domingo, 21 de agosto de 2011

Hombres de Laurent Mauvignier en Revista de Letras


La moralidad pervertida del desconocimiento: “Hombres”, de Laurent Mauvignier
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 19.08.11


Hombres. Laurent Mauvignier
Traducción de Antonio-Prometeo Moya
Anagrama (Barcelona, 2011)

Por algún extraño motivo las fiestas de cumpleaños siempre han sido un objeto de conflicto en cine y literatura. Las celebraciones suelen condensar en un espacio muy reducido a muchas personas que comparten vínculos sanguíneos o de amistad, lo que naturalmente muchos creadores han usado como perfecta excusa para generar tensiones capaces de enhebrar una buena historia. Mientras escribo estas líneas pienso en Helmut Berger en la maravillosa escena inicial de La caída de los dioses de Luchino Visconti, pero el libro que nos concierne tiene otro tipo de matices que virarán a un pasado de guerra capaz de alterar por completo la personalidad de los hombres protagonistas de la novela de Laurent Mauvignier.

Situémonos en un pueblo francés, no importa mucho la fecha presente. Solange cumple años rodeada de sus seres queridos. El ambiente es jovial, la fiesta procede con ingredientes típicos. De repente irrumpe el hermano maldito, Bernard, sesentón cansado de todo, borracho al que odia la mayoría por su hedor y costumbres, despojo humano, fuego de leña en su carné del seudónimo con escaso futuro por una decadencia que pocos entienden al no haber vivido su calvario de juventud. Pero eso, seamos claros, no lo sabemos mientras la música se congela y el silencio anuncia la explosión emocional del despropósito. El buen Bernard, simpático por su patetismo, sabe que a su hermana le encantan las joyas, por lo que ha comprado un broche que levanta suspicacias. ¿Cómo un tipo sin oficio ni beneficio puede adquirir tan preciado tesoro? Las sospechas se convierten en quejas, las quejas en insultos, los insultos en un quitarse la máscara de la tolerancia para exhibir el don de la bondad hipócrita de quienes teniendo la vida solucionada se creen con el derecho de emitir juicios morales. El clamor por su expulsión del convite encierra una ira que deriva en otra. Bernard tiene insertado en su disco duro cerebral un odio eterno a los árabes que estalla cuando aparece en el evento Saïd, el primer magrebí que llegó al villorrio allá por el lejano 1978. Su irrupción nos acercará al quid de la cuestión en forma de allanamiento de morada para asustar a los hijos y a la mujer de su enemigo racial. Cuando la información se expande las autoridades del pueblo, hartas del comportamiento de nuestro protagonista creen que lo mejor será denunciar el hecho para acabar con tanta absurdidad en la fechoría y en un bar se discute del tema. Entre los tertulianos está Rabut, primo del monstruo a quien comprende porque conoce muy bien las razones de su transformación al haber compartido con él periplo militar en la ya lejana guerra de Argelia, cuando muchos jóvenes franceses fueron reclutados para luchar por nada, porque los acuerdos de Evian aceleraron el proceso de independencia de la antigua colonia del Hexágono, dejando la lucha arrinconada y el sacrificio de las armas aparcado.

Laurent Mauvignier (foto: Anagrama)

Y aquí ya tenemos los ingredientes. Mavignier es sumamente hábil al entroncar el acontecimiento clave de una jornada, la trama transcurre a lo largo de veinticuatro horas, con las partes ocultas de una biografía anónima, lo que hace de Hombres el título perfecto de su novela. La gente de la calle suele ignorar las teclas que han pulsado las vidas ajenas. Caer en el tópico es fácil. Bernard no es un alcohólico desquiciado porque sí, siempre hay razones para una conducta y aquí un flashback solventa el enigma. De la negra y sobresaltada noche del siglo XXI nos trasladamos a esa Argelia donde el destino optó por la tortura visual de lo bélico, el amor y la madurez prematura de unos chicos menores de edad que no estaban preparados para empuñar un fusil y combatir contra el Frente de Liberación Nacional en esas áridas tierras que clamaban por liberarse del yugo colonizador. Bernard y Rabut dejan atrás sueños, incorrecciones, rencores y mientras creen oler el puerto de Marsella se embarcan en una pesadilla que en realidad es un viaje iniciático de imprevisibles consecuencias.

El autor describe la contienda con frialdad. En algunas páginas asoma El desierto de los tártaros de Dino Buzzati y esa vista puesta en un horizonte donde no aparece nadie. Castañean los dientes, el horror es incendio y la rutina del regimiento tiende sus redes y el único respiro es el permiso a Orán para volver a la normalidad de lo humano con cerveza y mujeres, esa Mireille que encandila a Bernard y le hace albergar deseos de formar una familia y montar su taller mecánico en París para desterrar lo rural y sentirse independiente de una vez por todas. Entre el anhelo y la realidad media un mundo de inseguridades, un universo que nos parecerá arcaico por mucho que hasta hace bien poco marcara la pauta. Cartas, desengaños, desconocimiento que conduce a precipitarse y mucho callarse la boca en un ambiente hostil sólo por lo que conlleva haber presenciado matanzas, violaciones y saber que un día quizá el boleto pueda tener tu nombre y tu placa, porque los soldados son un número, retorne al hogar para certificar tu defunción.

Mavignier juega con dos desenlaces y a partir de ello hilvana una estructura que va saltando de lo pretérito a lo actual de la ficción mediante varias voces narrativas que nos permiten entender los movimientos de los personajes tras su padecimiento norteafricano hasta alcanzar la fatídica fecha que articula todo el entramado. Cuatro décadas antes acaeció un “no retorno”, un bloqueo imposible de aparcar entre la coincidencia y las minucias de lo privado, y ése punto, tan simple y tan complicado al mismo tiempo, determina un comportamiento y altera el orden sin que los demás puedan hacerse claramente a la idea porque lo que no se vive cae en la opinión banal a la que tanto nos hemos aficionado en esta triste era de conformismo y maldad gratuita.

Es posible que algunos digan que estamos ante otro libro sobre la guerra de Argelia, otra obra que quiere regodearse en el íncubo marcial para resucitar fantasmas y polemizar gratuitamente. El lector español no tiene los datos del francés y en general desconoce la trascendencia de esos años en el país vecino. Laurent Mauvignier, en un ejercicio que puede recordar a determinadas operaciones norteamericanas con los veteranos del Vietnam, los aborda con sensibilidad y, si bien en algunos pasajes corre el riesgo de hundirse en el cliché, lo evita con soltura para completar un interesante acercamiento, un profundo lamento contra el poder del poder y la arbitrariedad con la que valoramos las acciones de nuestros semejantes.

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