lunes, 19 de diciembre de 2011

Trenquem el gel en "Se fue al otro barrio" de Bcn Mes

Trenquem el gel, by Jordi Corominas i Julián



El glorioso Ayuntamiento de Babilonia no escarmienta ni con su cambio de siglas. No, nada de alarmismos. BCN sigue campando a sus anchas, eso es irremediable, la marca se ha impuesto y los podadores de Convergència i Unió no quieren renunciar al supuesto maná de dinero. Dicen que escasea la moneda, que nos vamos a pique sin Shakira, y por eso no hay nada mejor que imitar a los predecesores en absurdos dispendios de hondo significado ciudadano.

Jordi Hereu, al que echamos de menos porque es demasiado fácil reírse de los defectos de Trias, financió con dos millones del presupuesto municipal la producción de Vicky Cristina Barcelona de un director neoyorquino aficionado a pedir fondos a ciudades de media Europa en el otoño de su carrera. La postalita de Woody Allen fue, o eso pensábamos, el punto y final de un despropósito que ahora el heredero electo en las urnas amplía con sus setecientos mil euros para convertir la Plaça de Catalunya en una pista dy hielo donde niños, adolescentes, adultos y ancianos podrán patinar si pagan un módico precio.

La nueva reafirmación del parque temático babilónico genera un alud de cuestiones que van del genocidio al fascismo sin olvidar el pase por caja. En primer lugar me preocupo por las palomas. ¿ Estamos ante un holocausto animal de gigantescas proporciones? Las ratas voladoras eran las reinas del paraje. Todo el mundo las detesta. Son tan odiosas que si lo desean pueden asesinarlas impunemente. Tranquilos. La acción, o eso creo haber leído en un extraño momento de lucidez, está exenta de multa. Meen, escupan, beban en la calle y recibirán la ira recaudadora. Para el resto de cosas están ellos, tan pulcros que ocultan un exterminio masivo on the rocks, algo típico de beodos neoliberales.

Las aves causarán un vacío y el estiércol desaparecerá en sentido físico. Los turistas cambiarán su estilo, y las fotos de niñas asustadas por excitaciones pajariles, alpiste y señores de color durmiendo en la piedra cagada del círculo entre el Corte Inglés y la FNAC.

Las estatuas sonríen. Adiós caca, lucirá el sol en los torsos desnudos que rodean el recinto, implacable al desterrar desde el dos de diciembre, fecha inaugural del engendro, a sus vagabundos y ladrones. Limpieza sin escobas asimismo perpetrada con el grupo que refundó la Plaza desde premisas reivindicativas. Hasta el dieciséis de mayo de 2011 el centro de nuestra querida urbe sin orbi era ausencia de acontecimiento, un desagradable tránsito entre el Modernismo y lo canalla que no permanecía en la memoria por su nada de esplendor besucón en la hierba, imposibilidad de quedar con nadie y desprecio colectivo a su Historia, que a muchos sorprendería. A imitación de Madrid, que desde entonces ha llevado la iniciativa, surgió un movimiento que con el tiempo va concretándose. Esos días fueron emocionantes y caóticos. Los hijos de papá veinteañeros catalanes fastidiaron el consenso de mínimos y confundieron conceptos al abrazar máximos y no ir directos al grano de la realidad, pero dotaron de significado a un enclave moribundo. La Plaça de Catalunya recobró la dignidad de ser paseada sin vergüenza ni hastío porque era en sí misma una esperanza de futuro. ¿Y si la ciudadanía vuelve a reunirse? ¿Y si los súbditos se rebelan?
Esta opción queda descartada durante el mes previo a los recortes de Chips Rajoy Division y la inminente aplicación del entusiasmo electoral en forma de tijeras manejadas por Artur Mas. Privatizar el rovell de l’ou de la protesta es anular libertades y desmontar un vocabulario simbólico. Desde mi punto de vista se amplían los motivos para luchar o reinventarse. La liquidación de una referencia puede interpretarse como una muestra de ceguera política. La plaza fue el nacimiento, la chispa de un retorno , por parte de unos pocos que deberían crecer mucho más, al inconformismo. El segundo tramo de la película ideal iría hacia la reflexión canalizada con lógica.


Y eso es algo que no se puede obtener sin los jugadores de ajedrez de Plaça de Catalunya, aquellos señores que en el cuadrado que circunda la estatua desnuda que protege a Macià juegan a su deporte favorito, anónimos habitantes de Babilonia que con las fichas activan la sinfonía que nos mantiene vivos y enciende las luces. Su desaparición cancela y metamorfosea la realidad en un reloj congelado. Trenquem el gel.

1 comentario:

Antonio Tello dijo...

Estás enlazado a mi blog de lecturas. Un abrazo, Jordi