jueves, 30 de mayo de 2013

Periféricos en Número Cero




Si el pasado mes abordé nuevas voces de Barcelona, en esta ocasión he preparado para la revista Número cero un artículo sobre autores emergentes lejos de Madrid y la Ciudad Condal. Podrían ser muchos más, pero he optado por hablar de Jesús Carrasco, Miguel Ángel Hernández, Sergio del Molino, Iván Repila y Harkaiz Cano.


 Primera parte 

Segunda parte




El Oscuro carisma de Hitler de Laurence Rees en Revista de Letras

La hipnosis al detalle: “El oscuro carisma de Hitler”, de Laurence Rees

Por  | Destacados | 30.05.13
El.oscuro.carisma.de.HitlerEl oscuro carisma de Hitler. Laurence Rees
Traducción de Gonzalo García
Crítica (Barcelona, 2013)
Cómpralo aquí
Siempre será un misterio, pero después de leer El oscuro carisma de Hitler las cosas quedan más claras. El mediocre austríaco que parecía destinado a una vida en el más absoluto anonimato emergió tras la Primera Guerra Mundial y se convirtió en un diabólico líder de masas.
¿Por qué? Esa es la gran pregunta, y el historiador británicoLaurence Rees ha puesto gran empeño en responderla a partir de mil y un testimonios que cubren toda una gama de estratos sociales, desde la gente de la calle hasta gerifaltes del régimen nazi.
Gran parte del mérito de la obra de Rees surge de su estructura, que divide fase por fase las diferentes evoluciones del Führer. En un principio no parece detectarse ningún rasgo propio de aquellas personas capaces de convencer a otras y seducirlas con sus dones, pero a partir de la irrupción de Hitler en la órbita del embrión del NSDAP todo cambia porque el genocida descubre sus dotes oratorias, consistentes en la sorprendente concisión de decir casi siempre, algo harto complicado, lo que su público quería escuchar. Sus virtudes en los mítines relucían en una especie de apoteosis colectiva que, sin embargo, no se producía con tanta frecuencia en los encuentros individuales, donde muchas voces lo contemplaban como un hombre normal sin ningún tipo de fuerza, algo inexplicable si analizamos cómo figuras de gran significación histórica como Hindenburg o Neville Chamberlain cambiaron de opinión tras conocer al antiguo correo del ejército de la Gran Guerra.
El autor del volumen explica desde el prólogo una característica vital para que el lector comprenda sus explicaciones. En pleno siglo XXI es muy fácil documentarse con vídeos e imágenes que nos pueden dar una visión sesgada del carisma del dictador. Visualizamos los fotogramas y su oratoria, que en su época era un arma letal, nos resulta ridícula. Ello es porque vemos las películas desde la descontextualización y toda la perspectiva que nos concede el paso de los decenios y el saber que ese señor de trasnochado bigote fue un asesino que provocó el conflicto bélico más salvaje que la Humanidad nunca contempló y, esperemos, contemplará.
Leni Riefenstahl (foto: D.P.)
Leni Riefenstahl (foto: D.P.)
Pero para los habitantes de la Alemania posterior al crack del 29 sus discursos eran mano de santo, algo que él acrecentó con una serie de medidas que potenciaban el efecto del conjunto. Sirva para mostrarlo su implicación en el guión de El triunfo de la voluntad deLeni Riefensthal, filme propagandístico donde sus ideas tuvieron mucha más trascendencia que las de Goebbels, artífice, todo hay que decirlo, de un inigualable aparato de encumbramiento del líder carismático entre medios de comunicación, carteles y un infinito elenco de medios.
La mención a la película de la directora alemana no es casual, pues en ella se privilegia la estética y la capacidad escenográfica del Tercer Reich. Hitler, para causar impresión a sus invitados, hizo queAlbert Speer construyera un enorme pasillo de recepción en la Cancillería. La distancia que los visitantes debían caminar para llegar a la puerta del despacho del jefe de Estado teutón generaban un cansancio teatral que aumentaba el respeto. Rebasar ese umbral era un reto y una pirueta más en el artefacto de encumbramiento.
Hasta 1939 las excentricidades de Adolf Hitler hicieron mella positiva entre la ciudadanía, entre otras cosas porque todas sus acciones en política exterior se consideraron una justa venganza del injusto Tratado de Versalles. Por otra parte, la actitud de los mandatarios extranjeros dejaba ver que la situación estaba controlada. Polonia cambió las cosas porque nadie quería otra guerra, aunque las iniciales victorias y el milagro de la exitosa invasión de Francia hicieron albergar esperanzas en una victoria absoluta. Mientras ello acaecía el exceso de confianza cubrió la mente del Führer, que optó por una serie de apuestas erróneas entre las que destaca la invasión de la Unión Soviética, absurda si se considera que desde 1940 los Estados Unidos ya preparaban su entrada en la contienda, con lo que era inevitable la apertura de un segundo frente que aliviaría la soledad del Reino Unido, capitaneado por Winston Churchill.
Laurence Rees (foto: web del autor)
Laurence Rees (foto: web del autor)
Las declaraciones de jerarcas nazis y ministros de otras nacionalidades comentan que en privado Hitler gustaba de dar gritos enloquecidos que hacían dudar a muchos de su cordura, si bien muchos de los que vertieron sus experiencias con el artífice del Holocausto exhiben contradicciones que Rees considera coherentes, contradicciones que oscilan entre la admiración y la demencia del objeto de estudio, quien apenas convocaba a sus ministros porque tomaba solo sus resoluciones, con lo que terminó por crear una extraña forma de poder que incrementó con el transcurrir de los años, cuando su mesianismo aumentó al asumir la jefatura del ejército y endiosarse hasta límites intolerables que perjudicaron la táctica y la estrategia de la Wehrmacht.
Desde antes de 1939 muchos militares ya pensaron en acabar con la vida de Hitler para liberar a los alemanes de una pesadilla que abocaba al país hacia la destrucción y la ruina. Se prepararon múltiples complots que no fructificaron precisamente por miedos ante el carisma del líder. Nadie se atrevió a dispararle a bocajarro, y el famoso intento de julio de 1944 obedeció a la necesidad de evitar un desmoronamiento que era palpable en todos los frentes.
Pese a ello sorprende comprobar cómo la población civil tardó muchísimo en mostrar desafección. En casos polémicos como la relación del Tercer Reich con la Iglesia Católica se tendía a culpar a los subordinados, pues Hitler no podía ser tan malo. Ignoraban la bestia que habían elevado a los altares, animal que desde su privilegiada posición delegaba en cargos inferiores algunos asuntos brutales, como la conferencia de Wansee en la que terminó de dibujarse la configuración de la muerte industrial y organizada de millones de judíos. Otros se reunían, pero la última palabra  siempre era suya.
En los últimos meses, con su condición física sumamente perjudicada y las facultades mentales alteradas, la desconfianza de sus antiguos aliados fue la gota que colmó el vaso del adiós del carisma. El tiro de gracia en el búnker fue un final acorde para quien quiso hacer del arte de gobernar una trama suicida con tintes wagnerianos desde un egoísmo que no contemplaba el bien común, sólo la megalomanía que reparara sus frustraciones de juventud.
Además de realizar un retrato psicológico desde lo esencial de las ciencias sociales, Laurence Rees aporta infinidad de datos que no aparecen en mucha de la amplia bibliografía dedicada al tema y su prosa es amena, objetiva y precisa, tres elementos imprescindibles tanto para el lector que quiera adentrarse en la cuestión como para aquel que desee ampliar su bagaje sobre una de las personalidades más inquietantes de la Historia. Un libro imprescindible, de lo mejorcito que se ha publicado a lo largo de la centuria sobre Hitler y la Alemania nazi.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Podcast de personajes que se sacrificaron por amor



Hoy en el Laberint de Wonderland hemos abordado el tema de los personajes que se sacrificaron, de un modo u otro por amor. Entre los elegidos han aparecido Penélope, Werther, Marianela y Maruja de Últimas tardes con Teresa. Puedes escuchar la charla a partir del minuto 38 del Podcast clickando aquí

Miércoles 29, Personajes que se entregaron por amor en el Laberint de Wonderland






Hoy en esta extraña primavera que nos ha tocado vivir hablaremos en el Laberint de personajes que, de un modo u otro, se entregaron por amor, roles literarios que muestran una cierta abnegación para con su persoa querida por el motivo que sea. Para hablar de ellos hemos elegido un cuarteto bastante particular: Penélope, Werther de Goethe, Marianela de Galdós y la sirvienta Maruja de Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé.
















Cada miércoles a partir de las 15h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo:Rne4

martes, 28 de mayo de 2013

Diálogo con Iván Repila en Revista de Letras

Diálogo con Iván Repila, por Jordi Corominas i Julián

Por  | Portada | 28.05.13
El jueves veintitrés cogí un avión para ir a Bilbao, presentar Loopoesía e irme al día después tras entrevistar a Iván Repila. Nos conocimos una vez en Barcelona, un visto y no visto en el Giardinetto, con ambos en precarias condiciones tras una ingesta masiva de alcohol tras acudir a presentaciones literarias, lo que hacía que en mi caso recordara poco o nada de ese momento, pero las nuevas tecnologías han hecho que, con el tiempo, entabláramos amistad, potenciada después de esas breves e intensas veinticuatro horas en la capital de Vizcaya.
Iván acudió a Loopoesía y luego llegó el delirio. Charlamos toda la noche, terminamos en un antro de mala muerte, del que no diremos nada porque hay glorias que conviene guardar para la privacidad de dos pésimos cantantes, y a la mañana siguiente quedamos para tomar unos pinchos y compartir paseos por la ciudad. A eso de las cuatro de la tarde entramos en un bar, pedimos a la encargada que baje la música y procedemos a cambiar, sólo un poco, el registro para que el diálogo tenga el tono que requiere toda charla con vistas a ser publicada en una revista, como es el caso.
Iván es un escritor que, a diferencia de muchos otros, sorprende porque sus dos novelas, ambas editadas por Libros del Silencio, no se parecen en nada. Una comedia canalla es un delirante viaje entre marihuana, pistolas, americanos justicieros, bandas, taxistas y niños demasiado inteligentes en el crimen. El registro humorístico de su debut vira y desaparece con El niño que robó el caballo de Atila, donde las astracanadas con sentido desaparecen y la prosa adquiere un tono íntimo acorde con la trama, reforzada por una estructura minimalista, austera desde ese pozo en el que dos hermanos luchan por salir a la superficie.
La chica nos hace caso. La música, una estupenda selección de clásicos populares, disminuye su volumen y enciendo la grabadora.
Iván Repila (foto: Libros del Silencio)
Iván Repila (foto: Libros del Silencio)
Entre Una comedia canalla y El niño que robó el caballo de Atila el cambio de registro el cambio estilístico y temático es radical. ¿Es querido?
Sí es querido, pero no lo busqué para que El niño que robó el caballo de Atila se distinguiera de Una comedia canalla. Todas las personas tenemos momentos serios y cachondos. Hay circunstancias que generan registros. En la vida nos ponemos máscaras en función del contexto, y eso se traduce también a la hora de escribir. En un momento concreto nos sentimos más animados para un determinado estilo o para contar una determinada historia. En el momento de Una comedia canalla pensé algo para animar a las tropas, para reír, y con ese espíritu escribí mi primera novela. Con El niño que robó el caballo de Atila quizá llegué a un momento más serio, melancólico e introspectivo, de analizar mis problemas personales, miedos y carencias, lo que me llevó a componer un libro totalmente diferente.
Y mucho más intimista.
Sí, pero creo que todos somos capaces de tener muchas caras distintas.
Tenemos mil yoes. Cuando leí Una comedia canalla pensé en una herencia cinematográfica de nuestra generación que va desde Tarantino hasta Guy Ritchie pasando por Trainspotting. Un escritor debe tener está multiplicidad de registros y beber de muchas fuentes.
Y no sólo un escritor. La literatura permite que exista Una comedia canalla, que sí, es muy cinematográfico: la descripción es escasa, la construcción de personajes es breve y sobre todo hay una circunstancia de acciones y acontecimientos que van superponiéndose uno detrás de otro y crean una velocidad. Esto es una herencia muy cinematográfica y también de una literatura de humor. Al mismo tiempo la literatura te permite inventar un libro donde la acción brilla por su ausencia y los personajes están desgranándose en lo subjetivo todo el tiempo a través de lo que ocurre, casi siempre, en sus cabezas, como sucede En niño que robó el caballo de Atila.
En Una comedia canalla puedo detectar influencias, pero en El niño que robó el caballo de Atila son más difíciles de detectar.
¿Tú crees?
Yo creo que sí. ¿Qué modelo tomaste?
Sería incapaz de mencionar un modelo. Puedo entender que otros busquen influencias. Algunos la han relacionado con Agota Kristoff, sobre todo con El gran cuaderno por lo de los dos hermanos y los capítulos breves. No soy bueno poniendo referencias.
Ningún escritor es bueno poniendo referencias. Existe la coincidencia de un cierto aire con Intemperie de Jesús Carrasco.
Pero eso ha sido sin querer, y los dos libros una vez terminados no tienen nada que ver.
Y además es imposible que ambos os influenciarais  porque los libros salieron al mismo tiempo y no os conocéis personalmente, pero las épocas producen estas coincidencias en el arte.
En todo caso sería una coincidencia formal, de una austeridad que coincide en circunstancias concretas y produce una conexión. La exuberancia del lenguaje de Carrasco y la ejecución técnica de Intemperie son cuestiones que en nada tienen que ver con El niño que robó el caballo de Atila.
El niño que robó el caballo de AtilaA nivel técnico la estructura de El niño que robó el caballo de Atila es fundamental, y marca de manera clave el tempo narrativo. Supongo que cuidaste bastante este aspecto.
Sí, me llevó meses de trabajo, porque al ser un libro breve tuve que ser muy meticuloso en encajar sentidos y extensiones. Lo trabajé mucho con Gonzalo Canedo y Marc García. Queríamos que el libro sonara muy afinado.
Y con la brevedad puedes generar más lirismo.
Sí, y es una poética buscada. Al empezar a escribirlo sabía que necesitaría una carga poética muy fuerte, con un uso potente de metáforas e imágenes, que bien usadas generan enlaces mentales con el lector. Mientras escribía quería que el texto contara una historia y generara historias paralelas, por lo que consideraba importante conseguir chispazos de imaginación a partir de imágenes con una potente carga simbólica. De este modo el lector en su cabeza crea imágenes propias que despiertan en él paralelismos.
Y eso exige concreción, porque de otro modo esa potencia desaparece.
En Una comedia canalla las imágenes eran más del habla popular, el texto no solicitaba poesía, pero En el niño que robó el caballo de Atila la necesitaba.
Y en Una comedia canalla se produce un encaje generacional, hay locura imposible que en algunos matices podría producirse en la realidad.
Todos los de nuestra generación hemos pensado en poder hacer determinadas cosas que ocurren en la novela. Tiene verosimilitud inverosímil. Los acontecimientos narrados son pura exageración, pero en una noche puede pasar cualquier cosa.
Y en este sentido las exageraciones ahondan en algo, lo he comentado en algunas charlas con Manuel Vilas y Laura Fernández, que escasea en la literatura española reciente: el humor.
Creo que eso sucede porque un defecto español es que estamos retrasados en lo de reírnos de nosotros mismos. Una vez pierdes la vergüenza y aprendes a reírte de ti mismo puedes aprender a desarrollar un humor más universal, que por ejemplo los británicos consiguen sin problemas. Lo de tomarnos demasiado en serio es una problemática social española.
Que se agrava si hablamos de lo literario.
Es mucho peor. No sé los motivos, pero el escritor español se toma demasiado en serio, como si estuviera tres metros por encima de los demás, y eso es un problema para hacer reír.
Y en Una comedia canalla ese paradigma se rompe.
Claro.
Además el escritor es irrelevante a nivel social, no tiene sentido tomarse en serio. Nadie reconoce a Marsé o, por poner un ejemplo más mainstream, a María Dueñas.
Es verdad. Yo creo que nuestra generación está perdiendo la suficiencia de antaño. La escritura es un tema muy serio, pero otra cosa es la capacidad de tomarse en serio a uno mismo.
Y nuestra generación tiene que mostrar una normalidad del escritor.
Seguramente. Nosotros hablamos mucho por Twiter y existe esa normalidad, no hay ningún tipo de divismo, ni importa la editorial donde publiques. Todos nos comportamos como si estuviéramos en la calle.
Sacas a colación el tema de las editoriales independientes.
Que en muchos aspectos han cambiado algún que otro paradigma en la literatura española.
¿Cómo llegaste a Libros del Silencio?
A las bravas. No tenía ningún contacto en el mundo editorial: ni enchufes ni padrinos. Vivía en Madrid, trabajaba diez horas diarias y al terminar Una comedia canalla imprimí el manuscrito y seleccioné cuarenta editoriales. Imprimí los manuscritos de cinco en cinco, mandé la primera tanda un jueves y poco después Gonzalo Canedo me llamó. Me dijo que se reía mucho con la novela y mostró su interés por publicarla. Al cabo de un par de días confirmó la oferta y así surgió. ¿Ves? Todavía existe la posibilidad de publicar sin padrinos en España.
No creo que haya necesidad de un padrino.
En los comentarios anónimos de determinados blogs es una creencia arraigada.
Pero muchos de estos comentarios en blogs muestran una ignorancia bastante profunda en muchos temas.
Pero muchas veces cuando el río suena agua lleva. Mucha gente se habrá dado mil y un cabezazos con las editoriales.
Sí, pero en muchos casos es una cuestión de cómo gestionas tus recursos y analizas tus posibilidades.
Sí. A ver, ahora al tener publicadas dos novelas conozco a más personas en el mundo editorial y tengo más posibilidades de encontrar acomodo para mi tercer libro. Mis circunstancias han cambiado en ese sentido. Quizá ahora me resulta más sencillo que llegue a unas manos que considere interesantes.
Con Libros del Silencio se produce una relación clásica entre escritor y editor, parece que existe una fidelidad mutua y un trabajo tradicional del editor, que aconseja al escritor y mejora el manuscrito.
Con Gonzalo Canedo tuvimos desde el principio un feeling muy fuerte. Hasta su muerte hablábamos todas las semanas. Desarrollamos una relación de amistad. Gonzalo se convirtió primero en mi editor y luego en mi amigo. No sólo hablábamos de libros. Siempre estuvo muy atento y  me sugería mejoras que en ocasiones aceptaba y otras veces rechacé, siempre desde la premisa que el autor es el que manda.
Hay mucho tipo de editor, algunos tienen este esmero y otros son directores de marketing, pero la que cuentas es una relación casi de otro tiempo.
Inmejorable. Ni en mis mejores sueños. No sé si en el futuro cómo será, pero mi editor para siempre, aunque ya no esté entre nosotros, será Gonzalo Canedo.
Volvamos a tus dos novelas. ¿Cuál de ellas determina el rumbo de tu carrera?
No creo que sean dos rumbos distintos.
Hay la coherencia de la diversidad.
Mi tercera novela no se va a parecer a ninguna de las dos anteriores. Luego ya veremos. La literatura te lleva por caminos imprevistos.
El crítico suele analizar la carrera de un escritor y busca similitudes en los textos en una trayectoria. Una crítica fácil es, sobre todo en escritores consagrados, que cada libro es una pequeña variación del otro.
Pero precisamente yo no soy un escritor consagrado.
Sí, pero también en la obra de escritores jóvenes se dan coincidencias entre libros, es parte de una evolución literaria. Sin embargo, en tu caso concreto hay censuras brutales en el uso del lenguaje y hasta en el estilo.
Algunos en mi caso han hablado de doble debut. Hay que pensar las razones de tanta diferencia, e insisto en que no es algo buscado. Con El niño que robó el caballo de Atila  fui encontrándome el texto por el camino. Estaba en un momento de mi vida donde necesitaba escribir de ese modo y contar la historia de esa manera.
Una comedia canallaEn Una comedia canalla necesitabas animar a las tropas, pero en El niño que robó el caballo de Atila te encuentras con un tono más crítico, sobre todo en ese final, que se puede interpretar como una revuelta contra lo que está pasando ahora mismo.
Mi tesis es clara: cualquier revolución pasa por una revolución interior. Un sector de los lectores ha visto más reminiscencias de conato social. En cambio otros la han encontrado más existencialista y la contemplan desde una óptica de revolución interior.
Algunos la han comparado con Beckett.
Sí, lo han comentado por el teatro del absurdo. También han hablado de Albert Camus, que sí está presente en el texto. Pero el hecho de que toda revolución pasa por una revolución interior es clave.
Eso define mucho mejor más las cosas.
Hablemos de cosas que pasan hoy en día. El 15M ha triunfado hasta cierto punto, tuvo su chispazo de fuerza pero los bancos y los gobiernos hacen lo que hacen. Estamos igual o peor que hace dos años. Las redes sociales permiten que nos comuniquemos y nos enteremos de las cosas. Hay una manifestación a esta hora, venga, vamos. Las verdaderas revoluciones sociales de la Historia se han producido porque antes existió una revolución interior en las personas. Ahora se reúnen las condiciones para que eso suceda, pero no ha pasado con el 15M. Parece que las personas ahora se suscriben a unas revoluciones cómodas. Vas tres horas a una manifestación y luego te vas de copas. Son revoluciones superficiales que no suman nada. Con El niño que robó el caballo de Atila quería decir que si queremos cambios en el mundo hace falta que primero nos revolucionemos nosotros porque así podremos dar el siguiente paso.
Estoy muy de acuerdo con lo que dices. Además la gente piensa que una revolución es como un suspiro que cambia el estado de cosas. Las revoluciones son procesos que duran años, y en El niño que robó el caballo de Atila
Se ve el proceso.
Sí, pero está el capítulo donde el hermano pequeño balbucea porque pierde el viejo lenguaje para adquirir el nuevo, eso es la culminación de un proceso.
Y lo has pillado estupendamente. Esa era la idea del capítulo que mencionas.
Para poder transmitir una paz exterior tienes que conseguir tu paz interior.
O todo lo contrario.
Una coherencia o una lucidez, porque para protestar tienes que tener una lucidez, que enEl niño que robó el caballo de Atila exhibe el hermano pequeño.
A partir de esa lucidez toma determinadas decisiones que llevan al final del libro. Cuando cambias puedes empezar a cambiar el mundo que te rodea, no como en las revoluciones de pacotilla de nuestro tiempo, revoluciones de tres horas.
Fichar en la revolución.
Como colegas que iban a Sol a ver a las chicas porque las revolucionarias eran muy guapas.
Se usa con demasiada facilidad la palabra revolución.
Ahora es una marca. Suma revoluciones interiores y llegaremos a la otra, y sucede sin querer.
Es el tópico actual del cabreo colectivo, que no llega.
Y se piensa porque antes pasó. No estamos en un momento de calma, padecemos zozobra espiritual.
Lo interesante es plantear cuestiones como estas, éticas y políticas, sin necesidad de ser explícito como en novelas actuales que usan la crisis y la mencionan de manera literal.
Con nombres y apellidos de personajes reales. Eso circunscribe tanto el hecho literario que hace que la transmisión de determinadas ideas pierda fuerza. Si podemos elevar la apuesta y logramos que la metáfora levante chispazos de imaginación llegaremos más lejos.
La toma de conciencia. En las dos novelas sí que encuentras varias tomas de conciencia.
Hay gente que dice que Una comedia canalla no es literatura. Estoy en desacuerdo, y además suelta hachazos que son de reír para no llorar.
Menos que cero de Easton Ellis también mostraba la decadencia, muy a la americana, desde la juventud.
Usó y abusó de eso.
Los contextos no son comparables, pero las novelas de jóvenes que van hacia el abismo pueden enfocar la cuestión desde mil maneras distintas.
La literatura es libertad, podemos hacer lo que queremos, y siempre he creído que vivimos en el mejor de los mundos posibles, que hace veinte años estaba peor, vamos ganando pese a momentos de retroceso. Al vivir en el mejor mundo posible la libertad creativa es alucinante.
La literatura no debe encorsetarse como puede ocurrir en mucha poesía, que no cambia desde hace siglos. La literatura es un campo de juego brutal.
Y de batalla. Puede gustarte más lo que hace Fernández MalloJordi Corominas o Valente. También puede no gustarte, para gustos los colores. La literatura es conmoción, es el impacto emocional que te provoca.
La literatura debe despertarte estas emociones y sensaciones. Antes hablábamos del 15M y decíamos que en algunos momentos ha sido más una revolución de pasarela. En la literatura reciente en algunos casos la fachada también se ha impuesto. ¿Crees que volveremos a una ética y una honestidad lógicas?
Sí, pero es que la literatura tiene que ser honesta siempre, y sólo la honesta tiene importancia, perdura y mueve y remueve la conciencia del lector. La otra es mero entretenimiento. Toda forma de arte tiene que tener ese principio, lo más peligroso para un autor es engañarse a sí mismo.

domingo, 26 de mayo de 2013

Persecución de Alessandro Piperno en Literaturas

Pe

Por Jordi Corominas i Julián 
/ Autor.- Alessandro Piperno,
Editorial.- Lumen
Pag.- 448
244_H421364.jpgHay autores que con pocas obras logran mostrar a las claras que senda tomará su trayectoria literaria. Alessandro Piperno es uno de ellos. Su ópera prima, Con las peores intenciones, apuntaba unas maneras que tanto en fondo como en forma ya remitían a la gran herencia de la novela decimonónica. El escritor romano es preciso en el detalle, ama las grandes sagas familiares y tiene claro que el conflicto de toda una sociedad puede expresarse en el clan por antonomasia, que en su caso siempre remite a lo hebraico, constante que brilla con la fuerza de la madurez narrativa en Persecución, primera entrega de un díptico cargado de intriga, malas hierbas y la crueldad de lo inesperado.
La trama es simple pero contundente. Leo Pontecorvo es un pediatra de éxito. Ha trabajado durante toda la vida por forjarse un nombre que aúne prestigio y talento a partes iguales. Desde su juventud destacó por una mentalidad abierta, de un cosmopolitismo que abría ventanas existenciales y profesionales. Vivió en el París de los sesenta, aprendió de los mejores y con el tiempo supo aprovechar las oportunidades que le brindaba el destino hasta ser una destacada figura pública, acariciar el éxito y ser reconocido entre la multitud.
Sin embargo, el gran hombre optó por la sobriedad de sus antepasados. Cuando ganó un poco de dinero abandonó el centro de la Ciudad Eterna y el origen ancestral del Ghetto para trasladarse a la plácida periferia con sus hijos y su mujer, judía como él, aunque de un estrato social inferior. Con ellos transcurrió, pese a los típicos dimes y diretes de toda relación, la felicidad de lo estable hasta el segundo en que todo se congeló, llave de acceso a la pesadilla que narra Persecución.
De repente, en un instante muy simbólico de esa década de los ochenta, un universo se congela para dar paso a otro. Existían indicios, notas que apuntaban al debacle, pero quien lo anuncia es el aparato televisivo, la bestia que antes de la red de redes ejercía de sumo sacerdote de condena y pública exposición.
No hay vuelta atrás. El dedo que acusa deja a Leo Pontecorvo en la posición de un pederasta que ha flirteado, y quizá algo peor, con una jovencita de doce años, una niña, su especialidad, lo que agrava la circunstancia. ¿Qué hace un galeno infantil intercambiándose cartas románticas con una chavalita?
Esa fracción de segundo de la caja tonta desencadena la máxima tormenta y Piperno lo aprovecha para obrar en consecuencia. Cada peripecia tiene un antes y un después que ayudan a su plena comprensión. Durante un centenar de páginas asistimos a un ejemplo de cómo se desgranan las causas. Las patatas fritas de uno de los dos retoños del matrimonio siguen en el plato. Los cubiertos están su sitio y nosotros leemos los porqués de una hecatombe, sus indicios y el desarrollo hasta la explosión.
Lo que acaece a posteriori transforma la novela en un mixto muy bien hilvanado con claros tintes kafkianos desde una doble perspectiva. Ocurre que con Alessandro Piperno es fácil para el crítico jugar a las comparaciones con otros escritores del pasado. El entramado familiar, mimado hasta la extenuación, puede hacernos pensar en un Thomas Mann menor que quiere alcanzar la grandeza del teutón pasito a pasito, como si su singladura fuera un aprendizaje para alcanzar una cota similar a la de Los Buddenbrock. Otros mentaran a Philip Roth por la cuestión judía y las diferencias generacionales y muchos hablaran de la literatura de finales del Ochocientos y principios del siglo XX.
No irán errados, pero en la novela que analizamos Kafka es el termómetro que mide la temperatura de la estructura del sufrimiento. La metamorfosis está presente en la decisión de Leo Pontecorvo. En vez de querer mantener la unidad grupal vela hacia la cobardía y se instala en un sótano de la vivienda que simboliza su abandono que termina comportando el de los demás, meras sombras cavernarias para quien reside en las profundidades y observa el rechazo de sus seres queridos, mucho más importantes que los titulares de los periódicos y las noticias de los informativos de la noche.
Pontecorvo pasa a ser Samsa, insecto que en la superficie es devorado por las hienas que esperaban la flaqueza de la celebridad para hundirlo en la pocilga más asquerosa, en la mugre más abyecta. Se genera un sinsentido que es el de El proceso, con testigos que inventan pruebas inexistentes, antiguos aliados que quieren cobrarse venganza por naderías y sumas quiméricas que aparecen para quedarse en el agravio que incrementa la derrota del ermitaño del subsuelo, con esa escalera que separa su presente del pasado glorioso.
El escarnio y la lenta disolución de la realidad derivan hacia el delirio mientras la cotidianidad procede al aniquilamiento. La pérdida de una identidad para asumir otra se describe mediante una tensión que asfixia por agotamiento, con el cuentagotas accionado en la disección del cadáver que respira, víctima del sistema que lo ha encumbrado.
Entenderán que no desvelemos el final, sería injusto y además no se adecuaría a las mejores intenciones de Piperno, que deja en el tintero dudas por resolver. En los balbuceos de Persecución detectamos unos dibujos que, desde nuestra función crítica, son innecesarios. ¿Seguro? La estética los descartaría, no así la trama, que los incluye en vistas al futuro, a la segunda parte del díptico, donde descubriremos a quien pertenece la misteriosa voz narrativa que ha revelado los secretos del íncubo. Esperaremos.

viernes, 24 de mayo de 2013

Desastres cotidianos en Todos somos sospechosos de Radio 3


¿Tirar el plato a la basura? ¿Buscar el mando y tenerlo en la mano? ¿ Buscar las gafas y llevarlas puestas? A veces perdemos la cabeza en la cotidianidad, y los ejemplos que inician esta entrada sólo son los clásicos, pero hay muchos más, y de ellos hablamos Laura González y yo en Todos somos sospechosos la pasada madrugada. Puedes escuchar la charla aquí

Diálogo con Julio Llamazares en Revista de Letras


Diálogo con Julio Llamazares, por Jordi Corominas i Julián

Por  | Portada | 23.05.13
Coincido por vez primera con Julio Llamazares en los estudios de Radio Nacional en Barcelona. Rosa Gil lo entrevista mientras lo observo entre bambalinas y espero que llegue mi turno en otro lugar de la Ciudad Condal. Verle en directo me relaja, porque compruebo que el escritor leonés, que vuelve a la novela con Las lágrimas de San Lorenzo (Alfaguara, 2013) tras un largo silencio en el género, es una persona simpática, que habla por los codos y no rehúye preguntas.
Cuando termina su momento en las ondas abandona la emisora, coge un taxi y descansa un breve rato en un conocido hotel. Yo doy rienda suelta a mi sección, salgo del edificio, cojo el metro y compruebo que tengo tiempo de sobras antes de la charla, por lo que decido bajar en Fontana, una parada relativamente lejana al punto de encuentro. Llueve, y ello me permite, como si vislumbrara las estrellas del protagonista de la obra de Llamazares, contemplar con calma casas modernistas de la calle Gran de Gràcia, bellas y efímeras porque el entramado urbano de la zona no es de los más cómodos para deleitarse con esas obras de principios del Novecientos. Da igual. Me mojo, gozo con la belleza y entro en el hall del hotel, me siento en un sofá y me divierto con las vistas de otra entrevista y toda su parafernalia.
Cuando llega mi turno todo fluye. Charlamos durante unos breves instantes, intercambiamos pareceres sobre temas de no mucha actualidad y al cabo de un rato opto por cumplir con el ritual y enciendo la grabadora.
Julio Llamazares (foto: Alfaguara)
Julio Llamazares (foto: Alfaguara)
¿Cómo has tardado tanto en sacar una nueva novela?
Por tres razones. La primera es que soy muy lento escribiendo. Podría sacar una novela al mes, pero para mí no es un objetivo. Prefiero escribirla con la máxima intensidad y expresividad de la que yo soy capaz, y eso me lleva mucho tiempo. Josep Pla decía que fumaba tabaco de liar para buscar los adjetivos, escribir consiste en buscar los adjetivos más adecuados para cada palabra.
El segundo punto es que me gusta perder el tiempo. Ganas el tiempo perdiéndolo, porque es cuando ocurren cosas. Las grandes cosas se me ocurren en un bar o paseando por la calle. Vivo de la literatura, pero nunca me he sentido un escritor profesional. Nunca me tomé esto como una profesión, más bien como una pasión. Aunque no pudiera publicar seguiría escribiendo, por lo que escribo con el objetivo de alcanzar mi máximo nivel.
Eres un poco como el protagonista de la novela, que privilegia la vida y al mismo tiempo aspira a escribir su gran obra. La frase de Lennon que aparece en Las lágrimas de San Lorenzo, “La vida es lo que pasa mientras vas haciendo otros planes”, resume muy bien este espíritu.
La frase de Lennon resume muy bien la novela, sí. Hemos trastocado todo. El mercado ha transformado todo, incluido el libro y la literatura. Por ejemplo, ahora todo el mundo escribe. ¿Por qué? Porque en los últimos cuarenta años, por una serie de razones sociológicas que no explicaremos aquí, el escritor pasó de ser un personaje marginal, casi sujeto de compasión social, a ser admirado y a tener glamour, ganar dinero y ser un paradigma de prestigio. La gente que no sabe qué hacer se pone a escribir una novela.
Pero eso ahora mismo ya no es así, es una condición del pasado. Es un engaño, un miraje.
Ha cambiado la concepción de la literatura y el libro. Eso ha tenido una serie de efectos secundarios. El libro, como pasaba con el mundo del disco, se ha convertido en una carrera profesional. Hay que sacar un disco al año. Hay que sacar un libro al año para estar en la lista de ventas, lo que es antagónico con la literatura, porque el libro se escribe desde la lentitud y la soledad. Escritores como yo, que paso por ser un raro, nos encontramos en ese choque de fuerza.
Pero esa rareza es la normalidad.
Para mí los raros son los otros.
Siempre los raros son los otros.
Yo soy un escritor antiguo. Escribo como me imagino que escribían los escritores del siglo XIX o en la época de Homero. Escribían lo que les apetecía y con todo el tiempo del mundo.
El escritor como artesano.
Esa es la palabra. Artesanal, porque lo que intento al escribir es buscar la música de las palabras, que es lo difícil. Contar una historia es fácil, la cuentas en una semana por oficio, pero yo no escribo para lograr eso. Los raros son los que se toman la literatura como una profesión. Hace años que vivo de la literatura y aledaños, pero nunca me he tomado la cosa como una obligación. Si como vaticinan el libro desaparece no tendré problemas en volver a ejercer de abogado, pero seguiría escribiendo.
La estructura de Las lágrimas de San Lorenzo es muy particular y requiere pensamiento y lentitud. Una fábrica taylorista no la puede generar.
Y sobre todo las cosas mejores o peores no se me ocurren a bote pronto. Pienso mucho las cosas que escribo. Muchas de ellas se me ocurren en la calle, me gusta escribir paseando. Cuando me siento en la mesa es que ya he tenido una serie de aproximaciones a ideas que luego desarrollo escribiendo, pero ya te digo, me lo tomo con toda la calma del mundo.
Entonces no eres el típico escritor que se deja llevar por un punto de partida. Estructuras más que eso.
Hasta cierto punto. Aquí parto de una imagen. Para mí la literatura es la música que producen las palabras. También es arquitectura. Empecé la novela cuando se me encendió una bombilla con la estructura de la novela, cada capítulo es una estrella fugaz.
Eso de por sí es una estructura como una casa.
Claro, la arquitectura es fundamental en la novela y no se ha de notar tanto como pasa con esos edificios que parecen hechos a mayor honra del arquitecto que de los que lo van a vivir. No es un capricho, va en función de lo que va a regir el discurso literario, que va determinado por un punto de vista, factor al que el lector distraído no le da mucha importancia, y que sin embargo es un factor básico. Las estrellas fugaces dan un desorden a la estructura, como si te hubieras fumado quince porros, cada estrella te lleva a un punto.
Es un desorden ordenado, como la habitación de cada uno, que sólo la entiende al cien por cien su propietario, el arquitecto del caos ordenado.
Y a la hora de escribir eso tiene sus ventajas y sus complejidades. Hay un desorden ordenado en la novela porque hay continuos saltos ordenados hacia atrás y hacia el presente. Otra cosa fundamental es la voz que narra. Decidí que fueran un padre y un niño para que se enfrentaran a las generaciones que ya no están. Estuve parado mucho tiempo porque no sabía cual era la profesión del padre. Avanzaba y no sabía quién era mi personaje. El día que decidí que sería un profesor trotamundos, un tipo de personaje a la deriva que me encanta, abrí muchas puertas: sobre el sentimiento de extranjería, la soledad, el arraigo y el desarraigo, la libertad enfrentada a la seguridad. Un empleado de banco no me daría eso.
No me imagino un empleado de banco en tu novela.
Podría, pero sería distinta. Ese punto le dio a la novela su punto de descubrimiento. Otro factor es que suelo combinar dos o tres libros a la vez. Mientras escribía Las lágrimas de San Lorenzo he publicado un libro de cuentos, muchos artículos, un libro de viajes sobre las catedrales del norte de España y no he parado de tener ideas.
Pero eso también te sirve para reposar las ideas.
Sí, y sobre todo para no repetir. Terminé esta novela a finales de enero. Si ahora me pongo a escribir seguiría con la misma novela. Cambiar de palo hace que no cantes lo mismo.
Y se produce una autoexigencia. Escribes otras cosas al mismo tiempo y te fijas más en el lenguaje.
Lo que dices del lenguaje es tan obvio que suele olvidarse. Tiene que ver con los cambios del libro, que ahora además de ser un continente de literatura es un objeto industrial. Eso hace que haya cambiado la relación de escritores y editores con el libro. Muchas veces se olvida que la herramienta de los escritores es el lenguaje. Se leen muchísimos libros donde parece que lo único importante sea la historia, y la simpleza le da puntos, como si así fuera mejor para no complicar la vida al lector. Para mí la literatura es lo contrario: buscar a través del lenguaje el misterio de la emoción y de la belleza.
Las lágrimas de San LorenzoEn estos últimos tiempos se ha llegado a valorar mucho lano historia desde falsas perspectivas vanguardistas. EnLas lágrimas de San Lorenzo se nota la esencia literaria de siempre: el padre, las generaciones, el tiempo.
El trasfondo de la novela es que, de repente, hay un momento en la vida donde te das cuenta que hemos pasado la mayor parte de la existencia dejando de lado las cosas importantes. Volvemos a Lennon. Pierdes cosas y personas y te das cuenta de cosas trascendentales que te hubiera gustado hacer, como hablar con los padres o contemplar el paisaje. Las cosas importantes son cuatro y se resumen en una: tratar de ser feliz. Cuando te das cuenta de eso ya es tarde.
Él, por otra parte, tiene muy asumido el sentido de pérdida.
En ese sentido es un personaje duro consigo mismo. Termina las etapas sin reparos. Borrón y cuenta nueva. No quiere ser joven siempre, no se queda colgado de la percha de la fiesta. Vivir consiste en ir perdiendo cosas.
Es maduro y es más duro. Lo cuenta al hijo desde los versos de Homero. Asume el paso de las generaciones.
Asume que el tiempo es cíclico. Cada generación se cree única, se cree la sal de la tierra, pero con la literatura te das cuenta que hace tres mil años ya había alguien que decía que somos como las hojas que caen y salen, o que Catulo hablaba de que sólo queda la noche perpetua. Lo que más me gusta de mi novela es una reflexión en voz alta, es haber conseguido plasmar la mezcla de literatura y vida, que son lo mismo. Y por eso este personaje, detrás de cada estrella fugaz con sus pérdidas, mezcla experiencias personales con la existencia, como con la historia del agua que se para de golpe y porrazo, como si dejara de circular.
Pero es que la buena literatura debe, inevitablemente, nutrirse de la vida para existir.
Él evoca fragmentos de poemas de autores que ha leído a alumnos por toda Europa, y estos textos cobran sentidos a partir de las estrellas de esa noche. No piensa a Homero por pedantería. Lo cita porque esos versos cobran sentido en el momento concreto. Lo mismo ocurre en su recuerdo de Catulo. La literatura es la vida.
La literatura es permanencia. Dice que puede leer a Homero a alumnos de mil ciudades y todos se quedarán impactados. Su mensaje sigue llegando.
Hace tiempo leí una frase que me impactó sobremanera. En Burgos, cerca de Aranda de Duero, hay un monasterio solo en medio del campo dedicado a Santa María de la Vid. Es un monasterio con una biblioteca impresionante, que me enseñó un fraile viejo. En la entrada de la misma había una frase de un autor latino que decía “en las bibliotecas nos hablan las almas de todos los muertos”. Es verdad, tiene que ver con el deseo de perdurabilidad. Homero o Cervantes siguen hablándonos y en los libros nos hablan las almas de los muertos que siguen vivos, como la estrella del desaparecido que sigue brillando porque los desaparecidos no mueren mientras no los entierran definitivamente.
En este caso no desaparecen los desaparecidos cercanos, porque en la novela cada desaparecido es una estrella.
Claro, los libros siguen hablando al igual que las estrellas. Hay algo de ese deseo de perdurabilidad.
Se nota el trabajo de elaboración de la novela a partir de detalles, como esa fotografía del salón del tío desaparecido en la guerra, un momento de lirismo que desencadena otros elementos del libro, convirtiéndose en un punto de partida muy potente.
Sí, pero el único que no lee un libro suyo es el autor.
Porque lo lees mientras lo elaboras.
Y llega un momento donde no tienes muchas referencias. Yo no sé si eso es una imagen potente, lo sé de otros libros, pero no de los míos, porque no los leo. Al final en una novela -ahora que se vuelve a hablar de la muerte de la novela, tiene que ver con la menopausia literaria, cuando un autor no sabe qué escribir- lo que cuenta es que es un artefacto donde caben muchas cosas. Es algo tan viejo y tan ligado a la naturaleza humana como la necesidad de contar y de que te cuenten. En la mía aparece lo del tío desaparecido, que era un tío mío. Cada vez que hablaban de él bajaban la voz y yo miraba de lado. En esa casa han desaparecido todas las fotos menos esa, es un símbolo de esa casa.
Me pasa lo mismo con la foto de uno de mis abuelos. La veo cada día en el hogar familiar, es una presencia simbólica.
La foto aparece en la novela porque de repente te acuerdas de esas historias, como lo que comentábamos antes del agua que se duerme, cuando en realidad se dormía quien me contó la efeméride. Contamos muchas cosas y aparecen, porque la vida está cargada de historias propias y ajenas.
En la novela hay infinitas muertes familiares que vehiculan el relato, pero lo que más me interesó de la idea generacional es que me dio la sensación que hablaras de ahora mismo, como si las generaciones cumplieran su función para dar paso a otras.
Hay un momento en la vida donde te das cuenta que empiezas a sobrar. No me quiero poner trágico, pero hace veinte años escribí un poema que se llama El tiempo huye de mí. De repente te das cuenta de eso en cosas cotidianas, como no controlar la tecnología. El tiempo son olas. Puedes rebelarte, que es patético, pero lo mejor es tomar conciencia de las olas y seguir disfrutando del presente.
Es como el hombre del tren que dice Il tempo, il tempo, que siempre corre delante nuestro.
Sí, esa es la idea. Ese capítulo se me ocurrió a raíz de un prólogo que hice para un fotógrafo de Almería,Carlos Pérez Siquier, que hizo un libro sobre el tren que va de Almería a Granada y Sevilla. En el tren se produce un estado de ensoñación. No ves el paisaje real, lo ves fugaz. El tren es una metáfora de la vida, sobre todo aquellos trenes antiguos que paraban en cada estación, donde hay gente que sube y baja. Eso es como la vida, y en el tren las cosas cobran otro efecto entre el alelamiento del movimiento, el reflejo del espejo y su vaivén. Eso quiero hacer en literatura.
Ese capítulo, que sucede cerca de Constanza, encaja mucho con una tradición de novela centroeuropea.
Es el capítulo que más me gusta de la novela. Lo que no quiere decir nada.
El personaje está tres años con una chica y lo deja por aburrimiento. Pese a ello no es un amargado, tiene un lúcido pesimismo.
Un lúcido conformismo. No es un amargado. Algunos dicen que es una novela nostálgica y triste. No lo creo. Es lo que hay. El tiempo es fugaz. Las luces de los sitios que visita el personaje marcan su reloj, desde Finlandia con el bosque de los suicidas hasta la mediterránea de Barcelona. Es un hombre que sabe que ha pasado la mitad de la vida y en vez de amargarse prefiere la intensidad.
Y en la novela un motivo de esperanza es la luz de Barcelona y la escena de los sujetadores de la vecina, que le dan energía para vivir.
Es una escena muy simbólica, y por eso la puse. Si te acuerdas de Una giornata particolare de Ettore Scola hay una escena donde Sophia Loren, harta de su matrimonio, y Marcello Mastroianni, que es homosexual en la película, tienen una escena de amor en la azotea llena de ropa. Surge una historia de amor. Es un homenaje a esa escena. Mi personaje va a Barcelona, no recupera la patria, pero sí el deseo con las bragas, y así, con ese mero detalle vuelve a sentir deseo de vivir.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Podcast de quemas de libros que pasaron a la Historia en el Laberint de Wonderland



Hoy en el Laberint de Wonderland hemos hablado de quemas de libros que pasaron a la Historia. Cuatro han sido las elegidas, desde la Biblioteca de Alejandría, pasando por Granada y el Cardenal Cisneros, la quema nazi del diez de mayo de 1933 hasta culminar con la argentina de 1980. Puedes escuchar la charla a partir del minuto 40 del enlace clickando aquí

Autopark, texto para la Expo Barcelona 1900-1992



                                                                                      Barcelona, 10 de julio de 1936
Querido Paco,
Espero que todo esté bien por Tetuán y que no te aficiones en exceso a fusiles y militares. Ya sabes que lo de la mili dura lo que dura. Ya tendrás tiempo de volver a Barcelona con los tuyos. Nosotros te queremos y no dejamos de pensarte. Ayer fuimos con tus hermanitos a pasar el día por el Paralelo. Era sábado y la calle estaba a rebosar. Alejandro estaba nervioso e inquieto, como siempre que salimos del barrio, como si sacar la cabeza por Barcelona fuera una experiencia inolvidable.
Supongo que de pequeños todo nos parece extraordinario. Pregunta mucho por ti, pero como ese día era el rey se olvidó un poco de tu recuerdo ante tanta luz y gentío en pleno disfrute del verano. Salimos de casa a eso de mediodía, paseamos por la Rambla quedamos con los Martínez al lado del Liceu, engalanado como siempre. Me gustaría visitarlo algún día, pero eso es para los señoritos. Por suerte a nosotros nos quedan diversiones donde no hay tanta pompa ni boato. Conde de Asalto lucía animación. Paramos en dos o tres bares y luego, cerca del Paralelo, tu padre quiso entrar en el Tropezón, ese local de moda al que tanto te gustaba ir. No estaba abierto, sólo fue a saludar a unos amigos que trabajan de camareros y que siempre le cuentan el sarao que se monta cada noche entre señoritas y los locos del público.
Seguramente entró para despistar a Alejandro, que aún no había visto las aspas del Molino. Al contemplarlas se quedó anonadado. Le prometimos ir cuando sea mayor, que aún no tiene edad para tanta fresca. Los mozos de la calle cantaban canciones y en el bar La tranquilidad, donde tomamos un vermouth, la gente hablaba de política para no perder la costumbre.
En fin, no te hablaré de eso porque ya te llenarán bastante la cabeza en el cuartel. Fuimos al Paralelo para airearnos un poco y porque el niño escuchó en la radio lo del Autopark que abrieron el año pasado, con la montaña rusa subterránea, la cueva del dragón y el autódromo. Ahora que empieza a leer pensamos que era una buena idea llevarlo a recorrer el mundo en esos coches de mentira. Avanzas y aparecen las ciudades más hermosas, aquellas en las que siempre soñamos y nunca pisaremos. París brillaba con la torre Eiffel, Londres era el reloj del Big Ben y Nueva York era alto como el Tomás. ¿Te acuerdas de él? Trabaja en la tienda de la Encarna en la calle Llibertat. Cómo os divertíais de pequeños en la plaza con la dichosa pelota. Te manda recuerdos, espero que cuando vuelvas te consiga un buen puesto. Le van bien las cosas, el negocio prospera y siempre se necesitan brazos, y más ahora que dicen de abrir una paradita en el mercado de la Abacería.
Perdona que te moleste con el futuro. Me preocupas. No quiero que la francachela de las noches africanas altere tu pureza. De pequeño eras como Alejandro, y cuando le veía pasarlo tan bien en el Hong Kong de cartón me venía a la cabeza tu torpeza de infancia y los sustos que te dabas cuando nos quedábamos sin luz. Nunca vino el lobo. Ahora lo moderno ha conseguido que los niños tengan otro tipo de inocencia. Tu hermanito pegó buenos brincos con la bruja del tren y los autómatas esparcidos por el recinto del Autopark. Queda mal decirlo, pero también me asusté con esas calaveras que surgían de la nada y los muñecos verdes que esperaban en una esquina, con ojos fijos y pose de momia egipcia.
El final del recorrido fue gracioso con los toboganes y todo tipo de tiros con bolitas de mil colores. Salimos del sitio, tomamos otro vermouth en el bar Apolo y cenamos en la Violeta, que tanto le gusta a tu padre. Alejandro estaba exhausto y se durmió en mis brazos.
Deseo con todas mis fuerzas que te concedan el permiso para volver con nosotros a principios de agosto. Sé bueno y no rompas muchos corazones.

Tu madre, que te quiere.

Gaya