martes, 31 de diciembre de 2013

Federico García Lorca en Nueva York y La Habana: Cartas y recuerdos



Federico García Lorca en Nueva York y La Habana: Cartas y recuerdos, por Jordi Corominas i Julián
Christopher Maurer, Andrew A. Anderson, Federico García Lorca en Nueva York y La Habana: Cartas y recuerdos, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2013

Hay encrucijadas que el público conoce a través de su leyenda. Cuando penetra en su interior se sorprende y goza porque el mito cobra forma humana y desde sus defectos podemos comprender mejor sus virtudes. En este sentido está bien claro el antes y después que para Federico García Lorca supuso cruzar el charco. La publicación en 1927 del Romancero gitano le brindó el éxito anhelado, difícil de gestionar y repleto de tópicos que duran hasta nuestros días. Daba la sensación que el triunfo venía envenenado y se aliaba con otras facetas de la existencia para complicar la vida al que con el tiempo se ha erigido como el poeta español más conocido del siglo XX.

Lorca no pasaba por una buena época en 1929. La historia canónica nos hablaría del viaje por Nueva York, Vermont y Cuba, lugares propicios para una transformación que en verso cosechó un libro excepcional y en las tablas una obra donde las máscaras caían y la modernidad campaba a sus anchas.

Hay más, y lo han recopilado con maestría los profesores Maurer y Anderson en un extraordinario volumen editado con su habitual maestría por Galaxia Gutenberg. La obra compila el epistolario lorquiano del período, una cronología completa del mismo y la sucesión de recuerdos de todos aquellos que vieron, pensaron y hasta imaginaron a nuestro protagonista en su estancia entre la capital del mundo y la antigua colonia española.

Las cartas que escribió el mismo Federico muestran a un hombre encantado con la experiencia de perderse en el marasmo desde una relativa calma propiciada por su estancia en la Universidad, excusa de un itinerario donde las mentiras que cuenta a sus padres, siempre bien informados de sus andanzas, son más bien piadosas en pos de justificar el dinero recibido. Es gracioso comprobar cómo en las epístolas se cuenta una ficción que, obviamente, poco o nada tiene que ver con la realidad neoyorquina del poeta, entregado al descubrimiento de un universo donde su carisma hacía innecesario aprender inglés porque sabía ganarse a cualquiera sin hablar, sólo con su presencia. Esta magia le abrió las puertas de una atribulada vida social en la que conoció a escritores de todo tipo mientras se sumergía en el conocimiento de la negritud que paragonaba a lo gitano, idea que evolucionó en La Habana, cuando comprobó que la musicalidad de la isla tenía un color único, ciertamente incomparable. Ese compás inédito es una buena metáfora del significado de su estancia en el extranjero, fuga e iluminación a partes iguales.



En las cartas vemos a un hombre que vive la Historia en directo, el episodio del crack bursátil de 1929, y se preocupa ante la incertidumbre de su país, en plena agonía de la dictadura de Primo de Rivera. Asimismo se percibe una nostalgia casi infantil, de niño protegido que debe volar pese a querer volver al nido para seguir con su periplo existencial y literario, aliñado durante su experiencia ultramarina por el contacto con tradiciones que dotan a su pluma de otra dimensión y refuerzan la afirmación de su propia sexualidad.

Federico García Lorca mitigó la distancia del terruño por la ingente presencia española en la urbe estadounidense y en la capital cubana. Los recuerdos muestran como Ignacio Sanchez Mejías, la Argentinita, Dámaso Alonso, García Maroto, Fernando de los Ríos, León Felipe, Julio Camba y otros compartieron charlas, horas y risas con el poeta, de quien se dibuja un retrato que fluctúa entre la crónica y el espejismo de su posterior encumbramiento trágico. Alguna que otra anécdota tiene el trazo de improbables recuerdos. Si bien se especifica que Nueva York tenía un aire fresco, donde todo el mundo se conocía, suena incierto que Hart Crane y el granadino intimaran en casa del primero entre marineros y diversión.




El volumen se centra más, sobre todo porque hay más documentación, en la fase norteamericana. Sin embargo la unión de las piezas transmite la sensación que el cambio con mayúsculas llegó en Cuba, donde puede que ciertas similitudes con ciudades andaluzas y el idioma hicieran de la estancia una especie de paraíso de liberación que afirmaron la personalidad del autor de Bodas de sangre, cambiado de pies a cabeza, más consciente de sí mismo, con menos inocencia y un tono más rudo que captó Norma Bricknell en la despedida, como si la alegría hubiese virado hacia otro estado, mutación de crecimiento, avance hacia la consolidación de un estilo que enterraba el pasado y fusionaba dos esferas en una sola mente que desde entonces supo hilvanar el entusiasmo por su tierra con las dadivas de otras latitudes siempre beneficiosas. 

viernes, 27 de diciembre de 2013

Calentando motores para Loopoesía 2014





En 2014 Loopoesía cumple cinco años. Hemos cerrado 2013 en Chile, bien recibidos entre recitales, talleres y un show en La Furia del Libro. Para conmemorar nuestro primer lustro de existencia presentaremos "Al aire libre", poemario prologado por Iván Repila, que articulará nuestro espectáculo, que como siempre mezclará versos, música, proyecciones visuales, teatro y recitación en directo.

Como es comprensible no tenemos cerrado el calendario de todo el año, pero podemos avanzar la programación del primer mes, que será la siguiente.

1.- Recital "Al aire libre" en la Librería No Llegiu de Poblenou, sábado primero de febrero de 2014

2.- Presentación barcelonesa en el Teatro Porta 4: Sábados 1, 8, 15 y 22 de febrero

3.- Presentación madrileña en Fnac Castellana: Viernes 28 de febrero de 2014

4.- Recital "Al aire libre" con Gonzalo Escarpa, sábado 1 de marzo en Madrid, lugar a confirmar.

5.- Fiesta con motivo del quinto aniversario en Barcelona: 14 de marzo de 2014, lugar a confirmar.

6.- Loopoesía en el Centro Párraga de Murcia. Jueves 20 de marzo de 2014.


Loopoesía es amor

lunes, 23 de diciembre de 2013

Entrevista en la revista Chilena 60 watts




Esta semana recién pasada nos visitó en Chile el escritor Jordi Corominas (Barcelona, 1979). Poeta, performer, crítico y narrador. Presentó su evento LOOPOESÍA en la Furia del Libro de Santiago, dictó un taller en Balmaceda Arte Joven, participó en el ciclo de lecturas Autores de noche, y en Espacio Gálvez Inc. Valparaíso, gracias a la ACCIÓN CULTURAL ESPAÑOLA y su programa de movilidad.
Hoy nos habla de su proyecto Loopoesía y de narrativa española contemporánea.
–Cuéntame qué es Loopoesía y dónde nace este proyecto.
Es un proyecto que nació en 2009 y que tiene dos objetivos fundamentales a nivel escénico que son acercar la poesía a la gente y crear nuevos formatos que alejen a los versos de una solemnidad que les perjudica mucho y que hace que la mayoría de público se aleje más de la poesía. ¿Cómo se hace esto? Se hace con un poemario que cambia cada año, se ofrece un poemario nuevo que sirve de base para armar un espectáculo que mezcla música, proyecciones audiovisuales, teatro y recitación.
–¿Hay algún referente de este tipo de proyecto en la Literatura?
Creo que no, pero si algún punto sirve de inspiración son las vanguardias de principio de siglo XX y cualquier tipo de creación que consideren que no existen los límites dentro del límite que cada uno se imponga o considere que configuran su proyecto.
–En relación a tu escritura, tienes libros publicados en catalán, en italiano y castellano. Además te mueves en diversos registros: poesía, cuento, novela, ensayo, crónica, etc. ¿Cómo te enfrentas a esta diversidad en tu proceso creativo y qué registro prima sobre el otro?
Me enfrento a esta diversidad con mucha naturalidad porque creo que todas son facetas de lo mismo. Seguramente si pienso en un futuro, creo que seguiré escribiendo mucha poesía y a nivel de prosa mucho ensayo, porque creo que son géneros que sí tengo capacidad de poder aportar ideas nuevas, mientras creo que en la novela, pese a que se publica muchísima en nuestro tiempo, está en un momento donde no creo que se exponga nada nuevo y también me interesa menos que los otros dos géneros.
–En relación a la escritura en catalán, ¿cómo ha sido tu proceso con ello? ¿Se valora más en Barcelona a los escritores que escriben en catalán o en castellano, pensando en el panorama editorial?
Empecé a escribir novelas en catalán y lo combinaba con un trabajo crítico en castellano hasta que decanté de forma casi definitiva por esta última lengua y en los últimos meses he vuelto a escribir en catalán, pero poesía, y he descubierto que si escribo en esta lengua que es la que he hablado siempre en casa, me salen poemas más íntimos que los que suelo escribir en castellano, donde prevalece un trabajo mucho más fuerte a nivel de ideas y de técnica de versificación.
Por otro lado hay una esquizofrenia de dos mundos editoriales que casi no se tocan entre ellos y no es muy normal que exista un escritor que publique tanto en catalán como en castellano y eso debería solucionarse, deberían estrecharse lazos entre ambas lenguas, pero ahora mismo creo que la política afecta demasiado a las personas para que puedan pensar con la lucidez que se requiere.
–¿Cuál es tu relación con la literatura latinoamericana? ¿Y en general el vínculo de las literaturas españolas o europeas contemporáneas con las latinoamericanas?
El futuro de la literatura española para tener proyección internacional pasa precisamente por reforzar los lazos que a partir de la lengua existen con latinoamérica porque de otro modo la literatura española quedará muy encerrada en su propio país y no tendrá ningún tipo de posibilidad de tener repercusión internacional. Y por otra parte la literatura española haría muy mal en no aprovechar la energía que ahora mismo desprende el sector literario latinoamericano.
–¿Puedes hacernos un breve panorama de la literatura española contemporánea?
El actual panorama es alentador desde la mezcla de jóvenes y vacas sagradas de mucho peso entre las que puedo mencionar a Enrique Vila-Matas, Antonio Muñoz Molina, Juan Marsé, Javier Marías, Rafael Chirbes, José Ángel González Sainz o Luis y Juan Goytisolo. Entre las nuevas generaciones se deben considerar nombres de la primera mitad de los setenta como los de Ricardo Menéndez Salmón, un novelista europeo con cuerpo hispano, e Isaac Rosa, la voz más lúcida a la hora de analizar lo social desde lo narrativo. También podría mencionar desde otra óptica a Javier Calvo y Kiko Amat, con propuestas muy personales que deben mucho a la cultura anglosajona.
No se habla mucho, y es una lástima, de mi generación, que es la que va de 1975 a 1980, con escritores que tendrá una carrera más que interesante si la suerte y el mercado editorial lo permite. Hablo de Iván Repila, heterogéneo y con mucho talento, Rubén Martín Giráldez, un autor de riesgo totalmente anómalo, Sergio del Molino, Miguel Ángel Hernández o Harkaitz Cano, que merecería tener mucho más reconocimiento del que tiene en su propio país. De esta misma generación, aunque a partir de dos antologías recientes se les engloba en otro grupo, merecen destacar al barcelonés Miqui Otero y a Laura Fernández. El primero es el único autor español que sabe mezclar el pop con ideas. Ella es original porque sigue su propio camino.
De las últimas hornadas me interesan Víctor Balcells Matas, Iago Fernández, Jenn Díaz y Matías Candeira, todos ellos nacidos en los ochenta y con mucha proyección que deberán confirmar con obras.
El estado de salud de la literatura española no es malo. Lo que si debería mejorarse es el nivel de su crítica, por los suelos en el papel escrito y de escasos vuelos en el mundo digital. Un tema que aleja al país de toda modernidad y perjudica sobremanera a sus escritores.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Vamos al pueblo en Todos somos sospechosos



La pasada madrugada en Todos somos sospechosos Laura González y servidor decidimos hablar de los urbanitas que se van al pueblo creyendo que es el paraíso terrenal. Llegan a lo rural cargados de tópicos que propagan fatalmente. Puedes escuchar la charla aquí

jueves, 19 de diciembre de 2013

Podcast de Laberintos en el Laberint




En cuatro años de Laberint nunca dedicamos la sección al espacio que le da nombre. Por eso en este último programa de 2013 quisimos hablar de Laberintos, desde el del minotauro hasta Venecia pasando por concepciones de la ciudad como espacio que seguir con un hilo y las cárceles de Piranesi, fantasías intrincadas. Puedes escuchar la sección a partir del minuto 40 del enlace clickando aquí

martes, 17 de diciembre de 2013

Loopoesía en La Furia del Libro de Santiago



Está yendo todo de maravilla en las Américas. Santiago nos ha recibido más que bien y después del workshop y el recital del miércoles este sábado toca poner la guinda con la participación de Loopoesía en La Furia del Libro. De momento el evento ha tenido eco tanto en España como en Chile.

Xtrart habla de nuestra participación

El Mostrador opina e informa

y la Revista Sangría considera que Loopoesía es espectacular.


A nuestro retorno colgaremos +info, de momento os invitamos a pasaros el 21 de diciembre para vernos en directo.


Miércoles 18, Laberintos en el Laberint de Wonderland




Es curioso que desde 2010 exista una sección llamada Laberint que hasta el momento no había hablado de los mismos. Por eso este último programa del año lo dedicaremos a laberintos de todo tipo, como siempre desde cuatro perspectivas bien distintas.


1.- El laberinto por antonomasia: Creta

2.- La ciudad como Laberinto

3.- Las cárceles de Piranesi

4.- Venecia y el laberinto por el placer de perderse









Cada miércoles a partir de las 14h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo:Rne4

sábado, 14 de diciembre de 2013

No pasarán, de Édouard Martin


No pasarán, de Édouard Martin, por Jordi Corominas i Julián

Édouard Martin, No pasarán: contra la economía canibal, Malpaso, Barcelona, 2013
Traducción de Dánae Barral Hortet 


Entre las mil novelas de crisis, la mayoría con más fuego artificial que otra cosa salvo honrosas excepciones, y panfletos escritos por nonagenarios, hay otra clase de documentos que tienen más valor porque están escritos por protagonistas directamente implicados en la lucha del trabajador.
No esperaba mucho de No pasarán del Édouard Martin, probablemente porque siento un cierto hartazgo por la enésima maravilla que levantará a la gente de sus cómodos asientos. Ninguna obra hará que la gente salga a la calle. No lo hizo la de Hessel, que vendió mucho porque valía cuatro duros y porque a nivel mundial quedó bien, anulaba la rabia sin que su autor lo quisiera, pobre difunto si viera la que armó, un bonito nombre de batalla que le sirvió a la prensa para no usar la palabra ciudadano al hablar de las protestas. Tampoco soy un gran devoto de Salvados, si bien reconozco que informa, y en estos tiempos eso ya es bastante. Un domingo por la noche apareció el granadino que se trasladó a Francia con su familia con la esperanza de un futuro mejor. Habló de los revolucionarios de Facebook y reí por su santa razón. Sin embargo, no podía entender la dimensión de su compromiso hasta que leí su reivindicación que ahora edita Malpaso. ¿Reivindicación?

Más bien debería hablar de la constatación de un naufragio que la evolución económica del mundo ha catapultado hasta la desesperación. Como tiendo a analizar los textos desde una vertiente literaria creo lícito asociar el inicio del volumen, con las duras condiciones de la dictadura franquista, con su conclusión, donde gobiernos republicanos y democráticos incumplen sus promesas sin pensar en los que pueden perder sus empleos, impotentes ante magnates que, como si fueran el malo del Inspector Gadget, acarician gatos desde una sede lejana, casi invisible por mucho que tenga unas determinadas coordenadas geográficas.
Lo que explica Édouard Martin, obviando el prólogo de Alfonso Guerra que me parece incomprensible desde un punto de vista ético, es el descalabro de un modelo de vida que se cargó Margaret Thatcher en Inglaterra sin miramientos. El sindicalista galo habla de amor a la fábrica, modelo de vida que se transmitía de padre a hijo y creaba unas tradiciones que iban desde la amistad hasta la devoción por un lugar que, desde parámetros reivindicados desde finales del siglo XIX, aspiraban a una repartición ecuánime de la jornada, los famosos tres ochos, uno para conseguir un sueldo, el otro ocioso para instruirse y el último destinado al descanso.



Esta imperfecta perfección empezó a resquebrajarse con la caída del muró de Berlín y la preponderancia de un nuevo capitalismo de una virulencia terrible. La fábrica lorenesa de nuestro protagonista padeció un cuadro de síntomas típicos. De la orgullosa resistencia inicial aceptó la fusión con otras compañías europeas y de ahí, casi sin respiro, la llegada del malo de la película, el hombre que la semana pasada casó a su hija en Barcelona para mayor oprobio de sus habitantes: Lakshmi Mittal, multimillonario industrial que acapara y acapara sin entender el sistema con el que desea obtener un sinfín de beneficios.

La contienda es de David contra Goliat, sí, y al mismo tiempo ejemplifica el proceso de debilidad, la utopía del trabajador enfrentado a bestias sin piedad que no contemplan acuerdos porque vienen de otro estilo que rompe el pacto social y contagia a los gobernantes, felices con su idea de cumplir que siempre queda en agua de borrajas por eso de rebajar el estado y exhibir una mediocridad que afecta tanto  a derechas, Zarcos y el cambio de chocolatinas al gas mostaza, como a izquierdas, Hollande y su sonrisa hasta cuando se enfada.




En España la desaparición, salvo para robar, de los dos sindicatos más representativos se nota demasiado. Ver que en el país vecino la movilización, en eso y otras cosas siempre han ido por delante, sigue con empecinamiento constituye una bocanada de aire fresco pese a los palos que se ponen a sus ruedas. Al fin y al cabo no pasarán, ese es su principal valor, es un documento de época, con páginas que en un futuro serán útiles para entender el actual desaguisado y porque ha llegado a producirse y sigue su irrefrenable marcha hacia el abismo donde la desprotección va camino de ser proverbio universal.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Loopoesía en Chile



Loopoesía cruza el charco. Cuatro años después de iniciar el proyecto, y con el quinto aniversario a la vista, ir a Chile supone algo que ciertamente no puedo explicar en palabras. Lo que si puedo, mientras la prensa del país que visitaré se hace eco de futuras actividades, es anunciar la agenda del viaje, que podéis entender a partir de los carteles. El día 18 será el más cargado con un Workshop en el centro de arte joven Balmaceda. Una vez termine participaré en un recital del ciclo Autores de noche. Finalmente, aunque habrá más fechas y eventos, el día 21 de diciembre presentaré Loopoesía en La furia del Libro de Santiago. Desde aquí quiero agradecer a Acción cultural española su excelente trabajo de apoyo a la proyección de la cultura nacional en el extranjero. Sin ellos nada de esto hubiera sido posible.


Cabe decir que Loopoesía aspira a proseguir con estos viajes en un futuro, pero claro, de momento sólo pensamos en disfrutar la experiencia y crecer poco a poco, como siempre hemos hecho, sabiendo que el tiempo es nuestro mejor aliado.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

El astrágalo, de Albertine Sarrazin




El astrágalo de Albertine Sarrazin, por Jordi Corominas i Julián

Albertine Sarrazin, El astrágalo, Seix Barral, Barcelona, 2013
Traducción de Javier Albiñana
Prólogo de Patti Smith 

Hay determinados trucos que tienen tirón. Uno de ellos es un prólogo de alguien vistoso, con reconocimiento público y un tipo de carisma que traspase fronteras. En mi caso concreto ver que antes de leer El astrágalo de Albertine Sarrazin leería un texto de Patti Smith no supuso ninguna revelación cósmica, pero entiendo que dadas las características de esta novela francesa de 1965 no está de más aportarle un aliciente que constituye para muchos una nota de garantía, un certificado de autenticidad para sumergirse en las páginas del libro.

En este sentido mi introducción no es ningún aviso para navegantes, sólo una reflexión en voz alta de alguien para quien no supuso ningún estímulo el interés de una estrella planetaria de la canción. Si en realidad me sumergí en el Astrágalo es porque conocía bien su contexto y lo decisivo que fue para el exitazo de Papillon de Henri Charrière. La época era propicia para este tipo de historias de fugas, atracos y rebeldía con intriga y su toque de aventura, de reto humano contra un sistema que por aquel entonces intentaba combatirse. Por eso mismo los jóvenes, o no tanto, que atracaban bancos, Bonnie and Clyde es de 1967, y los antihéroes que escapaban de las garras de la justicia aseguraban buenos dividendos tanto en taquilla como en librerías de medio mundo.

El caso del Astrágalo contiene en su interior la historia real de su autora. Albertine Sarrazin tuvo una vida muy desgraciada que reflejó en su breve pero intensa obra literaria. Hija adoptada por su propio padre, fue violada a los diez años y un lustro después fue encerrada en un reformatorio de Marsella. A partir de ese instante su existencia se compone de fugas, París, prostitución, el gran amor que supuso su marido Julien, la escritura, cárceles, alcohol, éxito y una desdichada y prematura muerte en la mesa de operaciones de un hospital de Montpellier.



El astrágalo es el hueso del pie que se rompió al huir el 19 de abril de 1957 de la prisión escuela de Doullens. Saltó un muro de diez metros y pese a la fractura tuvo arrestos para caminar hasta la carretera, donde coincidió con Julien, quien la llevó a casa de su madre y luego al domicilio de unos amigos algo extraños de una población de la periferia parisina.

Más tarde Albertine, que en la novela se llama Anne, fue operada, se trasladó con la indispensable ayuda de su amante a la capital francesa y cuando este volvió a las andadas y fue detenido le tocó hacer la calle para sobrevivir. Era joven, atractiva, cuidaba mucho la ropa que elegía para convencer a más clientes y muchos de ellos le ofrecieron abandonar el oficio y recibir protección física y económica.

En fin, no digo más que ahora como se ha perdido el valor de la literatura por sí sola casi resulta ofensivo desvelar algo de la trama. Tranquilos, no se preocupen. El astrágalo en su momento debió causar un gran impacto por múltiples factores que vale la pena enumerar y diseccionar. El primero de ellos aún puede tener mucho potencial, entre otras cosas porque las estadísticas demuestran que los criminales suelen ser de género masculino. La protagonista del volumen que ahora recupera Seix Barral, su primera edición española data de 1966, es una rara avis de delincuencia. A su tierna edad está curtida en mil combates que le hacen asumir con todas las consecuencias lo patético de toda biografía. Pese a ello tiene su corazoncito y albergará esperanzas amorosas, porque es humana sí, no lo duden; aún así su experiencia es un grado que convierte el lenguaje en un campo árido y contundente que hunde de sudor la cotidianidad que se muestra, descarnada y sin horizonte.



A partir de lo dicho podríamos pensar, siempre se mencionará su nombre si relacionamos Francia y bajos fondos, en Jean Genet, pero no se equivoquen. La referencia es inevitable, la asociación real no tanto por la visión femenina y otra visión de los hechos que depende de la evolución histórica y un modo de narrar que nunca oculta pese a su nitidez con detalles escabrosos y miserias que el lector intuirá en medio del ritmo entrecortado de una prosa donde la galería de los horrores del París menos glamuroso surge sin estrépito. Nos adentramos en sórdidas habitaciones de hoteles y casas paupérrimas donde residen desheredados de la sociedad, rostros que poco entienden de futuro, máscaras con las que debe convivir Anne para seguir su camino mientras atiende de manera simultánea el retorno de Julien y la llegada de algún policía que la devuelva al enclave de condena.



Lo más impresionante de la novela es la normalidad con que se describen las situaciones, verosimilitud que surge de del trato directo que la escritora tuvo con las mismos. Este trazado autobiográfico fue otro puntal de su triunfo a mediados de los años sesenta, atrevimiento que desde mi modesta opinión suena a irrepetible, porque sí, durante estas décadas habremos pasado por mil viajes de confesión sin tapujos que habrán tratado temas como el sexo o los maltratos. En El astrágalo no hay efectismo ni fuegos artificiales, lo que es de agradecer para quien sólo quiera gozar de una historia con un modo de representación que no contiene en su seno la elegancia de El silencio de un hombre de Jean Pierre Melville ni el estilismo de Ascensor para el cadalso de Louis Malle, filmes bien diferentes a la obra que nos concierne, mucho más realista y sin atisbos de ficción, algo chocante en un país donde el Polar, término que define a nuestra novela con elementos policíacos, criminales o negros, es una institución casi inmortal. La naturalidad de su autora debería ser valorada en función de cómo cuenta una serie de hechos que aturden porque no son un producto del laboratorio de las letras, sino más bien una expiación de alguien que a la espera de salir y respirar el aire de la cotidianidad expulsa viejos y jóvenes fantasmas mediante la escritura, no busquen más que con esto ya hay bastante.


No querría concluir la reseña sin meditar sobre cómo esta autenticidad, que hace cuatro décadas se valoraba bastante más que hoy en día, debe reivindicarse, sobre todo porque en ocasiones da la sensación que mucha literatura femenina, y no creo que el comentario sea para que nadie saque los leones a la arena, se ve lastrada por el espíritu neutro de nuestro período histórico, que desde una supuesta liberalización sólo reproduce, y desea acrecentar, mecanismos que deberíamos tener superados hace siglos y milenios. Quizá ese es el verdadero sentido de reeditar El astrágalo a finales de 2013: aspirar a que los creadores sean ellos mismos sin que les engulla el marasmo de su tiempo. Si Sarrazin lo consiguió otras/otros pueden emular tan noble causa. Crucemos los dedos. 

Podcast de locos en el Laberint de Wonderland





Hoy en el Laberint de Wonderland hemos hablado de Locos literarios. Hemos empezado con algunos emperadores romanos, y desde la Antigüedad hemos transitado por William Blake, Leopoldo María Panero y Alguien voló sobre el nido del cuco. Puedes escuchar la sección a partir del minuto 40 del enlace clickando aquí

martes, 10 de diciembre de 2013

Miércoles 11, Locos en el Laberint de Wonderland




Es extraño que a lo largo de todos los años de Laberint no hayamos tratado el tema de los locos. Por eso mañana miércoles 11 les dedicaremos un especial con estas cuatro catas:


1.- Emperadores locos de la Antigüedad, de Nerón a Heliogábalo

2.- William Blake o el visionario

3.- Leopoldo María Panero

4.- Alguien voló sobre el nido del cuco, de Ken Kesey






Cada miércoles a partir de las 14h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo:Rne4

lunes, 9 de diciembre de 2013

Bibiana, Mittal y la decadencia





Bibiana, Mittal y la decadencia 


Bibiana es un nombre que siempre he asociado con Fernández. Desde hace algunos meses mis neuronas han activado otra relación que crea la doble B que nada tiene que ver con la Bardot, vieja gloria decrépita, y aún no hablo de mi querida Barcelona. El nombre, por ahora, es Bibiana Ballbé, de quien averigüé que presentó un programa donde entrevistaba gente en la cama. Tuvo éxito, no miro en exceso la televisión ni tampoco la veo, y hace escasos meses su popularidad creció en mi TL por un atinado artículo que la postulaba como síntoma de la cultura de la carcajada, riota, nada que ver con el vocablo inglés riot, algo debido a su nombramiento entre los nuevos responsables del Centre d’Art Santa Mònica, ubicado al final de la Rambla, esa avenida que de ser interclasista pasó a ser folklórica con el franquismo y mexicana con la llegada del siglo XXI.

Pues bien, este espacio museístico afronta una nueva etapa llena de incerteza. La anterior, como ocurre en cualquier lugar financiado con dinero público, tuvo luces y sombras, pero creo, y hablo desde el conocimiento de causa de ser guía de exposiciones, que no hizo una mala labor. Apostó en muchos casos por exhibiciones que potenciaban aspectos clave de la cultura catalana y sorprendió con otras muestras que en principio no interesaban en exceso, como la dedicada al arte ruso contemporáneo. Coge el relevo del poeta Vicenç Altaió, Casanova en el último filme de Albert Serra, Conxita Oliver, de la que nada malo puede decirse y a la que hay que dejar un tiempo para juzgar su propuesta. De momento el problema, banal como un aquelarre de travestis, se llama fiesta de inauguración y la palma de los horrores es para Bibiana.
¿Qué ha hecho la jovencita? Destinada a aportar aire fresco llegó a rumorearse, según los incendiarios artículos de Teresa Sesé en La Vanguardia, que ella mismo difundió que optaba a ser directora del antiguo convento. Finalmente su cargo consiste en ser dinamizadora de creatividad cultural o algo parecido, que puede ser todo o una nimiedad absoluta. El caso es que decidió montar un sarao memorable que durara de las diez de la noche a las diez de la mañana con cien creadores de ayer y hoy, disruptivos, una palabra que usamos cada día, rompedores y, sobre todo, con vinculación nacional, que es lo que se estila en este instante donde se habla de catalanizar Barcelona.



Su idea ha generado un aluvión de críticas que surgen desde los propios invitados hasta el departamento de Cultura de la Generalitat, cuyo director de promoción y cooperación cultural, hasta hace poco presentador de un programa de videojuegos en la televisión pública, ha lanzado mil gritos al cielo . La mayoría de artistas han declinado el ofrecimiento y los órganos institucionales han hablado de extralimitación de funciones. Se armó el Belén y la flor y nata quiso añadir su granito de arena en las redes sociales, nuevo harén de las porteras que todos somos. Luego está el factor de porqué se ha filtrado todo este embolado. La otra cuestión es plantearse si realmente Bibiana ha hecho algo mal porque se supone que su misión era montar saraos de este tipo y contenidos televisivos de promoción.

Desde una cierta ignorancia, lo más interesante del asunto sería conocer la intrahistoria del mismo, creo que al final lo triste es que el debate generado es una prueba evidente de la vacuidad del período en lo que a las artes se refiere. No estoy de acuerdo en que este tipo de perfiles cobren tanta relevancia en el sector, pero asimismo considero que básicamente asistimos a una operación de acoso y derribo en medio de un profundo aburrimiento que nace de una preocupante carencia de ideas.

La polémica ha servido para que salte a la palestra una constatación silenciada aunque sabida: muchos artistas ven como las instituciones no pagan mientras desaparecen centros de arte, y claro, que alguien se tome prerrogativas de show cuando cae el diluvio no es nada aconsejable, es más, condenarlo es digno. Mientras esto ocurre este fin de semana Barcelona se ha divertido, como si volviéramos a principios del Novecientos y el marujeo fueran risas de mercado, con la gran boda india que ha cerrado el MNAC durante un día porque así lo ha querido el Alcalde Trías. Como contrapartida nuestro Louvre, lo digo sin ironía, dejó entrar gratis en sus instalaciones el viernes y el domingo, quedando el sábado para el bodorrio de la hija de Mittal, conocido por ser el dueño de una de las mayores multinacionales del mundo. Hace poco la neonata editorial Malpaso publicó No pasarán, del sindicalista francés Éduoard Martin, donde con tono de batalla se exponían a las claras las malas prácticas del empresario indio para con sus trabajadores, y sí, me quedo corto. Esto no es una reseña del libro. En Twitter un chico opinaba que si la ceremonia, a la que también asistió el ínclito Artur Mas, reportaba tantos millones de beneficio a la capital catalana todo era comprensible. Un amigo suyo le respondió que no era una cuestión de dinero. Si así fuera venderíamos todas las vírgenes de la ciudad y nos quedaríamos tan panchos. La indignación parte de la dignidad y del abuso de privatizar un espacio que es del ciudadano, relegado por la visita de nuevos ricos que aportan calerons que ninguno de nosotros veremos.



El cabreo es más que lícito y la argumentación del replicante, nada de Blade Runner, correcta, porque está en juego el respeto a quien habita las calles de una ciudad que de modelo ha devenido marca tan ricamente, de Barcelona a BCN, ahora con cinismo, premeditación, alevosía y a la luz del día, aunque en ocasiones la nocturnidad se aplica, sobre todo cuando se quitan placas del nomenclátor y recuerdos del pasado, como sucedió con el pasaje de la Canadenca, donde se cambió el subtítulo para que nadie quisiera imitar la huelga de 1919, o con el vestigio de la Constitución de 1840 en la Plaça de Sant Jaume.

Mientras esto ocurre no se discute la gestión de la alcaldía, amenazada estos días porque la oposición tumbó los presupuestos y tiene la remota posibilidad, sería una extraña alianza la de las supuestas fuerzas de izquierda con el PP, de tumbar a Mister Trías, más preocupado por hacer de la zona de Glorias su legado y escasamente concienciado con darnos equipamientos sociales. La decadencia es el pulso que se agota y se metamorfosea con pequeños detalles como los que hemos desgranado en este texto. Saquen sus conclusiones.

Europa en ruinas, textos antologados por H.M. Enzensberger



Europa en ruinas: relatos de testigos oculares de los años 1944 a 1948, por Jordi Corominas i Julián 

H.M. Enzensberger (antólogo), Europa en ruinas: Relatos de testigos oculares de los años 1944 a 1948, Madrid, Capitán Swing, 2013
Traducción de Begoña Llovet 

Siempre recordaré una escena de Germania anno zero de Roberto Rossellini. El silencio que rodea el entorno del edificio de la antigua cancillería del Reich desaparece porque alguien en su interior ha accionado una grabación con la voz de Adolf Hitler. De repente, la paz de la ruina proyecta su temor porque resucita el pasado, enlatado en unas cintas.

Lejos de Berlín, en Nápoles, otra magna película del director italiano nos muestra los bajos fondos de la posguerra. Unos niños de la ciudad partenopea roban sistemáticamente a los soldados americanos. La misma historia aparece en Europa en ruinas, colección de textos compilados en 1990, justo cuando se abría otra era, por H.M. Enzensberger que ahora edita Capitán Swing. La obra aborda mediante testimonios directos de los hechos el período comprendido entre 1944 y 1948, desde la cercanía del final de la Segunda Guerra Mundial hasta la constatación del nacimiento de otro conflicto, frío pero tenso, entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, máximos vencedores del enemigo fascista.



En los últimos tres años el mundo editorial español se ha puesto las pilas a la hora de presentar en nuestro país libros que aborden la apasionante cuestión del Viejo Mundo después del holocausto, los bombardeos aliados y toda la barbarie nazi. Galaxia Gutenberg editó con su habitual solvencia Tierras de sangre de T. Snyder y Continente salvaje, de Keith Lowe. Este último, a la espera de Year zero de Ian Buruma, constituye un estudio insuperable sobre la desolación de unos territorios que vieron sepultado su esplendor entre millones de escombros que dificultaban, luego llegó para algunos el Plan Marshall, la posibilidad de renacer de tanta muerte y ceniza.

Resulta curioso que el tema suscite ahora tanto interés, casi como si nos preparáramos con estas lecturas para entender cómo será el páramo que dejará la crisis. No creo que los tiros del fenómeno inmediata posguerra vayan por ahí, aunque tampoco debemos descartar la opción. Lo que sí tengo claro es que Enzensberger hha seleccionado los documentos, en su mayor parte de escritores y periodistas de gran prestigio, en función de un montaje narrativo y geográfico. 1944 es el año donde los aliados atisbaron la victoria. La acción plasmada en el volumen sucede en dos frentes. En la parte norte, siguiendo la lucha desde el día D, Martha Gellhorn comprueba en Italia la dureza de los combates y la persistencia de unos polacos para volver a pisar su patria. La que en aquel momento era pareja de Hemingway brinda en París escritos que reflejan la euforia posterior a la liberación. No acaecía lo mismo en la holandesa Nimega, donde el miedo a las bombas y el recuerdo de los años de dominio alemán han pasado factura en la población, bien distinta a la Nápoles que retrata Norman Lewis en breves bosquejos donde describe con suma precisión el habitual surrealismo de la capital campana, acentuado en la época por la inmensa miseria que hacía desaparecer hasta tapas de alcantarilla. En esas calles llenas de agujeros improvisados las mujeres intentaban prostituirse para sobrevivir, la comida de calidad era un milagro y los norteamericanos malvivían y se divertían a partes iguales.



En 1945 Lewis abandonará con pesar la urbe que acoge la tumba de Virgilio. Durante ese año fundacional, una especie de nuevo presente para toda la Humanidad, los crónicas centran su mirada en Alemania, donde varias firmas, de Jannet Flanner a Alfred Döblin, circulan por la otrora temida potencia y directamente alucinan con el panorama que se encuentran a su paso. Las ciudades devinieron infinitos desiertos repletos de contradicciones que compartían la bandera de negar el pasado, generar caos ante la anarquía y sufrir por la utopía de plantear un futuro tras algo más que una debacle. Sin embargo, las reflexiones más interesantes de este instante histórico son las de Edmund Wilson, sobre todo porque transita por varios enclaves significativos y de este modo puede compararlos, lo que da al lector una notable visión de conjunto. El encanto inicial de Roma, con sus bellas y flacas mujeres en bicicleta, se desvanece un mes después cuando llega el calor y la realidad cobra otro sentido bien distinto al que se manifiesta en el orden de Londres, el arrojo de los milaneses, la incertidumbre ateniense y lo arcaico de Creta.

Cada singladura del recorrido es un mapa de pobreza, angustia y estupor ante lo insólito que quizá alcanza el paroxismo en Dachau, donde Martha Gellhorn entiende que los ojos ya se han adaptado a una rutina de horror. Sus crónicas son prototípicas de personas que de América han aterrizado en Europa y observan todo desde cierta inocencia que se refleja en una prosa veloz, con mucha velocidad y detalles que surgen porque quien escribe siente la obligación de no olvidar nada de lo contemplado. En cambio los textos europeos son más lentos, pausados y con un conocimiento de causa que deriva en otro tipo de análisis más seco y desapasionado porque la procesión va por dentro. Un claro ejemplo de lo que decimos se hallan en el suizo Max Frisch, autor de Homo faber, y en el deprimente relato alemán del anarquista sueco Stig Dagerman, impecable tanto en su estilo como en el ritmo que da sólo con un itinerario en tren donde las frustraciones individuales son el resumen de una desesperanza compartida.



Este estado de ánimo, como si el cuerpo se hubiese quedado clavado en medio de una pesadilla y fuera incapaz de despertar, se mantendrá en 1947 y 1948. El alimento no abundará y la reconstrucción seguirá su marcha a trancas y barrancas. Lo explica a la perfección John Gunther desde Belgrado, Atenas, Budapest, Praga y Varsovia. En las cinco el aire se ha viciado de Guerra Fría porque la Historia ha decidido confirmar sospechas de desunión entre democracia y comunismo. La tónica del viraje se mezcla con agudas notas sobre el grado de represión en cada ciudad, con lo que uno ya entiende que muchas de las páginas, bien enfocadas en su justo contexto, ya no eran un llanto: habían evolucionado hasta la ideología y el aviso, algo que se olvida parcialmente en Varsovia, la más destruida por los alemanes, admirable en su esfuerzo de crecer de la nada, como todo el Continente, obligado a aprender de sus errores para no repetirlos jamás.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Especial Luis Buñuel (y II): Luis Buñuel, novela, de Max Aub



Nombres, confesiones y providencias: Luis Buñuel, novela de Max Aub, por Jordi Corominas i Julián
Max Aub, Luis Buñuel, novela, Cuadernos del Vigía, Granada, 2013
Edición de Carmen Peire
Admiro mucho a todos aquellos valientes que se atreven a reseñar los escasos libros de entrevistas que aparecen en este país. Esta idolatría surge porque considero francamente imposible reseñar diálogos, así como también enseñar a nadie la técnica para charlar con otra persona que debe aportarte información sobre su vida y milagros. Sin embargo encuentro más que necesaria la aparición de una joya como Luis Buñuel, novela, recopilación de las conversaciones del parisino español con el director aragonés en su exilio mexicano, segunda patria compartida, punto de encuentro geográfico de dos mentes muy dispares.

La personalidad de quien hace las preguntas y de quien las responde es un factor clave del volumen editado por Cuadernos del Vigía. Y claro, dirán, que eso es una evidencia, pero normalmente, pese a las ínfulas de algunos, la calidad del entrevistador no encaja con la del entrevistado, que es el protagonista auténtico, agradecido, eso es innegable, si su partenaire ejecuta la justa melodía con precisión y talento. Aub es sincero en sus anotaciones previas a las charlas al mostrarnos una especie de desconfianza inicial para con la producción de Buñuel, como si notara en ella a un ser diametralmente opuesto a sus gustos y estilo, como si presintiera un enfrentamiento incómodo con el león de Calanda, algo que no acaeció pese al contraste de una cierta soberbia, disimulada en falsa modestía, de Aub y la campechanía del director de Viridiana, rotundo desde una aplastante sencillez, sobrio y consciente de su importancia sin ponerse medallas de ningún tipo.



La exuberancia del autor del Espejo de avaricia luce sobremanera en sus textos introductorios y eso es muy de agradecer, porque realmente Aub contextualiza de maravilla y reflexiona sobre España con un enfoque brillante al no errar en sus apreciaciones y presentar un cuadro histórico muy consecuente que parte de una enseñanza básica muy desoída que ama relacionar época y personas porque de este modo el cuadro presentado será más coherente y la mezcla entre lo individual y lo colectivo se difuminará porque todos somos productos del período en que circulamos por este maldito planeta.

Otro punto que influye en el desarrollo es la doble distancia espacio temporal. La primera es decisiva porque los kilómetros que separan México de España ayudan a que las ideas fluyan sin condicionantes, y si fluyen con mayor objetividad es por el tiempo transcurrido, del que no diremos que cancela heridas, no: ayuda a clarificar las experiencias y ponerlas en su sitio, y eso precisamente es lo que hace Buñuel con la ayuda de su interlocutor.



Como ven no hago ninguna disección del contenido. Tuve muchas dudas mientras pensaba cómo abordar este artículo, y reconozco que hasta contemplé la opción de abrir las páginas repletas de conceptos y ocurrencias a la manera de las sorte virgilianae. Pruebo suerte y la frase que leo es magnífica. “Sí, pero poco. Hasta el 27 me parecían una partida de maricones.” Dos preguntas antes el hijo del indiano se sincera y habla de sus lecturas de los años veinte. Cendrars, del que me gustaría traducir al castellano sus versos, y Max Jacob, lo que todos, me encanta eso, entonces leían. ¿Se imaginan?



Al fin y al cabo Buñuel dice eso de todos por sus amigos, no por otra cosa. Sí me he quedado con esas dos referencias es por un motivo muy concreto. Aub de modo indirecto genera entrevistas de tesis, inevitables porque su impronta es típica en alguien habituado al análisis, la disección y a conclusiones. Ello nos conduce a un plan que convierte el conjunto de charlas en un ensayo oculto o una biografía que sólo puede expresarse con plena libertad a partir del formato del manuscrito que, creo, Carmen Peire ha respetado en esta edición de 2013. Esta estructura tendría un hueco, sabría a incompleta si  sólo escucháramos con los ojos a Buñuel. Aub, en otra exhibición de egolatría benéfica, lo sabe y pone toda la carne en el asador. A lo largo de sus intercambios con el protagonista de este especial se nota que ambos están relativamente preocupados por la inminencia de la muerte, y puede que la intuición de la misma sea la que dispara la mirilla del revólver hacia una segunda parte trepidante donde las vanguardias, con la excusa de hablar de padres y padrinos de Buñuel, se asoman al abismo de lo exhaustivo, operadas por un médico muy particular que juzga al siglo XX como el de un nuevo manierismo enmascarado de innovación artística. El amplío lienzo de este magno final es destacable porque de forma muy sutil vislumbramos un lienzo espectacular donde lo español se reinterpreta y Gómez de la Serna irrumpe en escena como motor y matiz de una cultura que ahora mismo sólo lo juzga desde lo gracioso que era, seguramente porque lo rompedor en la actualidad se vende con ropajes efímeros y mucho postureo de mercadillo.



Aub ve en el pontífice de las greguerías a un hombre avanzado, famoso antes que nadie y aceptado en los círculos más modernos del París del primer Novecientos. Su aportación como maestro para determinadas puntas de lanza se ve en cómo el maño quiso que su ópera prima cinematográfica tuviera como guionista al artífice de la tertulia del Pombo. La película debía basarse en la portada de un periódico y de ahí irían saliendo sketches y gags útiles para la distracción del espectador. La colaboración se truncó una vez Buñuel partió a Francia y resolvió que en vez del gran pionero su mejor aliado sería Salvador Dalí, traidor a posteriori y alma que ahora se ha transformado en un tópico infumable que potencia su ridículo y sepulta a una triste basura su genio, que lo tuvo.

El binomio catalán aragonés se reveló trascendental porque, entre otras cosas, al prescindir de Gómez de la Serna el director de Los olvidados entendió que era mejor volar por libre y así superar lo pretérito encarnado por el padre fundador.. El futuro en 1929 eran los surrealistas y el comunismo, y esa dualidad apasiona y mucho a Max Aub quien intuye sin ambages su marca en la piel fílmica del aragonés, quien además mantuvo su romance con ambas coordenadas durante toda su existencia. La ruptura con Breton y compañía vino propiciada por la creencia redentora en la hoz y el martillo, amor ideológico que se mantuvo como mínimo hasta la muerte de Josif Stalin el 5 de marzo de 1953. Para muchos intelectuales del siglo XX el catolicismo fue una obsesión que a nivel religioso tuvo un efectivo reemplazo en el credo de Marx. Así se percibe también en Buñuel, empecinado con cruces y sotanas que empaparon su imaginario. La invasión de imaginería del clero es equiparable, busquen conexiones y las hallarán sin gran dificultad, a la que invade un buen trecho de la filmografía de Federico Fellini. ¿Por qué? Español e italiano, mediterráneos auténticos, padecieron como tantos otros, entre los que me incluyo, la estela de un muerto. Cristo se instaló en nuestro inconsciente colectivo y algunos para sacarlo del cerebro sentimos la acuciante necesidad de meterlo en nuestras creaciones. Expiar no es ningún pecado. Expulsar fantasmas menos aún.

Otra tesela que no debemos apartar es la de la rebelión, bonito vocablo que suele asociarse con demasiada desfachatez y mucha incultura con quemar objetos del mobiliario urbano para conseguir un objetivo político. Pues bien, desde aquí opinamos que la verdadera rebelión se expresa siempre con elegancia, y así lo hizo el protagonista de estas líneas a través de apariciones que él denominaba imágenes visuales. Su cine, lírico porque salía de la mente de un poeta con mayúsculas, aúna belleza y denuncia desde una óptica de una universalidad, las dos esencias que debería tener cualquier obra que quiera ir más allá de su época y permanecer por méritos propios, sin uso ni abuso de tontería, con el criterio de lo inconfundible y el don de lo inimitable, señas de identidad que distinguen lo único de lo convencional.



Terminamos. Las charlas de Aub con Buñuel tienen la ventaja del presentimiento de un otoño. La tranquilidad del entomólogo frustrado, su pachorra en la evolución de sus encuentros con el gran interrogador, es un magnífico engaño que usa para disminuir la importancia de su singladura y lo imprevisto de la misma, destinada a una injusta condena de silencio durante años hasta que México brindó una segunda ocasión que aprovechó al instante. Esta fortuna con su gloria selecta en la madurez fue una bendición que le aportó la paz de quien al fin podía hacer lo que se le antojara, y eso se transmite en las entrevistas con una calma activa, de guerrero que si quiere puede reposar y cavilar sobre su legado bien a sabiendas del mismo. Las seiscientas páginas que acabo de devorar son la confesión del mejor ateo, un testamento que no debe caer en la complacencia habitual y debe ser leído porque en su interior atesora lecciones dictadas sin pretensiones desde la naturalidad de quien respira arte y lo expulsa al exterior para dar hálito a los demás.


PS: A veces las mentiras son más sinceras que ninguna otra cosa. 

Especial Buñuel (I): Luis Buñuel, de Ian Gibson

Ian Gibson, Luis Buñuel, Aguilar, Madrid, 2013 





Hay una serie de personajes que influyen en la formación de un individuo. En mi perfil Luis Buñuel juega un papel inconsciente desde las entrañas hasta un modo de entender el arte y la cultura. Y digo inconsciente porque si bien nací en Cataluña desde pequeño he bebido Aragón a todas horas, por genes y por mi abuela, que desde Fuentes de Jiloca llegó a Barcelona por culpa de Franco y los que hundieron a este país en un largo abismo al que ahora quieren volver a precipitarnos sin ningún tipo de piedad y mucho cinismo.
Lo aragonés para muchos se entiende cómo bruto y contundente, pero hay maneras de expresarlo. Se opone, y aquí alguien puede criticarme por ir al tópico, a una cierta finura conformista y muy complaciente que detesto. En este caso más que lo dicho viro el matiz hacia un arrebato que ataca porque está harto de lo establecido y quiere transgredirlo.

Sin duda en la figura que abordará estas páginas todo ello nace de una fuerza imposible de entender sin un origen social muy holgado que permitió al cineasta una educación privilegiada y unas aventuras que otros no podían permitirse. Suerte que tuvo y tuvimos por la labor de su padre en Cuba durante treinta años, amasando dinero que en 1898 le permitió retornar al terruño como un indiano filántropo que se preocupó por sus hijos, aunque estos en su muerte, sobre todo quien nos concierne, sintieran una especie de liberación alucinógena.

Este verano devoré durante varias noches películas y documentales sobre el director de Tristana. Fueron un complemento de remembranza que dos publicaciones recientes han ampliado hasta el infinito. La primera de ellas es una magna biografía del hispanista Ian Gibson, con la que completa la trilogía de sus tres amigos. En su momento devoré la de Lorca y la de Dalí, a quien admiro en muchos aspectos y detesto en otros, no ha llegado a mis manos, pero esa da igual. Me fío del criterio del irlandés de Lavapiés, quien pese a las dificultades que le impedirán completar su proyecto ha trazado un cuadro de casi mil páginas que cubre los treinta y ocho años iniciales de su objeto de estudio, del nacimiento a la fuga, porque Buñuel siempre escapó, con destino a los Estados Unidos.



La segunda pieza recoge las conversaciones de Max Aub con el león de Calanda  en una monumental edición de Carmen Peire para Cuadernos del Vigía. El volumen, espectacular, se enriquece con amplios ensayos del español parisino sobre las vanguardias que influyeron a Buñuel. Las diferencias entre ambos textos, de Gibson a los diálogos, son lógicas y comprensibles. Uno se nutre del estudio del pasado y el otro tiene la ventaja de la presencia, del tacto, la voz y la sordera. La biografía desmenuza y las entrevistas fluyen. Por eso conviene distinguir entre las dos: parten de un mismo rompecabezas que no pueden interpretar con los mismos ojos.

De hecho Gibson debe a Aub, y lo reconoce como es natural desde la honestidad. Sin embargo su investigación sirve como introducción, como punto que debe preceder a la inmersión a la voz directa. En su tejido hallamos un orden que nos adentra de forma progresiva en un universo que, como todos, progresa a partir de una tónica de estímulos y aprendizajes.

En el Buñuel de la infancia se captan determinados aspectos que luego marcarán su trayectoria. No puede obviarse el binomio entre una Zaragoza convulsa y la placidez de Calanda con sus dimes y diretes históricos de milagros, tambores y naturaleza, tan importante para comprender al aspirante a entomólogo y determinadas imágenes que llenaron sus frescos fílmicos de un surrealismo que, como siempre, se llenaba de lo observado en la realidad. Asimismo esos veranos rurales se fusionaron con lo urbano, inevitable en esa España esquizofrénica de oscurantismo y progreso, en la gloriosa aparición de la iglesia y la afición de los disfraces de cura que dieron paso a bromas marca de la casa, una reacción bien normal en alguien que estudió en escuelas de clérigos durante su formación.



Buñuel dice no recordar en exceso, casi nada, la huelga general de agosto de 1917, donde los anarquistas jugaron tan importante papel. Ese mismo año tomó los bártulos y se fue a Madrid a estudiar a la famosa y añorada Residencia de Estudiantes de la colina de los chopos. En ese espacio idílico hizo deporte, inició alguna que otra carrera y se adentró en los círculos culturales de la capital del reino. Entre los que han permanecido en la memoria figura la tertulia de Gómez de la Serna en el café Pombo. Aturde ahora pasar por la calle Carretas y toparse con una gran multinacional ibérica de ropa para clase media a precios de saldo en el enclave de tan ilustre cenáculo, decisivo para el aragonés y tantos otros miembros de su generación, entre los que Gibson menciona con justicia a Guillermo de Torre, exiliado a Buenos Aires tras la guerra que sin hilvanar teorías propias supo dar el impulso justo a las vanguardias al estar atento a lo que acaecía fuera de nuestras fronteras, algo admirable se mire como se mire que recibió un fuerte impulso por la agitación cultural que se respiraba tanto en Barcelona como en Madrid. En esta última no sólo las publicaciones supusieron un espaldarazo para ultraístas y epígonos. Las visitas de jóvenes como Vicente Huidobro respaldaron una serie de tendencias que además se veían arropadas en la expansión intelectual por una serie de nombres que servían de referentes en la difusión de corrientes y actitudes, desde Ortega hasta Unamuno pasando por Juan Ramón.

Para Buñuel la influencia de Gómez de la Serna es impagable como veremos en la segunda entrega de esta serie. Ahora me apetece recalcar otro factor insinuado. La mezcla de generaciones, ya visible en la Barcelona dels 4 gats, ejerce en aquel Madrid una atracción de crecimiento, una efervescencia irrepetible que sigue pasos marcados en la línea del aprendizaje básico: de los mayores se aprende y una vez se han asimilado los conocimientos llega la hora de volar.

Gibson, experto en la materia, casi un inquilino de la misma, se recrea en su relación con Lorca y Dalí, obviando dentro de la formación la trascendencia de las conferencias que brindaba la Residencia a los que reposaban en sus muros. La amistad de estos tres grandes, con Pepín Bello y otros de fondo, resalta en anécdotas, noches toledanas, poemas y epístolas que, siempre desde mi humilde opinión, sólo convergerán de verdad en dos momentos muy concretos si nos ceñimos a la cronología del volumen: Un Chien andalou, donde quizá el perro era Federico, y el compromiso del poeta y el cineasta con la Segunda República española.



En 1925 otro viaje es la superación de la encrucijada. París es el cine y el estímulo de la misma existencia. El visionado de Las tres luces de Fritz Lang le decantó por el séptimo arte, donde hizo sus pinitos como figurante en películas de Jean Epstein, quien a su vez le enseño sus primeros rudimentos de técnica cinematográfica. Lo sorprendente es que al final de esta singladura de pedagogía fílmica Buñuel, en estrecha y sincopada alianza con Salvador Dalí, nos regalara  Un chien andalou y L’age d’or. Gibson dedica dos extensos capítulos a la gestación y repercusión de estas perlas surrealistas que dieron al de Calanda y al catalán su pleno ingreso en el grupo de Breton. Resulta curioso, permítanme el paréntesis, que sea un irlandés, por muy nacionalizado que esté, quien dedique un libro fundamental a un aragonés errante por las circunstancias históricas. Apunto esto porque considero que ahora que está tan de moda conmemorar resulta que de repente el legado del director de Viridiana sí que importa y muchos españoles se han empapado de su trascendencia. ¿Seguro? Desconfío por norma, más en este caso, donde la autoría de la biografía que me genera estas reflexiones sirve para demostrar un mal endémico de nuestro país, donde los más grandes quedan relegados al acopio nominal, a la exhibición de legajos para presumir de algo que no se conoce, entes extraños que provienen de las raíces de la planta, que las desaprovecha por ignorancia y porque lo efímero traga tanta tierra que produce el olvido de lo importante, relegado a la cómoda fachada de la complacencia y la palmadita en la espalda de la falsa sabiduría, antro donde se catapulta una modernidad de pacotilla que desdeña la vanguardia y la verdadera transgresión.



Un chien andalou y L’age d’or son giros copernicanos que dan al cine la pátina necesaria de ingreso en los ismos. Antes sí, hubo El nacimiento de una nación y el entretenimiento de los cómicos que también inspiraron a los surrealistas. ¿Cómo borrar del mapa a Chaplin o Buster Keaton? Las películas de Buñuel irrumpen con la insolencia de quien quiere acabar con todo y no tiene pelos en la lengua. La estructura de su cortometraje con nombre canino siempre me pareció una burla proustiana con esos saltos temporales, un desafío al clasicismo y una oda indirecta a Freud, padre de tantos detalles que de mencionarlos correríamos el peligro de metamorfosear este artículo en una tesis doctoral. El ojo cortado, la bicicleta, los burros, las nalgas, la playa y las obsesiones musicales, donde se introduce esa ironía demasiado fina para algunas orejas, son un entremés que la financiación de los vizcondes de Noialles, íntimos de Cocteau, propulsa hasta los topes en L’age d’or, donde las partes conectan dentro del absurdo con mayor naturalidad porque el metraje así lo propicia y el guión ya no se basa en el encadenamiento de una espontaneidad meramente onírica. Hoy en día pretender rodar algo similar y proyectarlo en cines comerciales sería un suicidio entre muertes infantiles, obispos esqueléticos, ¡viva los mallorquines!, y Cristos que salen de orgías. En 1930 la censura pasó por alto en primera instancia tanto delirio razonado, siempre lo es si el artista sabe lo que se hace, hasta que la tensión que anticipaba la década saltó y la extrema derecha actuó con sus armas habituales de violencia.
El filme no volvió a ser exhibido en Francia hasta 1983. Durante los años treinta Buñuel rompe con el grupo surrealista porque privilegió su afiliación comunista, que siempre ocultó pese a sus evidentes simpatías con la URSS y Stalin, ideología que desgranó a su manera, como puede verse en Las Hurdes, donde lo revolucionario en realidad fue penetrar en ese agreste territorio y montar un documental que mostrara la desolación de un modo tan crudo y salvaje con tintes tan personales, reflejados desde la primera escena de los gallos hasta la última con los niños que no lo son. El gobierno de la República no creyó conveniente exhibir la cinta. Durante ese lustro dorado de nuestra historia Buñuel fue padre por vez primera, trabajó como encargado de doblaje en la sección madrileña de la Warner y fue el hombre en la sombra de la compañía cinematográfica Filmófono de Jaime Urgoiti, que produjo cuatro películas de notable éxito para lo que era el cine español de entonces, un niño pequeño que apenas empezaba a balbucear cuatro sonoridades.



No hemos hablado de hombre en la sombra por casualidad. Los vetos comerciales a L’age d’or y Las hurdes no deprimieron el ánimo del cineasta aragonés, quien seguramente estaba convencido que sus obras iban a permanecer, por eso optó no por firmar la tetralogía de Filmófono, bien consciente de su leyenda surrealista. La Guerra le empujó, era donde mejor podía servir a la República, de nuevo a París, concretamente a la embajada española, donde fue una especie de jefe de protocolo por sus contactos. Además de tan peculiar misión también se dedicó a supervisar el pabellón español de la Exposición Universal que la ciudad de la luz organizó en 1937, espacio donde el público pudo contemplar el Guernica entre muchos otros logros de nuestra cultura.



En 1938 Buñuel, ayudado por sus amigos Rafael Sánchez Ventura y Charles Noialles, parte por segunda vez a los Estados Unidos para supervisar para el gobierno republicano dos películas que se iban a rodar sobre la Guerra Civil. Fue un adiós providencial enturbiado a posteriori por Salvador Dalí. La tragedia de los diecisiete años que van de Las hurdes a Los olvidados y la resurrección mexicana son aspectos que sí pueden leerse en el volumen de los diálogos de Max Aub.

La biografía de Gibson tiene la virtud de su ingente documentación, la característica prosa del irlandés, a veces con un cierto aire anquilosado, y el fundamental motor del estímulo, pues a través de su lectura resulta sencillo formular reflexiones que inciden en nuestra época y desde el infortunio de Buñuel vuelan al pesar por lo perdido y la situación cultural actual, donde huele a quimérico que un esfuerzo como el suyo diera sus frutos en esta tierra tan rica y tan pobre, ingrata con sus hijos, reacia a postulados que den vueltas de tuerca cuando es algo que debería llevar gravado en su sangre.