vida como para preocuparse de los que nos precedieron. Por eso la tradición oral familiar suele ser un rosario de anécdotas que normalmente todos conocen a la perfección y repiten con pequeñas variantes. Nos fiamos de los seres cercanos y aceptamos su versión de la batallita sin rechistar, riéndonos de lo pretérito, asumiéndolo con la naturalidad que en su interior contiene ganas de saber que en escasas ocasiones van más allá de lo narrado. Mi abuela me contaba sus efemérides de la Guerra Civil y me atrapaba durante horas. La perdí durante la adolescencia, justo cuando la mente puede empezar a indagar con más precisión analítica, y ahora lamento no haberle preguntado más cosas, si bien mi interés es puramente sentimental, porque no creo que la enjundia de mis apellidos se limite al maldito árbol genealógico. Otra posibilidad para querer investigar es la sospecha de una existencia paralela que nos ha sido ocultada para preservar la paz del hogar y no alterar bienestares forjados a través de los años.

Hace escasamente una semana que conozco la obra de J.R. Ackerley, un personaje excepcional. Nació a finales del siglo XIX, combatió en la Primera Guerra Mundial, fue profesor de un Marajá, trabajó durante tres decenios en la BBC y hasta tuvo tiempo de ser un influyente editor que escribía cuando sus correrías amorosas se lo permitían. Abrí Mi padre y yo esperando hallar un retrato victoriano de un hombre de negocios y sus páginas me regalaron una autobiografía detectivesca donde las pesquisas para dar con la verdadera identidad de Roger Ackerley llevan a una vía paralela que incluye los hechos vitales más remarcables de su hijo, quien con buen tino advierte desde el principio de su desorden cronológico al hilvanar las piezas desde una estructura que, de este modo, adquiere cierto tono novelístico. Las pesquisas se centran en el rey de la banana, progenitor de fin de semana que al morir desbarató el supuesto orden al dejar constancia de su convivencia con una segunda familia que escondió durante toda su vida para no perturbar, entre otros elementos, a su mujer.

El descubrimiento es brutal y conduce al autor a replantearse la imagen que tenía de su padre, aquel hombre con torso poderoso y aspecto de estadista que se dedicaba con devoción a su empresa. Antes del shock volaban algunos datos, insuficientes para trazar un cuadro completo. Roger Ackerley nació en el Merseyside en 1863. Era de origen humilde; con veinte años progresó socialmente al relacionarse con dos acaudalados mecenas que le catapultaron del ejercito al ocio y del ocio a un breve primer matrimonio que terminó prematuramente en 1892 al perecer Louise Burckhardt de tuberculosis. Sin embargo se recuperó pronto, prometiéndose poco después con la madre del narrador, otra actriz seducida por su porte y atrevimiento.




Ackerley hijo nació en 1896. Sus padres no se casaron hasta 1919. Mientras tanto la monotonía de ésas cuatro paredes se describe con absoluta normalidad mediante una prosa apasionada y fría, muy rigurosa en su especificidad británica. Esa combinación logra generar un humor que no avisa, que parte de la reflexión y la cierra con una carcajada capaz de alargarse indefinidamente porque el narrador posee la destreza de captar el absurdo de la realidad hasta despojarla de sus ropajes más trascendentes sin olvidar el pudor que requiere sumergirse en la recuperación de lo vivido. Su infancia en el internado con la revelación homosexual por aburrimiento es el testimonio impagable de cómo los tocamientos nocturnos entre machos fueron casi una tradición de las escuelas del viejo Mundo. El autor quedó marcado por la experiencia y desde entonces entabló, divirtiéndose una barbaridad, una dura batalla para dar con su amigo ideal, frecuentando tugurios de mala muerte en los que adoptó la legendaria promiscuidad de su padre, coracero en su juventud como muchos soldados con los que su hijo retozó más que alegremente. Dios salve a la Reina.

Quizá su hermano mayor pudo haber sido un digno ejemplo de la perfección masculina que tanto anhelaba. Las partes del manuscrito dedicadas a su penar compartido en las trincheras francesas de la Primera Guerra Mundial hielan la sangre porque enfocan la pesadilla de las trincheras con una aplastante sinceridad, testimonio que desvela el miedo resignado en combate de un generación entregada a la muerte por sus gobernantes con el cinismo habitual y el agravante de ser el conflicto un pulso estratégico de honda agonía entre lentitud, desgaste y torpeza de los mandamases militares. El barro, la arena y el polvo aportan una dolorosa dosis extra a ése 7 de agosto de 1918, escasos meses antes de concluir las hostilidades, en que Peter y Joe se despiden porque el mayor, inferior en rango, debe salir a la superficie y entregar su cuerpo a la patria, abnegado y sumiso a la bandera, honor y defensa donde nuevamente aparece la ridiculización de la rigidez inglesa, asumida y aceptada pese a lo mecánico de su estilo, amalgama de normas que estallarían en mil pedazos en 1968, año en que desapareció la censura y se publicó el valioso volumen de Ackerley, príncipe de una ironía muy seria que también aplica cuando vuelve el curso hacia el río paterno.

¿Qué fue del magnate platanero?


Nunca compró un automóvil. Tuvo una vejez a priori clásica, con achaques, asunciones sosegadas de las rarezas de un hijo díscolo y frecuentes encontronazos con su médico, hilarante galeno no tanto por sus recetas sino porque cada una de sus consultas deviene un número humorístico, toma y dacha dialogal finiquitado con el óbito del patriarca en octubre de 1929, destapando una inconmensurable caja de los truenos que En mi padre y yo no retumba por sensacionalismo. El impacto colosal de la doble vida de Roger Ackerley rezuma su aroma a lo largo de la obra con equilibrio porque el autor la toma como excusa para retroceder más atrás, atar cabos y entrelazar sus peripecias con las paternas una vez sus averiguaciones, gestadas laboriosamente sin prisa pero sin pausa, le guían hasta la fase fundacional de la prosperidad, túnel jeroglífico con signos extraviados. El futuro rey de la banana pisó Londres en 1879. A sus dieciséis primaveras no tenía ningún contacto en la ciudad: cuando los hizo fueron de categoría. Su primer mentor fue Fitzroy Paley Ashmore, de profesión abogado. Era amigo de Mister Darling, miembro del tribunal supremo, estaba casado y tenía cuatro retoños. Preparó y educó al bisoño recluta, dejándole 500 libras en su testamento que cobró al cumplir su mayoría de edad, continuando el pulimento de la perla James Francis de Gallatin, Conde del Sacro Imperio Romano y soltero propietario de dos residencias. ¿Por qué se encapricharon con el padre del narrador?¿Por qué volcaron sus esfuerzos en darle un estatus de ensueño casi sin pegar golpe?

La respuesta, o la intuición de la misma, surge en uno de esos caprichosos avatares del destino que en J.R. Ackerley suelen ser terremotos de gran magnitud enmarcados en la cotidianidad vecinal, apartados en un ángulo ciego hasta que alguien les presta suficiente atención y propician cataclismos privados. La existencia es una carrera para ocupar los huecos que el tiempo nos concede, y el polifacético intelectual británico sació la más urgente, su obsesión con el utópico amigo ideal, en 1946, año bisagra. Su madre falleció y Fred Doyle, uno de sus amantes ocasiones, ingresó en prisión al ser declarado culpable de hurto. El autor de Vales tu peso en oro, aceptó cuidar de un pastor alsaciano de 18 meses. La bautizó Queenie y fue su compañera durante casi tres lustros. En 1956, fascinado por el can, publicó Mi perra tulip, declaración de amor que exhibe la asombrosa inteligencia narrativa de Ackerley, pues nada hace preveer que la crónica pormenorizada de las jornadas de un chucho sea un plato muy apetecible, y sin embargo lo es. Desde que leí sus primeras páginas mi actitud callejera con el mejor amigo del hombre ha dado un giro de ciento ochenta grados. El británico alcanza épica en lo ordinario que desfila entre paseos, veterinarios, citas a ciegas en pos de la fecundación canina, nervios a flor de piel, multas londinenses y defecaciones. El segundo capítulo del libro, Líquidos y sólidos, versa sobre orines y excrementos más contundentes y es una delicia en todos los sentidos, bien sea por humor, bien por la sutil filosofía que emana en cada una de sus palabras, desde la estrepitosa introducción: “En el diario del general Bertrand, el gran mariscal de Napoleón en Santa Helena se lee la entrada: 1821, 12 de abril: A las diez y media el Emperador hizo una deposición generosa y bien formada. No estoy muy interesado en las deposiciones de Napoleón, pero, no obstante, siento simpatía por el general Bertrand, ya que Tulip me causa una inquietud similar” hasta las anécdotas relativas al acierto en la ubicación del lugar para perpetrar zurullos. Reímos con el cementerio pornográfico, cadáveres versus coitos, y nos carcajeamos con las trifulcas de la ofendida verdulera que ha visto manchado el exterior de su establecimiento por las aguas menores de Tulip, con nombre suavizado por exigencias editoriales, torbellino animal objeto de toda la atención de su amo, quien paso a paso aprende hábitos y costumbres de su mascota con diligencia, aplomo y una estimable preocupación con cénit en el celo. Queenie baila al son de Ackerley, atento y considerado en su afecto en la elección del mejor macho para su hembra, cachonda cada seis meses, revolucionada por una primavera que no es coser y cantar, porque para reproducirse estos mamíferos no sólo deben acoplarse y depositar la semilla. La meta del embarazo es una compleja operación que requiere sociabilidad, cohabitación entre los afectados y unas horas de máxima excitación alentadas visualmente por minúsculas gotitas de sangre. El cortejo sirve al escritor para delinear un mosaico humano que enseña cómo nuestro temperamento puede medirse a través de los nexos que establecemos con ciertos perros, siendo propietarios o transeúntes, cuidadores o turistas, Miss Canvey o una prima que ve rota su quietud cuando Tulip aterriza en su jardín para transcurrir su celo alejada del mundanal ruido urbano, y claro, arma un Belén constituido por canes al acecho que quieren fornicar y no tienen muchos miramientos a la hora de invadir un domicilio para fornicar a destajo con la sex symbol de la cola enroscada. Las hierbas desechas cubren el suelo y el olor invisible del sexo hace el resto.




Luego llega el embarazo y asistimos de la mano de tan peculiar dúo a la belleza de los prolegómenos del parto y la epifanía del nacimiento de los cachorros. La perra actúa consciente de lo venidero y se prepara para la culminación de su tarea. Pare, come las placentas de sus crías y las arropa hasta que la sobrepoblación del piso de Ackerley, quien no obstante respeta el prudencial mes de convivencia para nadie sufra, motiva venderlas o regalarlas a vecinos y obreros, amados y odiados por el poco sociable dueño de Tulip, genio camuflado, porque bastante tenía con vivir y no desperdiciar el momento, de la literatura inglesa con una pasmosa sensibilidad y capacidad de observación para reflejar en sus textos parcelas íntimas que con su prosa transitan en otra escala. Creo que el editor de The Listener, suplemento literario de la BBC, podría escribir de cualquier cosa, hasta de los ornitorrincos silvestres de Extremadura, y encandilar con su embrujo que rebasa géneros y luce soberbio en ésa poltrona que tanto nos gusta llamada literatura.

viernes, 25 de febrero de 2011

Sábado 26 de febrero, 22 horas, Loopoesia en el Macondo Bar



Sí, volvemos al mítico lugar de la misa loopoética, y lo hacemos, una semana antes de nuestro cumpleaños, con un show GRATIS, aquí la info.

Loopoesia en el Macondo Bar

Sábado 26 de febrero, 22 horas

Bar Macondo

C/Conca 21

Metro Guinardó L4 Camp de l'Arpa L5


Loopoesia es amor

Benzema fumando en la Calle en "Se fue al otro barrio" de Bcn Week


Benzema fumando en la calle

by Jordi Corominas i Julián


Medianoche del 2 de enero de 2011 en un bar cualquiera. El camarero apaga las luces, los clientes pegan la última calada y suena una sirena. Danger! Danger! De repente, unas velas negras rompen con la oscuridad. Aparecen siete nazarenos, solemnes en el funeral del cigarrillo, expulsado de antros y tugurios por higiene, salud y un humo que poco sabe de pulmones. Algunos lloraban, otros secaban la lágrima al vecino. El rubio americano cruzó la puerta del recinto y se esfumó para siempre. ¿Para siempre? ¡No! Un grupo de irreductibles adeptos a la nicotina no se rinde ante el órdago planteado por el gobierno. Ha pasado un mes desde la implantación de la ley y muchas cosas han cambiado, desde los hábitos hasta los olores.

Manuel Fraga dijo que Spain is different. Fue su única frase con sentido. Si la aplicamos a los bares, comprobaremos que el gallego estaba en lo cierto. No hay ningún país mundial con tantos por metro cuadrado. Salgan a su calle. Pónganse a contar. En la mía no hay ninguno, pero es simplemente la excepción que confirma la regla. Además, estos lugares tan concurridos tienen, tenían, una retórica ambiental inconfundible consistente en un coro polifónico de conversaciones con volumen progresivo, alcoholes por doquier, ligues de santuario, deliciosas tapas grasientas y una atmósfera cargada hasta los topes como consecuencia del vicio que solemos atribuir a los carreteros.

Pues bien, ya lo saben. Ahora entras a un bar y casi te da por cantar aquello de algo se muere en el alma cuando un amigo se va. Mi favorito de Gracia huele a lejía en su interior y a mierda absoluta en el inodoro, inmenso, blanco sin pintadas obscenas que lo identifican con el Moloko de La naranja mecánica en versión cañí. La rebelión se gesta entre orines y excrementos y constituye la primera asociación del cambio mental que en Occidente sufre nuestra generación. Nos educaron para ser los mejor preparados de la Historia, hincharon el cerebro de discursos vacuos y mientras tanto, mediante tecnología y lo voraz del capitalismo, nos convirtieron en esclavos lúdicos, marionetas atadas a la velocidad. Por eso es fascinante transgredir yendo al fondo del garito y fumar como si fuera delincuencia de máximo riesgo. Otra opción evidente es ir al baño, donde se reúne una ingente cantidad de individuos desafiando el hedor pestilente para dar al aire otro potosí. Lo divertido es observar la algarabía del personal, encantados por su gamberrada, felices con la chica que adopta pose de oruga made in Lewis Carroll, contentos por agitar la noche con una nimiedad que en estos tiempos tan cretinos cobra categoría épica desde lo absurdo de la realidad.

Los chicos del retrete son rebeldes temporales que sólo agitan la bandera radical en caso de máxima excitación festiva. En condiciones normales siguen la tendencia mayoritaria y emigran al frío para resfriarse y penar sus días entre estornudos, toses y Frenadol, el novio de la farmacéutica. La idiotez de excluir a un sector importante de usuarios del calor de las cuatro paredes está produciendo nuevos enfoques al gran y maravilloso arte del ligoteo. Los que salen fuera son unos privilegiados porque pueden intimar con los demás sin necesidad de cómicos aspavientos o tonteos que siguen un guión previsible. Sí, luchad en la retaguardia, asomaos a la barra para atisbar vuestro objeto de deseo, pero sobre todo sed elegantes. La prohibición implica invitación. Vens a fumar? Si su cadencia es justa, la musicalidad de los vocablos envuelve. El siglo XXI nunca existió. Somos protagonistas de una novela de Scott Fitzgerald y la humedad barcelonesa no nos afecta al estar protegidos por el aura inabarcable de la burbuja quebrada cuando regresamos al bullicio, que a lo largo de este mes ha demostrado ya no ser tal.

Es desolador acceder a un escenario adalid del ocio humano y contemplarlo casi vacío, media entrada taurina que fosiliza las horas de luna, alegra a los empleados y desquicia al empresario, al que han concedido una tregua estacional que arruinará sus arcas en verano, cuando las terrazas, siempre más concurridas pese al duro invierno, estén a rebosar y los pakis –un saludo a Alain Delon, Moha y Barça Barça– vendan cervezas como quien regala rosquillas. Entonces la ira se apoderará de los hosteleros, hastiados por sacrificar el camuflaje de los olores y ver menguado el peso de sus bolsillos porque la homologación puede más que una insana tradición. En la Rambla del Raval las letrinas son lejía al limón. Preparen las cenizas.

Ilustración: Nil Bartolozzi

jueves, 24 de febrero de 2011

Elisa y Marcela de Narciso de Gabriel en Revista de Letras



Rescatando una historia única: “Elisa y Marcela”, de Narciso de Gabriel
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 20.02.11


Elisa y Marcela. Más allá de los hombres.
Narciso de Gabriel
Prólogo de Manuel Rivas
Libros del Silencio (Barcelona, 2010)

Visito Google Earth y tecleo Dumbría, población coruñesa donde en 1901 residían Elisa y Marcela. Ha pasado más de un siglo. La localidad apenas ha cambiado. Es un pueblo de carretera con casas antiguas y una vida tranquila, monótona en la gloria que da el silencio y conocer todos los rostros que pisan la tierra. Para muchos, los que ubican la trascendencia histórica en grandes núcleos urbanos, puede resultar sorprendente que una aldea celta albergara sin incidentes el romance entre Elisa y Marcela, dos pioneras que cien años antes que la ley lo permitiera decidieron casarse para adaptarse a la normalidad de su época.

Tiempos ingenuos, días de sospecha. Imaginen la escena. Finales del siglo XIX. Una chica llega a su casa y cuenta a su madre que tiene una nueva amiga. Habla con entusiasmo del nuevo hallazgo, tanto que genera alarma. Marcela ha dado con Elisa. Su vida sufre un vuelco. Las dos pasan el día juntas, son inseparables. Galicia y la España de la Restauración. Clima frío, sociedad castradora. Para una mujer con ganas de desafiar el corsé de la imposición existían pocas salidas hacia la libertad individual. Una de ellas era estudiar para maestra, profesión que concedía independencia bajo el estigma solterón. Poco importaba. Ambas trabajaban y durante casi una década intentaron combinar sus respectivas combinaciones para estar cerca. El fin de semana era la cumbre. Convivían y se amaban. Recorrían los kilómetros de separación ansiosas, anhelando el momento de reencontrarse e inventar una cotidianidad truncada por las circunstancias. Dumbría fue la clave que impulsó una nueva situación. Elisa ejercía su magisterio docente en Calo, a once mil metros de Marcela. Cuando la primera reposaba de sus obligaciones se instalaba en casa de la segunda y la ayudaba en las tareas del hogar. Los rumores crecieron. Hubo riñas, y hasta un apodo para la forastera enamorada con fuertes tonos viriles. La llamaban O civil y presumía de llevar siempre consigo una pistola, por si las moscas, como si así mostrara su posición dominante más allá de la pareja, fémina de armas tomar hasta en la calle. Cuando planeas revoluciones es mejor ser discreto.

En la primavera de 1901 los acontecimientos se precipitaron. Las enamoradas discutieron por la muerte de unos cachorros y Elisa puso punto y final a la relación tomando las de Villadiego con el propósito de trasladarse a La Habana. Sin embargo Cupido siguió haciendo de las suyas. Marcela confirmó a los vecinos que se casaría con Mario, un primo de Elisa, muy parecido físicamente a su pariente, tanto que no era ninguna exageración decir que compartían voz y maneras. El matrimonio cancelaría males y daría estabilidad integradora que disipara cuchicheos.

Mario o el travestismo: la fuga y la investigación.


Narciso de Gabriel, Catedrático de Teoría e Historia de la Educación, ha investigado durante tres largos lustros las efemérides de las dos inauditas gallegas. Mario, no hay siquiera un mínimo atisbo de duda, era Elisa, quien simuló su huida para preparar el terreno de la transformación. Se instaló en A Coruña, cortándose el pelo, dejándose un ridículo bigote y vistiendo trajes para adaptarse a su recién adquirida masculinidad. Cuando se sintió lista fue a la iglesia de San Jorge y, sin abandonar el cigarrillo para resaltar su porte, pidió ser bautizada por el párroco, quien creyó a pies juntillas la fábula del retorno desde Londres, feliz por reclutar un fiel más a la causa del catolicismo, en declive por el auge del protestantismo en casa del Apóstol Santiago.

Mario y Marcela se esposaron a las siete y media de la mañana del 8 de junio de 1901. Ciento cuatro años antes del primer enlace homosexual reconocido en nuestro país. Sin saberlo empezaba su calvario, apasionante trama que va desde el descubrimiento de la ficción hasta la perdida de su pista en Buenos Aires, cuando Elisa se casó con un viejo potentado para exaltar la paciencia y atender el óbito que diera rienda suelta a su pasión por Marcela, quien dicho sea de paso se quedó embarazada y alentó más si cabe el fervor de la prensa, entusiasmada por la oportunidad de grandes titulares. Novios de contrabando. Asunto ruidoso. Bodas sáficas. Folletín en acción. Caso sensacional. Matrimonio sin hombre. Notas para una novela. Hasta la Pardo Bazán metió baza elogiando la personalidad de Elisa. Una mujer así era sobresaliente, destacaba por astucia y capacidad para burlar la ley que obligó a las tortolitas a cruzar la frontera lusa tras revelarse, previo examen médico, la verdadera sexualidad de Mario. Oporto las acogió con su eterna niebla y una condena previsible que, postergada durante un breve lapso durante el que desarrollaron una vida como la de cualquiera, viró hacia la solidaridad popular una vez fueron depositadas en la cárcel. Crecían las colectas y la simpatía iba en aumento para salvar a las desgracias, pues según la moral de entonces eso eran, dos pobres muchachas con la brújula estropeada. Las juzgaron y recibieron la dicha de salir indemnes del íncubo con barrotes, jaleadas y valoradas por los medios, dichosas por la feliz resolución de la efeméride que tanta tinta vertió. La última anécdota fue la del nacimiento del hijo de Marcelo, objeto de bromas y sátiras por lo absurdo de toda la situación. Es más que probable que el retoño fuera el motivo de tan estrambótica unión. Una madre sola levantaba suspicacias, por lo que Elisa, predominante hasta en su capacidad de sacrificio, optó por travestirse en pos de asegurar un futuro digno a su compañera para acallar rumores que impidieran, por aquel entonces era menester, la respetabilidad de lo anodino.

Mimar la documentación en la supremacía de la síntesis: mirando al pasado para situar el presente.


Recuerdo con asombro una charla de hace pocos años en las que una chica me contaba la metodología imperante en la decrépita Universidad española. Las notas al pie desaparecen y se imponen paréntesis sintéticos para facilitar la lectura del texto, como si de una novela se tratara. La historia de Elisa y Marcela es real. Narciso de Gabriel prosigue su relato, rápido pero científico, desgranando la poca información obtenida del periplo bonaerense de las dos protagonistas. Cuando, lamentablemente, se rinde al hallarse en el vacío documental, anulación del individuo al esfumarse en las fuentes, emprende otra trayectoria que justifica su meritorio volumen. La segunda parte versa sobre materiales, procesos, repercusión mediática y un elaborado estudio sobre cuatro temáticas relacionadas con lo narrado anteriormente: Hermafroditismo, lesbianismo, travestismo y feminismo. A principios de la pasada centuria estos fenómenos eran mal conocidos y la palabrería podía a la lógica. Había algunos aciertos, nimios porque más que centrarse en el todo iban a la minucia que despertara curiosidad. La bandera blanca se agitaba de antemano por la férrea resolución de lo imperante. Bulos y mentiras corrían, privilegiando lo estático, derribando la pluralidad por orden divina y sempiterno pudor.



Cabe resaltar esta parte del manuscrito tanto por la excelente tarea desarrollada por de Gabriel, como por la irreverencia, ¿quién lo hubiese dicho hace unos años?, de Libros del Silencio al apostar por obras que en su planteamiento van más allá del fast food literario habitual, dos semanas de rabiosa promoción y adiós muy buenas. El pop no es eso, lo tildarán de efímero por querer impactar en lo contemporáneo, pero bien llevado tiene textura de permanencia.

Elisa y Marcela serían normales en 2011. Estas dos heroínas son las madres de tantas lesbianas que ahora desarrollan su sexualidad sin complejos ni ataduras. Su ejemplo, su lucha, no es una diversión más para una tarde entretenida: son un aprendizaje, advertencia para no bajar la cabeza y andar sin miedo derribando barreras que nos alejen de lo utópico y den al inconformismo un sentido que vamos olvidando mientras dejamos que el campo se llene de mierda. Si la pluma vence a la espada, el movimiento debe derrotar al estatismo. Tomen nota.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Miércoles 23, futbol y literatura en El Laberint de Wonderland




"El goleador es siempre el mejor poeta del año"

Un deporte estéticamente feo: once jugadores contra once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos.


"la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Esto me ayudó mucho en la vida... Lo que más sé acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol".

"el fútbol es la recuperación semanal de la infancia"

"el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre".

Hoy descubriremos quien dijo estas frases.



El laberint a Wonderland

Cada miércoles a partir de las 18h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo: Rne4

domingo, 20 de febrero de 2011

Suite loopoética 2011 dedicada al Negro de Banyoles en Panfleto Calidoscopio


Suite loopoética 2011: El negro de Banyoles, por Jordi Corominas i Julián


A beginning

Ella bebe las lágrimas vertidas en un cuenco
de barro, tierra de piel sagrada, amasijo
circular entre Vaal y Orange, ruta
natural que los blancos profanan en el comercio
de una tumba vigilada tras el último suspiro.

Dicen que robaron mi cadáver, ensalzan su heroísmo
nocturno para mitigar galas cobardías de camellos
decimonónicos, cinéticos científicos que hacían su agosto
en Sudáfrica por mor de primacías raciales, hermanos
beodos recogiendo desechos humanos en campos de batalla
guiados por óptimos difuntos, negra carne que eviscerar
y exhibir estática para ahuyentar el peligro cazando mamíferos.

Corría 1830, tenía 27 años. Se hacían llamar naturalistas, taxonomizaban
lo exótico, taxidermizaban inferioridades de su desconocimiento
decolorando con recetas infalibles que me aplicaron en Ciudad
del Cabo, antípoda de mi destino, cuna de la receta para preservar
el pigmento.

Alcanfor, cinco onzas,
arsénico en polvo, dos libras,
jabón blanco, tres peonzas,
sal tártara, doce cocochas,
cal en polvo, cuatro jerigonzas.

Metal y clavos,
vidrio en los ojos,
paja en el torso,
relleno de escroto,
betún en mi esencia,
alambre y madera en la columna
para mantener erguida la farsa,
taparrabos naranja, pedestales y penachos plumíferos
de rey de la jungla, caricatura del ser que un día fui
hasta el trance hacia el juguete de pasarela, disecado,

El viaje

embarcándome en la despensa del paquebote,
Lucullus, Astrolabe, Zelée, Favorite
con ranas, cráneos, avestruces, leones,
Plantas, crustáceos, reptiles, hotentotes,
Bosquimanos y yo, el bechuana, yendo
del origen al Viejo Mundo bordeando colonias
e Iberias para alcanzar luces lutécicas, desembarcar
y ser expuesto en el salón de un barón donde levitas
burguesas hexagonales aplaudían la entereza de mi ficción,
relamiéndose por ser adalides de la civilización,
anunciando en periódicos constitucionales
la llegada de la atracción en casa del guardián
de la moral, dueño de migajas para lavar su conciencia.

Luego me transportaron a los Vosgos, fui vecino de
Víctor Hugo y Teophile Gautier, penando
en el escaparate de un mundo que sólo
cerraba en domingo y creía sin misa fotográfica en el progreso
como una feria turulata del cinismo,
parada de los monstruos sin carné ni
espíritu badimo en la ultratumba, diversión
de miserables en urnas revolucionarias
1848, 1870
para venderme al mejor postor,

El catalán

huyeron los cerrajeros,
uno en el imperio, otro en la comuna
depositándome en la puerta
de alguien que amaba cuarenta y seis sonatas
de Bach en su gabinete de curiosidades, decore
su hogar con insectos y nutrias, deje que Verne
escriba sobre el salvaje, proponga a Rimbaud
borracho la aventura de emularlo, al final
un catalán aficionado a los dardos se llevará
la palma durmiendo en hoteles de España y América,
en Orsay aún no es tiempo de arte y el reloj aguarda
Barcelona para fomentar el negocio ornando al rey francés
con monedas a incrementar en el Principado


La exposición

ensanchado en su barriga por lo Universal del 88, magno reclamo,
Ciutadella, Arco de triunfo, monos del parque, geología al pormenor,
mutación, escepticismo y fervor,
acudan al Paseo de Gracia con Caspe, crucen el billar del café Novedades,
admiren colecciones antropológicas, anatomía natural y patológica,
¡Hay un cafre meridional!
adquiéranlo por siete mil quinientas pesetas, su mujer lo usará de florero,
el niño y el perro tendrán compañero de juego y usted, caballero
un digno perchero con arpón para colgar el sombrero.

Nadie me quiso,

Antes de la vitrina

arriaron los fastos, derrumbaron hoteles, más se perdió
en Cuba pero ganaron nacionalismo, potenciando lo suyo,
despreciando lo ajeno, atándose ligueros
para amortizar su industria, Colón en barretina
No entendía rojo y negro del Paralelo,
Semana trágica, music hall proletario
exiliado del camposanto donde reposaban en panteones
prohombres petrificados por inyecciones en el almacén
de mi trentenal secuestro previo al traslado
junto al monstruo del lago,

El traslado

inédita criatura del abismo submarino,
réplica provinciana del mito escocés
acurrucada en planos estaños, mudez
rural agradecida al Frankenstein delaonion
por donar perversiones genéticas, aliento
al horror momificado en aras de estudio
para que los niños pudieran aprender
entresijos de la naturaleza
en un zoo hermético de cartón piedra.

En mi vitrina me designaron objeto 1004,
como el número gratuito de telefónica,
como una cláusula de rescisión futbolística,
era la momia de los billetes, fuente pecuniaria
monocroma, parada, eterna en mi postura
desinformada, estéril oasis, cronología.

Lafayette bayoneteando alemanes,
Josephine Baker en el Folies Bergère,
Jesse Owens humillando oros a Hitler,
Señoritas escarlatas, Sam en Normandia,
Rosa Parks, Little Rock, Ray Charles, Bikila descalzo,
independencias perfumadas, Marchas sobre Washington,
derechos civiles
y la absoluta desidia de darme lustre cada noche
para quitarme polvo en un ancla
que de las trincheras absorbió falanges,
suecas y hermanos con la cabeza gacha
al contemplarme en un patético villorrio
que me acogió como símbolo,
enchironada mona de pascua, caganer de mercadillo,
amenidad de pesebre embalsamada para
alegrar hogueras y villancicos
desconsiderados con Caronte,

1992

su Averno quería comandancias mafiosas
en sedes suizas, Babilonias olímpicas, cinco aros
para desentumecer grisicitudes, cantar himnos hipotecarios,
sentar bases para el eslogan y poner guapa a la puta
que con tanto fornicio destierra ciudadanos. Ya se sabe,
el extranjero paga más y mejor, adiós muy buenas,
dos semanas de himnos, fascismo deportivo, lucro televisivo,
rameras remotas que el remo agitó en mis dominios escandalizados
por un Doctor que firmó mi certificado de defunción ante
el retraso del cartero en la devolución del paquete,
extraviado en fariseísmos globales de paz y una igualdad
que sedimenta con cautela sus escombros en una homérica esquina,
ángulo ciego de su proverbial hipocresía .

Trastienda (agonía)

Al apagarse el pebetero del monte judío
la música volvió a su cajita, la otra parte
tuvo anemia de boicot y esperé otro largo lustro
hasta mi suplantación por un vídeo en el museo,
tecnología catapultándome a una trastienda
roñosa donde señoras de la limpieza
se asustaban, ratas y murciélagos, compañía
capaz de burlar al capataz que consignaba
mi agonía al aire acondicionado
de la cosa pública, rendida en el noventa y siete
al aburrimiento burocrático de vomitarme
al continente que engendró al bípedo elemental,

La penúltima humillación

liendre que en determinadas latitudes
se obceca en torpes maniobras carcamales
empacándome en camiones de mercancías,
emparedado en soeces maderas, vigor de ataúdes,
atávicos asfaltos temblorosos, erróneo suelo
irregular, Sagrera, rueda pinchada, dos porteadores
aupándome, tránsito de subsuelo, escaleras descendentes,
cuchicheos, máquinas expendedoras, próxima estación,
ladridos, vacua seguridad, eximio vagón,
no fumis al metro, malos humos, colectivo individualizado,
quiebra en la mediocridad del circo urbano
por la verborrea de un disminuido psíquico
que en el tubo vislumbró la inmensidad del amor
retenido en un reducto de su prehistoria que captó
el único instante, sala de mapas vaticana
en la insignificancia del desdén con doble moral.

El vacío

Tú eres Cristina
No
Tú eres Cristina

Tú eres Cristina
Aléjese
Tú eres Cristina
Me molesta
Tú eres Cristina
Mucha chusma
Tú eres Cristina
Me das pena
Tú eres Cristina
¿Y el cotolengo?
Tú Eres Cristina
Toma un caramelo
Tú Eres Cristina
Llamaré a la policía
Tú eres Cristina
No soy racista, pero…
Tú Eres Cristina
Hendricks
Tú eres Cristina
¡Ni se te ocurra!
Tú Eres Cristina
Je ne comprends pas
Tú eres Cristina
Hare krishna
Tú eres Cristina
Gilipollas de mierda
Tú eres Cristina
Mandril
Tú eres Cristina
Asco
Tú eres Cristina
Vete al Pryca
Tú eres Cristina
Grima
Tú eres Cristina
Yo soy Isabel la Católica
Tú eres Cristina
Impresentable
Tú eres Cristina
Mócate niñato
Tú eres Cristina
Pírate capullo
Tú eres Cristina
¿Qué quedo del darwinismo?
Bajó en la periferia, siempre quedarán
apestados que apuntar con el dedo
y calmar vuestras neurosis, siempre un cabeza
de turco dará fe del miedo occidental al
extraño, abrupta deformidad que aceptáis
llenándoos la boca de tolerancia
ornamentada en un bonito púlpito
con estatuillas, blasones distintivos
para apaciguar un malestar que os carcome
en la pocilga inconsciente de la tradición,

Sacra conversazione

La moreneta era mi novia,
no, era tu amiga con derecho a roce,
telepatía sacrosanta, romance en conserva,
velas virginales, cima mística
nos privaron de ser un dúo pimpinela
ojala bailáramos, Moulin Rouge
Come what may…
untarte mermelada en tu beatitud,
que me clavaras la lanza en la sacristía,
lamento la dureza de las despedidas,
pero regreso cuando otros aterrizan
para ocupar mi trono en el low cost
de la esclavitud posmoderna enladrillados
en la culpa que alimente barrigas y sombreros de copa
y dé otros créditos diametralmente opuestos al
de tu ostracismo sin Dios, amén,
¿Cómo es que había más monjas que negros?

Autopsia

con su pan se lo coman, en Madrid
una forense diseccionó lo auténtico de mi carcasa,
testa y tibias, ridículo féretro
que en Botswana sentó como unos callos
a las siete de la mañana, vergüenza histórica
matizada con honores de jefe estatal, capilla ardiente
El negro era de España
vino con un aeroplano de los bóers
y una lápida con faltas de ortografía
rememorando una injusticia redundante,
irremediable por mucho que mis huesos descansen
en un hoyo inabarcable, veneráis el boato
persiguiendo bosquimanos porque los diamantes
son los mejores amigos de la mujer
y no hay reserva que valga, es más práctico
emplear genocidios, cortar suministros
acuíferos, cancelar curtidas propiedades intangibles
y traicionar la raíz en la homologación del cangrejo
que se chuta Alzheimer, minotauro del laberinto
en la plataforma de un íncubo cúbico llamado Historia,

The end

Drogba, Emana, Weah, Milla,
un decenio después del sepelio soy un córner
futbolístico, verticalidad ágrafa, amnesia,
prescripción médica de merchandising
en las camisetas de los jugadores,
Incautos metecos que en la adoración
a sus ídolos sedan la ética acumulando
basura en el saque, navajas, caramelos,
y cucharas que en el consumo consuman
el epitafio porque sus sabios diagnostican
que el futuro no tiene ayer.

sábado, 19 de febrero de 2011

El segundo Lost Weekend de John Lennon en Standdart



El segundo Lost weekend de John Lennon: 18 de septiembre de 1973-28 de noviembre de 1974 por Jordi Corominas i Julián

Los primeros pasos de John Lennon tras la disolución de The Beatles han sido mitificados hasta el extremo. El recuerdo histórico que el músico ha dejado de su periplo entre 1970 y 1973 se nutre de estruendosas declaraciones, canciones protesta, sentimiento artístico vanguardista y un claro olor de contracultura expresada desde una radicalidad que vista en perspectiva se desdibuja por su verdadera condición, un enorme manojo de sufrimiento maquillado por la inevitable necesidad de afirmar su ego para desarrollar una imagen en solitario marcada indudablemente por su adiós a la tierra que le vio nacer y su traslado a los Estados Unidos en agosto de 1971, donde rápidamente hizo saltar las alarmas del gobierno federal presidido por Richard Nixon, bien flanqueado por J. Edgard Hoover en su paranoico intento de eliminar cualquier partícula sospechosa de subversión en la agitada atmósfera norteamericana. Lennon acarreaba consigo la condena británica por posesión de resina de cannabis tras su detención el 18 de octubre de 1968, el día después de terminar la mezcla del Álbum blanco junto a sus otrora colaboradores Paul McCartney y George Martin, de quienes echaba pestes a principio de los setenta, década que, como expresó Jim Morrison en L.A. Woman, vio cambiar el sentimiento de la alegría a una profunda tristeza, manifestada en Lennon mediante na actividad musical repleta de dudas, en plena simbiosis con su padecer personal y sus movimientos políticos que hasta le llevaron a financiar causas radicales de todo tipo. Los primeros años de la nueva década vieron como el otrora pletórico compositor ofrecía al mundo Lp’s de dispar calidad, desde el magnífico y confesional John Lennon Plastic Ono Band, metáfora musical de la terapia Janov, pasando por el sobrevalorado Imagine hasta llegar a su flojo y desgarrado grito reivindicativo, adalid de adalides, en Sometime in New York City, ciudad que le acogió y donde esperaba quedarse tras solventar sus problemas con el departamento de Inmigración en pos de obtener la ansiada carta verde de residente, que sólo conseguiría en 1976.



Durante este período el cantante estuvo flanqueado en todo momento por su esposa Yoko Ono. Eran inseparables y mantuvieron esa unión irrompible en todos los aspectos habidos y por haber. Sin embargo, y es comprensible, la polémica pareja era humana como todos nosotros, y bien es sabido que el flechazo inicial de Cupido no dura para siempre. En 1972 la fogosidad erótico-festiva del de Liverpool agotaba a la nipona. Ambos habían desarrollado con mucha naturalidad la cuestión de los celos. Poco importaba si él alucinaba por la calle viendo faldas, admirando contoneos y babeando con escotes. El amor estaba sellado, pero los nervios, finalmente, les jugaron una mala pasada. Para tener la tranquilidad en relación a su lucha para derrotar a la administración americana era fundamental que el candidato demócrata George McGovern derrotara a Tricky Dicky para alejar el fantasma de la deportación. La reelección del archienemigo encontró a John y Yoko en una fiesta organizada por Jerry Rubin. De repente el alcohol y las drogas, unidas a lo insoportable tensión del momento, hicieron mella en Lennon, quien no tuvo mejor idea que acercarse a una chica que no era de su gusto y llevársela al cuarto donde todos los invitados habían dejado sus pertenencias. Hicieron el amor sin reparos. Nadie podía irse. Yoko lo pasó mal, aunque entendió el germen del problema. Se fue a casa y días después le planteó a su marido la cuestión. Entendía su urgencia de otras compañeras sexuales. Sus colaboraciones artísticas seguían con el frenesí de siempre y nada podría cambiar esa simbiosis. No obstante convenía hacer algo. Lo debatieron, llegando a plantearse la opción del sexo homosexual, y decidieron que la mejor solución para evitar sufrimientos mutuos era que él se alejase un tiempo de Nueva York para que respirara y diera espacio a la relación. El 18 de septiembre de 1973, con Mind Games ultimado y listo para su promoción comercial, John Lennon tomó un avión a Los Ángeles junto a May-Pang, una chica chino-americana de veintidós años que había trabajado como ayudante para el binomio. Empezaba el Lost weekend. ¿Sexo, drogas y rock and roll?



Amistades, desmanes y destrozos: Haciendo el gilipollas echando de menos a Madre.
La sombra de Yoko era alargada. May-Pang la sintió siempre en su cogote, y a su favor huelga decir que fue una excepcional compañía para el autor de Dear Prudence, quien pese a todo compartió lecho con un sinfín de mujeres y sació su sed de diversidad. ¡Alto! No penséis que estaremos hablando sin parar de camas y fluidos. Lennon tenía e hizo amigos en la ciudad californiana. Uno de ellos era el reflejo más claro, con permiso de David Bowie, de los nuevos tiempos en el panorama pop. Elton John congenió al instante con su ídolo y sería fundamental para terminar con esta aciaga época, pero antes de la resolución llegaron nuevas complicaciones. Morris Levy era un tiburón de la industria, además de ser el propietario de la canción You can’t catch me de Chuck Berry, tema que Lennon plagió en el primer verso de Come together, Here come old flat-top. Para arreglar el desaguisado pactaron que John grabara tres canciones de su catálogo, a lo que nuestro protagonista accedió encantado porque nunca se cansó de decir que a él lo que le gustaba era el Rock and roll. De ese acuerdo surgió el proyecto Oldies and Mouldies, dirigido totalmente por Phil Spector, el supuesto genio del muro de sonido que destrozó Let it be. Las sesiones fueron un desastre. El productor acudía al estudio disfrazado de campeón de kárate, ciego o cirujano y llevaba una pistola bien visible en la sobaquera. Por su parte Lennon bebía, lo que nunca antes había hecho trabajando. Era el caos entre genios. Todo estalló cuando un buen día Spector, alocado y megalómano hasta los topes, disparó su arma al aire. Los expulsaron y tuvieron que trasladarse, sin el pistolero, a las instalaciones de los recién abiertos estudios de Record Plant West, donde no concluyeron nada, finiquitándose el asunto meses más tarde en Nueva York con el simple título de Rock and roll.





Durante esos meses angelinos los sobresaltos eran una constante, y no sólo eran ociosos como la leyenda ha hecho creer, en ocasiones cobraran matices más estrambóticos, como cuando John, que de vez en cuando visitaba la gran manzana por el asunto del visado permanente, recibió la visita de su primera mujer Cynthia acompañada por Julian. El clima enrarecido se mantuvo, si bien el letrista experimentó un importante cambio de actitud para con su primogénito, al que llevó varias veces, lo que para aquel entonces era un privilegio, a Disneyland. Estas buenas acciones eran un paréntesis en la perdición nocturna, cargada de anécdotas memorables en clubes como el Troubador, donde dicen las malas lenguas que en plena borrachera se puso una compresa en la cabeza y preguntó a una camarera quien era. La respuesta fue, como mínimo, contundente: Sí, un tonto del culo con una compresa en la cabeza. Este episodio es una nimiedad en comparación con otros acaecidos mientras residió en el Hotel Beverly Whilshire junto a Klaus Voorman, amigo de los tiempos de Hamburgo y ex bajista de Manfred Mann, Keith Moon, único destrozando habitaciones, Ringo Starr, ya sabéis quien es, y Harry Nilsson, a quien se empeñó en producir su disco Pussycats. Nilsson era un gran bebedor y un gran partenaire para provocar escándalos. El 12 de marzo de 1974, dieciséis días antes de empezar a trabajar en el álbum, ambos fueron otra vez al club Troubadour, y completamente beodos se pusieron a cantar a la espera del inicio del show de los Smothers Brothers. Fueron expulsados, Lennon derribó una mesa y en el exterior forcejeó con un empleado del aparcamiento. Había cámaras y la circunstancia era peligrosa para su pleito para permanecer en los Estados Unidos. Al día siguiente se le vio tranquilo, y sobrio, en un homenaje a James Cagney acompañado de May-Pang, lo que alentó los rumores de ruptura con Yoko entre la prensa, ignorante del verdadero deseo del músico, siempre telefoneando a su esposa para ver si le dejaba volver de una maldita vez.
Sólo faltaba, aunque las aguas ya habían vuelto a su cauce, la aparición de Paul y Linda McCartney. El encuentro en la cumbre se produjo el 31 de marzo de 1974, cuando los otrora líderes de The Beatles participaron en una jam session con Stevie Wonder y otras cuarenta personas, John a la guitarra, Paul, en ausencia de Ringo, a la batería. No hubo polémicas, pero el bajista declaró que si acudió a Los Ángeles fue porque Ono pasó por Londres para pedirle ayuda para solventar el difícil trance en que se hallaba, incapaz de solucionar la separación, que, poco a poco, se acercaba a su ansiado fin.




El retorno al orden: New York, un número uno y un concierto en el Madison Square Garden.


Entre las otras proezas de la etapa californiana cabe mencionar vandalismos varios, destrozos de mobiliario y cogorzas que se paliaban con la lucidez que lo transformaba en un inglés flemático, atento lector de periódicos, sublime conversador y brillante galán que optó por dar un golpe de timón aprovechando una ronquera, probablemente como causa de la eterna juerga, de Harry Nilsson. La única posibilidad para completar Pussycats era registrarlo en Nueva York, donde volvió a mediados de abril. Su primer movimiento fue convencer, en presencia de Ringo para impresionar a los ejecutivos, de lo bueno que era el futuro disco de Nilsson. La siguiente acción, otro punto de interés para retornar cerca del hogar, fue centrar parte de sus energías, ahora que los vientos soplaban a su favor tras el affaire Watergate, en visado. Otro paso trascendental fue grabar en julio de 1974 su álbum Walls and bridges, título con inequívoco sabor a cobijo, como si los muros de la gran manzana fueran una muralla que le protegía del mal. Uno de los temas del Lp, el festivo Whatever gets you thru the night, incorporaba el apoyo vocal de Elton John, a quien como contrapartida ayudó en su versión con un punto reggae de Lucy in the sky with diamonds. Ambos apostaron que si Whatever gets...escalaba hasta lo más alto de la lista de singles Lennon saldría en escena junto a su amigo. El sencillo y el álbum alcanzaron el número 1 y el monstruo apartado de los conciertos tuvo que cumplir su promesa el 28 de noviembre de 1974 en el Madison Square Garden.

¿Y Yoko?


Sufría, y mucho. Su proverbial condición de fría y manipuladora ejercía su tarea. La calma era su mayor aliada. Le contaba a su amigo y compañero sus ligues, reían de lo torpes que eran y también se explicaban sus progresos artísticos, lo que él aprovechaba de vez en cuando para ir al Edificio Dakota si sabía que ella estaba de viaje, craso error, porque Yoko cambió las cerraduras. Sin embargo, el 28 de noviembre mandó dos gardenias blancas iguales para Elton y su marido. Lennon, histérico perdido, hizo su aparición el recinto prorrumpió en una espectacular ovación. Intervino en tres temas y en el último se permitió una broma como en los sesenta al anunciar una canción de un antiguo novio mío del que me separé y que se llama Paul: I saw her standing there. Aún quedaban unas pocas jornadas de gloria para el mito, pero esa noche fue la más especial, porque al caer el telón Yoko fue a su búsqueda y ambos se cogieron las manos mientras, embobados, sonreían y se miraban a los ojos para reemprender lo que, quizá, nunca había terminado.


Escoltar el silenci en la Revista Bagant


Escoltar el silenci, per Jordi Corominas i Julián

D’Andrés Iniesta es poden dir moltes coses. Es meravellós perquè es comporta com una persona normal, i fins i tot no té problemes a l’hora de mostrar la seva casa plena de kitsch blaugrana on destaquen la piscina amb l’escut de l’entitat i els vitralls fotogràfics que recorden les gestes de l’equip de Guardiola. El jugador de Fuentealbilla serà recordat pels seus gols emblemàtics, però darrerament li vaig escoltar una frase digna d’un poeta: antes de chutar ése balón todo iba a cámara lenta. El mundo se paró y pude escuchar el silencio. Minut 116. Espanya 1- Holanda 0.
Escoltar el silenci. No és preciós? La nostra societat es caracteritza per una apoteosis sonora on sembla veritablement impossible trobar un moment sense sonoritats. Tornem al discurs de sempre. Visc a Barcelona, i a la capital catalana és una quimera percebre mudesa. Camines pel carrer a altes hores de la matinada i petites ones sonores acompanyen les passes dels vianants. Ara mateix escric a la casa del poble i tinc la música a tota pastilla. No importa. Sé que si apagués la minicadena podria gaudir d’un estrany instant de quietud que potser només destorbarien els ocellets del pati. Iniesta és un privilegiat. Nosaltres mai tindrem els seus diners, i segurament viurem durant uns quants anys preocupats per arribar a final de mes. Es parla molt de qualitat de vida, de la inevitable urgència de superar les dificultats per a perfilar un horitzó més positiu. Sembla complicat perquè ens hem acostumat, claudicant, a les dinàmiques capitalistes de velocitat i èxit de pa sucat amb oli.
Escric aquestes paraules perquè sento que determinats valors com el sacrifici es perden a causa d’un cinisme que no valora certs aspectes que abans eren cabdals. Si hagués nascut fa mig segle ho tindria tot més a l’abast. Sóc de la generació que viurà pitjor que els seus pares sense que importin gaire les capacitats adquirides. S’ha prostituït l’ètica i el món s’ha desnaturalitzat des d’una perspectiva de desig errònia. Dècades enrera la lentitud era el paradigma que generava virtut. L’home era artesà i ara l’han transformat en màquina. Escoltar el silenci hauria de ser senzill. Ens ho impedeixen i no ens rebel·lem. I és ben trist.


Foto: JCJ

jueves, 17 de febrero de 2011

Crónica del show loopoético en el Freedonia, 10 de febrero de 2011





Si algo os gusta en Loopoesia es la capacidad que tiene el proyecto de transformarse y cambiar. Este año nuestra apuesta se centra ne ofrecer un espectáculo completamente diferente. En otros tiempos ofrecimos nuevos poemarios. Eran nuestra novedad, como si el cambio de dígito en el calendario fuera la oportunidad para presentar un disco diferente. En noviembre de 2010 preparamos la metamorfosis arriesgando con la misa loopoética, un show totalmente distinto a lo visto anteriormente, tanto por estructura como por contenido. Las performances de nuestro bienio inicial se modificaban con facilidad manteniendo una esencia escénica y, si me apuran, de objetos representativos, por lo que urgía revolucionarnos.



En verano empezamos a pensar el nuevo tema. La primera idea fue escribir una suite que viajara en metro y enlazara los versos con las estaciones. Sin embargo, la mente pedía otra cosa. El negro de Banyoles era uno de nuestros iconos, y claro, ya se sabe que el roce hace el cariño. Jordi Corominas se empapó de su historia, contagió a Laura Fillola y desde ése instante todo fue ponerse manos a la obra, documentarse, contrastar e imaginar una suite loopoética que contará con pelos y señales las vivencias del pobre bosquimano disecado que penó más de 170 años hasta reposar en un sepulcro que los jóvenes de Gaborone (Botswana) usan como corner para jugar al fútbol. Los símbolos desaparecen y la velocidad del balón monetario, sueño de fuga, se impone.




Corominas se reunió con Jean Martin du Bruit en enero de 2011 tras culminar el poemario. El enmascarado se juntó con Lola Farigola y esperaron acontecimientos. El anónimo toledano estaba desaparecido, por lo que Du Bruit compuso la música que acompaña a los poemas. El negro es llamado eufemísticamente hombre de color. Pues bien. Policromía. Maniquíes, demasiado caros. Los homínidos son cerdos que tratan a otros como gorrinos. Imágenes naranjas, verdes, amarillas, no en plan pastillas, sino como reclamo escénico metafórico. Un esqueleto colgando. Proyecciones. Un balón de fútbol. Un monopatín. Confeti. Una muñeca rubia alienizada. Paraguas. Un corazón rojo pasión. Elementos para despertar al respetable y permitirle, con 347 imágenes proyectadas que siguen el ritmo discursivo del poemario, sumergirse en una atmósfera desconocida. Sabemos poco del negro, y por eso es grato recordar que muchos espectadores nos agradecieron haber montado una performance donde gestos, bailes y versos acompañan al espectador en un universo que trasciende el racismo y exhibe necedades, evoluciones históricos, inmovilismos crónicos y la constatación de la estupidez occidental, desde el concepto de inferioridad hasta la hipocresía final moldeada a base de simbolismos político-sociales.





El debut en el Freedonia: antes del show



Estábamos nerviosos. Montamos todo con esmero, probamos el sonido, importantísimo al ser inédito porque ignorábamos su efecto en el escenario, y salimos a tomar unas cervezas. Free Fall Man nos precedió con su rock bluesero, agitando mientras la sala esperaba llenarse. Era jueves. El Freedonia tiene un local para actuaciones increíble y Coke es un crack. Abrimos taquilla. La música sonaba. Iba llegando gente, 40 dentro, 20 fuera, esperando quien sabe qué. Jean Martin, nervioso, vio que un nutrido grupo iba a colarse cuando cerrara la billetería y estalló. No es bonito acceder al espectáculo en el momento en que no se cobra, es oportunista y una evidente falta de respeto a los que ya han pagado. También para los otros grupos. Esta falta imperdonable, son cosas que uno se guarda y no debe mencionar así con personas ansiosas por divertirse, aumentó los decibelios. Jean, enmascarado pero con un traje negro combinado con camisa amarilla, distendió el ambiente durante cinco acelerados minutos, se calmó entrando en calor y procedió al ritual de pedir silencio para anunciar el inminente estallido de los fuegos.






El show: El negro de Banyoles in the sky with Diamonds

¡,3,4,2,4,3,2,4,1,2,4,3,1! BOOM! Una explosión sacudió la sala. Lola Farigola transportaba los objetos loopoéticos de 2011 mientras la música iba de Iker Jiménez pronunciando crispado el nombre del protagonista de la velada y la voz grabada de Jean, con la melodía del equipo A de fondo, advertía de lo que se avecinaba. Cerdos, monopatines, balones, bailes, delirios. Cinco minutos, un poema del negro en Frankfurt, Cola-cao y adiós introducciones. Jean fue al micro, Lola se relajó, se produjo una minúscula pausa y sorpresa. El enmascarado dejó de serlo alegando que habíha venido para hablar de un hombre maltrato por esos hombres, y por eso debía ponerse a la altura y comentar sin intermediaciones que ocultaran. Situó al respetable en 1830, contó las teorías sobre el robo del cadáver del bosquimano, narró el proceso de embalsamación, la corrupción del cuerpo- la columna de alambre, el torso embetunado y rellenado con serrín, los ojos de vidrio- y el tránsito hacia su futura aventura marítima camino de Francia. Se retiró del micro e irrumpió Farigola, soberbia como siempre, dinámica y entusiasmada al tener, la gente te sentó, mucho espacio para moverse. De África pasamos a París, de París a Barcelona. La estructura está meditada para que el público entre en la historia mediante la síntesis de las explicaciones que dan paso a los poemas grabados que danza Farigola interpretando con sus gestos el sentimiento que impregna la historia en cada punto tratado. La continuidad sale natural y el refuerzo escénico, desde el confeti de la expo universal de 1888 hasta el monopatín del viaje de retorno, catapulta el show hacia un no parar más pausado pese a su velocidad. El único gran error del primer día de la nueva performance fue el excesivo dispararse de Jean Martin. Seguramente, podemos estresar, los asistentes hubiesen agradecido un paréntesis entre tanta energía. Tomamos nota, porque así también favoreceremos la concentración. Queremos risas, aunque sobre todo queremos que quien venga piense a través de nuestra mezcla entre poesía, danza, música, teatro y audiovisual, que las ideas exprimidas floten en su cabeza para formular preguntas y desear asimilar lo visto, bien sea repitiendo la experiencia, bien cuestionándose detalles más allá de lo casual.






Íbamos como la seda, la melodía funcionaba y aún faltaban los platos fuertes. Podéis observar que no estamos desvelando tampoco mucho. Si lees esto y nos viste comenta aquí tus recuerdos. Se agradecerá. Nosotros los tenemos, pero estábamos obsesionados por el cumplimiento de la estructura, la cuadratura del círculo en el debut. La primera parte es tranquila e intensa, no puede ser de otro modo. El negro malvive en una vitrina de Banyoles durante 76 años. Su raza progresa mientras permanece enclaustrado para que turistas y niños visiten su estampa. Stockhausen, Shining, la Internacional. Siglo XX. Llegan las Olimpiadas del 92 y su destino atisba despedida. Un camión de mercancías quiere depositar su pantomima en el aeropuerto antes de su envío a Botswana. Hay un accidente. Veneeciaaaaaaaaaaa. Desquicio.








Bajan al metro, donde un retrasado mental, miedo a lo exótico en versión posmoderna, aterroriza a los concurrentes con una frase. Tú eres Cristina. Único amor en su vida, tragedia de la minucia. La música vira, se rebela y refleja el viaje interior del chico. El negro calla un momento y en el check in reza para que aparezca su novia, la moreneta. Ambos se encuentran para darse un último beso, les precede Pimpinela, les acompaña Love story. El vuelo parte y una pregunta surca la superficie. ¿Cómo es que había más monjas que negros? La infancia y ése país atrasado con resaca franquista. El bucle aspira a que participéis relatando en vivo vuestra pérdida de virginidad visual en la España de charanga y pandereta que guió nuestro crecimiento. Esta vez nadie se atrevió y marcamos el ritmo con Thriller hasta llegar al retorno del negro y la falsedad de tanto honor cuando deportan a los de su tribu porque residen en reservas repletas de diamante. Hitler+Marylin y la conclusión, otros cinco minutos muy futbolísticos del que no desvelaremos nada. Pasaros por Loopoesia, escuchad la mezcla, dejaros seducir por el baile de Lola Farigola y el púlpito cercano de Jean Martin. El negro os quiere. Somos amor.

Agradacimientos infinitos a Juanma Vive por sus maravillosas fotos.





El próximo show loopoético se celebrará en el Bar Macondo el sábado 26 febrero a las 22 horas. Gratis. Sed puntualesJ)




Loopoesia es amor