jueves, 26 de enero de 2012

Diez ingleses en Panfleto Calidoscopio



Diez ingleses, por Jordi Corominas i Julián

I

Nunca veo muertos, por lo que no puedo repetir la frase del niño de El sexto sentido. Lo que sí tengo claro es que la mayoría de mis ídolos se fueron al otro barrio hace tiempo. Puede que sea por formación, nada deforme, sólo amasijos de lecturas y vivencias que me han hecho ver las cosas claras y tomar unos referentes que siempre pueden ampliarse porque la lista de personajes admirados se genera a lo largo del camino, sin límites ni distinciones de clase o época.

Muchas veces pensé mientras leía en una identificación el biografiado. El último caso, y es justo empezar por el final, es el de T.S. Eliot, pero no es nada postrero, sino más bien una compañía que ya lleva más de un lustro dándome la mano. El vanguardista de La tierra baldía me da fuerzas porque al devorar sus versos noto una afinidad de fondo muy poderosa. No se trata de emular al ser adorado, la idea es aprender de los que nos precedieron, actitud que parece muy demodée en el siglo de lo instantáneo. Curioso que alguien rápido vaya contracorriente por asumir la lentitud del pasado, caldo que debe saborearse bien si queremos captar sus lecciones, en absoluto definitivas, simples cuencos que esperan una boca que desee catar su caldo y su calado.

II

Redacto el elenco de manera automática. Una vez hice un artículo para el Panfleto de diecinueve minutos. Sesenta y dos años transcurrió Winston Churchill en la Cámara de los Comunes. Solemos imaginar al gran líder de la Inglaterra de la Segunda Guerra Mundial con su rostro de buldog y el sempiterno puro en los labios. El signo de la victoria. Sus discursos. Las palabras históricas. El hombre más grande del siglo XX fue aventurero, ganó un Nobel de literatura por sus crónicas y hasta se permitió el lujo de sepultar una época al morir en enero de 1965 y regalar a Su Majestad un entierro en color para un período en blanco y negro. No sé el extraño motivo que impulsaría a un adolescente barcelonés a fascinarse por un británico fenecido años atrás. Supongo que nadie supo condensar tan bien en su personalidad los matices de la musa Clío. Si pudiera escoger una sola entrevista elegiría a Churchill sin dudarlo, podría pasarme la vida entera charlando con él.

III

O con Lawrence de Arabia, aunque esta opción responde más a un impulso romántico de alarma por la extinción de una llama que ha acompañado al género humano desde su nacimiento. Napoleón fue un mito por su osadía, y puede que el odio impregnara las mentes de los pueblos que conquistaba. Sabemos que, en parte, no fue así. Goethe lo consideraba un involuntario portavoz que expandía la Ilustración, y lo mismo puede decirse de T.E. Lawrence en clave árabe. No importaba la Revolución, el interés radicaba en tener una oportunidad para soñar y alcanzar un estrellato para el recuerdo. Pregúntenle al Che Guevara, último estandarte de la casta.

IV

Churchill sepultó con el oropel de su adiós una idea de mundo que se resistía a cedir el testigo a las generaciones más jóvenes. El cambio de hábitos y el swinging London me catapultan a un terreno demasiado conocido, por lo que seré escueto. Ayer terminé el documental que Martin Scorsese ha dedicado a la memoria de George Harrison. El instante más destacado de la cinta sucede al final de la primera parte, cuando el guitarrista se da cuenta que ha adquirido una libertad suficiente para volar más allá de The Beatles. El pipiolo de la banda invita a una sesión de The White Album a Eric Clapton para motivar a los demás. Sin saberlo se ha erigido en líder porque aporta soluciones y la muestra con contundencia y un toque sutil.



V

Lo que intentó sin tanto tino su colega McCartney, un genio que por exceso de energía corría el riesgo de arruinar sus propios planes. Cuando se quedó solito aceptó el destino a regañadientes. Es fácil criticar a Paul, pero me gustaría ver a todos esos sabios del mañana tocar todos los instrumentos, tener sentido melódico o apostar fuerte por mantener una idea y llevarla a cabo. Aprecio al compositor de Eleanor Rigby por más motivos. Los mencionados en estas líneas bastarían para justificar cualquier existencia. Si eres muy bueno te pedirán más. O se morirán de envidia.



VI

Otro habitante de las Islas que figura en mi panteón es William Blake. T.S. Eliot, volvamos al maestro, opinaba que el polifacético artista pecaba de exceso porque quería hilvanar su propia filosofía, lo que sin duda perjudicaba su técnica lírica. El poeta de los Cuatro cuartetos habla desde la sapiencia que da ver las cosas con perspectiva. Le reconoce un valor innovador, indudable si pensamos en las discusiones del último Setecientos, en los temas, algo aplicable también a su pintura, que sigue hechizándonos por un extraño misterio que bien puede corresponder a la peculiar mezcla de una línea muy marcada con colores atrevidos y con sonrisa de esbozo, como si Blake dejara huecos para ayudarnos a encontrar la intención de lo incompleto, el blanco a rellenar interpretado desde lo psicológico.

VII

Lo he dicho en otros sitios. Me divierte sobremanera el recochineo que cierta literatura española del siglo XXI tiene para con Martin Amis. No sé si es un guiño de aprecio, una burda maniobra de la desfasada posmodernidad o un anhelo oculto de recibir su talento. Amis es el jefe de filas de una quinta extraordinaria en la que figuran Julian Barnes, Ian McEwan y Jonathan Coe. El único que no ha logrado engancharme es el narrador de Expiación, y sé que no es culpa suya, aún no hemos congeniado, es cuestión de una buena carambola que encaje las piezas como ya ocurrió con los demás. Amis y Experiencia, una obra maestra, de lo mejor que he leído en mi vida. Barnes y su versatilidad. Coe, el humor de la nada y su dominio de la Historia desde la novela, algo que le equipararía a la española con Martínez de Pisón, escritores que más que por un libro deben juzgarse por la unión de las teselas de su mosaico.

VIII

La superioridad británica es la constatación de un fuerte complejo de inferioridad continental. Sí, vale, de acuerdo. En los sesenta ya teníamos bastante con dar de comer a la familia, gozar del teórico progreso y ligar con suecas. El retraso endémico de España ha llevado a que, de golpe y porrazo, hayan surgido como setas varias modas urbanas que quieren reivindicar una modernidad que sólo reivindica una estética imbécil con gafas de pasta, ropas estridentes y uso de anglicismos para ser cool. Es, como siempre, una estrategia de marketing de unos pocos que obvian la actitud, y sin ella no se va a ningún lado. Si el swinging London tuvo sentido, podría hablarnos de ello si viviera Michelangelo Antonioni, fue porque con la moda erigía una barrera que separaba lo antiguo de lo moderno y daba alas a la rebelión sin pólvora. Policromías para manifestarse y destacar, sí, con clase, intencionalidad y unas ideas muy definidas por evolución y toma de conciencia, no por caer en la falacia e inventar descubrimientos de Griales en mercadillos de pacotilla. Ser neutro da asco, y ya es hora que montemos un cementerio para el mimetismo trasnochado.

IX

En Saint James Street hay una tienda de calcetines. Mis viajes a Londres tienen un único punto de pasaje obligatorio. Converso con el propietario, me ayuda a comprar los que faltan a mi colección, intercambiamos información sobre cómo nos van las cosas, pago, nos damos la mano y me despido con una sonrisa porque su amabilidad no tiene precio.

X

Enrique VIII es famoso por la serie protagonizada por un actor bello y suicida. El Rey por antonomasia clausura el decálogo por sus narices. ¿No estáis de acuerdo conmigo? Tranquilos, fundo mi propia Iglesia y adiós muy buenas. Ejemplar. Y valiente.

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