miércoles, 25 de septiembre de 2013

Podcast de la charla con Marina Espasa en torno a "El vampir" de J.W. Polidori



Esta tarde en el Laberint de Wonderland hemos tenido la suerte de contar con la presencia de Marina Espasa, con quien hemos hablado del libro "El vampir" de J.W. Polidori, obra fundacional del fenómeno vampirico en la modernidad. Marina ha traducido al catalán la nouvelle del secretario personal de Lord Byron y ha escrito el prólogo de esta edición publicada por Angle Editorial. Puedes escuchar la charla a partir del minuto 40 del enlace clickando aquí

martes, 24 de septiembre de 2013

El boom de conmemorar cualquier cosa en Todos somos sospechosos

Esta noche en Todos somos Sospechosos Laura González y servidor hemos comentado el tema de las conmemoraciones absurdas. Desde hace un tiempo las redes sociales y una sociedad que busca privilegiar un conocimiento de Trivial Pursuit que anule el presente han propiciado un boom de la efeméride. Se recuerdan todos los aniversarios de famosos e ídolos en un retorno a elementos básicos bastante peligrosos que más que mostrar progreso apuntan a la imitación de los cangrejos.  Puedes escuchar la charla aquí

Un verano con Jean Cocteau (y IX): El cordón umbilical

Un verano con Jean Cocteau (y IX): “El cordón umbilical”

Por  | Destacados | 20.09.13
El cordón umbilicalEl cordón umbilical. Jean Cocteau
Prólogo y notas de Alfredo Taján
Traducción de Antonio Álvarez
Editorial Confluencias (Málaga, 2012)
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No creo que progresemos copiando, y pienso que si golpeamos sobre el mismo clavo acabaremos por aplastarlo. Una obra solo vale si se integra en una obra. Lo que cuenta es el conjunto, y la repetición de un estilo provocaría ese aburrimiento, respetado por los lectores, que lo ven como una fidelidad a uno mismo, cuando en realidad es resultado de la pereza”.
Jean Cocteau murió el 11 de octubre de 1963. Dos horas antes de expirar se había enterado del fallecimiento de Edith Piaf, a quien encumbró con la obra teatral Le bel indifférent, una de tantas victorias del parisino.
En los últimos años de su existencia, como si intuyera que la dama blanca esperaba para llevárselo a los Campos Elíseos, donde a buen seguro su sombra lleva una existencia más que feliz. Entre 1960 y 1962 escribió dos poemarios, Cerèmonial espagnol du Phénix y Le Requiem, pintó unos paneles para la tienda de su amiga Ana de Pombo y escribió El cordón umbilical, del que sería fácil comentar que se refiere al desapego de lo terrenal, pero no, la cosa va por otros derroteros. La editorial Plon pensó en una colección que se titularía “Yo y mis personajes”. Denise Bourdet, su directora, contactó rápidamente con Cocteau y le propuso participar. El libro que ahora se edita en España tuvo una edición original con una tirada limitada a doscientos ejemplares ilustrados con cuatro litografías de su autor.
El príncipe de los poetas, hiperbólico apodo que se ganó a pulso tras tantos años al pie del cañón, quiso que El cordón umbilical fuese otra prueba más de su versatilidad, por lo que cuidó con especial esmero la estructura del volumen, que abre y cierra con tres sonetos en homenaje a las memorias renacentistas deBenvenuto Cellini. El grueso del contenido está dividido en tres secciones que abordan con singularidad su relación con todos los personajes que generó a lo largo de casi medio siglo de poliédrica producción artística.
"Flamenco", de Jean Cocteau, incluido como desplegable en el volumen.
“Flamenco”, de Jean Cocteau, incluido como desplegable en el volumen.
La primera es una especie de autobiografía que todo autor debería considerar y surge de la excusa esencial de Flaubert y Madame Bovary o la identificación entre el creador y su propia invención. Cocteau camina por su trayectoria y nos descubre secretos que aclaran vertientes de su poética al no centrarse solamente en la disección de las criaturas que pululan por sus manuscritos. Sí, nos desvela su enamoramiento por una Germaine que inspira la de La gran separación, pero mientras lo hace no se priva de cavilar sobre cómo los personajes poseen un cuerpo propio una vez se ha puesto el punto final al proceso de escritura, como si con la entrega del manuscrito estos escaparan y vivieran una singladura individual desde lo póstumo vital. Al mismo tiempo su nueva senda les permite ir a su aire, conocer otros mundos, ser disfrutados por el lector y experimentar en sus propias carnes cómo el avance del Novecientos, nada nuevo bajo el sol, fue sepultando los textos largos para privilegiar roles chisposos que enlazaban con el mal de reconocer sin conocer.
La segunda parte avanza con sus laberintos de siempre, que alcanzan un punto medio en la inteligencia del padre preocupado para con sus obras. Cuando uno las escribe, sobre todo si tiene vocación de perturbar y nadar contracorriente, su aceptación puede levantar polémica y una gran polvareda sin sentido porque parecen insultar el buen gusto y la corrección política, ese vicio adquirido de la mayoría. Sin embargo la receta dicta que con el paso de los años, si son sólidas, adquirirán condición clásica al fatigarse la lucha y las costumbres. Lo vanguardista se transforma en algo que conviene aprender. Algunos lo han intentado imitar, se ha producido la repetición negativa y el pionero adquiere un brillo auténtico porque se ha comprobado que los sucesores eran mera farsa, pura mediocridad que quería vestirse de gala.
El tercer segmento versa sobre aquellos que sin penetrar en los libros jugaron un papel similar al de los personajes en vida, llevándose la palma el panameño Al Brown, boxeador que hizo historia en los años veinte al ser el primer hispano que gano el título mundial de boxeo. El éxito quemó sus neuronas y cayó en una espiral de alcohol y drogas hasta que Cocteau, un empecinado de los imposibles, quiso recuperarle porque veía en el púgil una suerte de poesía. Devino su mánager y hombre de confianza, urdió métodos que desconcertaban a sus rivales como darle agua en una botella de champagne y sólo desistió al ver lo utópico de su plan. La azarosa carrera de ese dilapidado prodigio era la otra cara de la moneda, el reverso de la tragedia griega de Marcel Cerdan, amigo de nuestro protagonista y amante de Edith Piaf que dijo adiós a este mundo en un accidente aéreo cuando estaba en la cumbre de su fama.
En su última película, el espectacular Testamento de Orfeo de 1959, Jean Cocteau es juzgado por un tribunal que le acusa de inocencia al ser capaz de perpetrar no uno, sino varios crímenes, y de querer penetrar en un mundo que no es el suyo. Se declara culpable de ambos delitos y responde que ha querido saltar la célebre cuarta pared sobre la cual los hombres escriben sus amores y sus sueños para retar al tedio y rechazar la rutina. Lo hace, proclama, por la rebeldía que la audacia opone a las reglas y por estar imbuido de una naturaleza creativa, perfecta expresión del espíritu de contradicción propio del ser humano. La desobediencia es un sacerdocio. ¿Qué harían los niños, los héroes y los artistas sin ella?
En El cordón umbilical Cocteau se divorcia de los jueces, otra muestra de la independencia del creador y un disparo de clarividencia, alabanza de los defectos de nuestros hijos indisciplinados, alegres en la heterodoxia, lúcidos al dar color al horizonte y quebrantar la monocromía de los que desean un canon liso y silencioso.

Miércoles 25, Marina Espasa y El vampir de John William Polidori en el Laberint de Wonderland



En esta época donde los vampiros causan furor no está de más recordar uno, quizá el más importante de los orígenes literarios del fenómeno en el lejano verano de 1816, cuando las temperaturas bajaron salvajemente y cualquier atisbo de sol y calor era quimérico. En la Villa Diodati cercana al lago Lemán cuatro ilustres ingleses decidieron escribir cuentos de fantasmas para matar el tedio. De esa noche de aburrimiento nacieron Frankenstein y El vampiro de J.W. Polidori, atribuido en muchas ocasiones a Lord Byron cuando fue obra de su secretario personal.

Hablaremos de esta nouvelle con su traductora al catalán, Marina Espasa, quien además escribió el prólogo de la edición publicada por la editorial Angle.






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domingo, 22 de septiembre de 2013

Un verano con Jean Cocteau (VIII): La corrida del 1 de mayo en Revista de Letras

Un verano con Jean Cocteau (VIII): “La corrida del 1 de mayo”

Por  | Destacados | 15.09.13
La corrida del 1 de mayoLa corrida del 1 de mayo. Jean Cocteau
Traducción de David Villanueva Sanz
Demipage (Madrid, 2009)
Cómpralo aquí
Hace ya varios siglos que se engaña al público descaradamente, Se le engaña por el espejo más o menos deformado del trampantojo y de la engañifa. Se le enseña algo que ya conoce, sabiendo que prefiere reconocer a conocer”.
Supongo que entre un público general es fácil recordar una imagen estereotipada de Jean Cocteau, ya viejo, junto a Pablo Picasso en los toros. Son imágenes de los años cincuenta que los muestran como dos mitos ociosos, contentos de conocerse, dichosos de una fama que les permitía literalmente hacer cualquier cosa, incluso mezclarse con la multitud enloquecida ante tanta leyenda y simpatía.
El primero de mayo, no me gusta lo numérico del título que traiciona el original francés, de 1954 el toreroDámaso Gómez brindó un toro a Jean Cocteau en la Maestranza de Sevilla. De este modo el matador ponía en manos del poeta la suerte de su propia existencia, gran responsabilidad para el francés que cogió la montera y atendió el desenlace.
Uno podría pensar que el libro comentará sólo el episodio de esta tarde primaveral. No es así. A partir del arte del toreo se desarrolla una intensa reflexión sobre España que parte de su animal simbólico hasta alcanzar una visión de conjunto que debe leerse en función de la época en que fue pensada. Cocteau roza en más de un momento la apoteosis del tópico, pero su punto de vista es el de un extranjero que asiste asombrado al espectáculo del país y su fiesta más representativa, justo antes de la explosión del Real Madrid de Alfredo Di Stéfano y el cambio de paradigma que representó el auge del fútbol para el régimen franquista.
Cocteau analiza el toreo desde una perspectiva lírica que, no podíamos esperar otra cosa, se remonta al Minotauro, con esa primitiva lucha entre el hombre y la bestia. De ahí, sin embargo, avanza hacia otras latitudes que se centran, además de su incondicional amor por la curiosa figura de Don Tancredo, en la muerte como un aura que rodea la escenografía del lance, dama blanca omnipresente, ganadora de una mayúscula atención que invade todos los detalles de la plaza, desde el público hasta las banderillas. Este pensamiento se puede relacionar con lo que decía Nicomedes Méndez, verdugo de Barcelona entre finales del siglo XIX y principios del XX, sobre la elección de su oficio. Ese señor, odiado por sus conciudadanos por el papel que ejercía y representaba, confesó que de no ser verdugo hubiese deseado la profesión de torero, más que nada por la expectación generada entre el respetable, y ese clamor, ése morbo tan español, va íntimamente ligado con la señora de la guadaña.
Jean Cocteau, Pablo Picasso y Luis Miguel Dominguín (foto: Lucien Clergue, 1959 / F.N.D.)
Jean Cocteau, Pablo Picasso y Luis Miguel Dominguín (foto: Lucien Clergue, 1959 / F.N.D.)
Nuestro protagonista ya intuyó la decadencia de la sociedad del espectáculo, que a buen seguro, desde ciertas posiciones muy políticamente correctas que muestran cómo estamos en una época de cultura claramente de derechas travestidas de izquierda, criticaría sus opiniones por radicales y marcianas. La solemnidad con la que Cocteau viste el toreo surge de una nobleza pretérita que él, en una de sus apreciaciones erróneas, identifica con el presente, aunque eso no es lo más importante. Queda la arquetípica soledad del encargado de asesinar al animal, la parafernalia que envuelve la acción y el componente mítico de la misma, desafío heroico, locura y exhibicionismo por amor al escaparate.
A lo largo de su disertación, llamarlo ensayo resultaría algo más que osado, Cocteau se recrea con la búsqueda de etimologías. Le sale la vena flamenca, viaja al origen del término y mientras tanto lo asocia con la costumbre española de despreciar desde la ignorancia, lo que no es óbice para considerar a nuestro país como un poeta en estado puro exento de vulgaridad y con el don de sufrir porque es un cuerpo que siempre se inmola para renacer, ave fénix empecinada en la derrota para alzar de nuevo el eterno edificio repleto de contrastes.
El libro transita por un sinfín de aplausos y loas a artistas patrios. Dalí es quien quiere romper con la ceremonia mientras se desarrolla. A Manolete se le exalta, así como a Federico García Lorca, alma gemela truncada en un fusilamiento. Quien se lleva la palma es Pablo Ruiz Picasso en la parte más interesante del manuscrito. No era la primera vez donde Cocteau hablaba de su amigo, pero aquí, quizá por notar la cercanía de un adiós, es más expresivo y lúcido que en otras ocasiones, desgranando la intimidad de su relación y el asombro de ver crecer la genialidad del malagueño. La madurez ayuda a formular un discurso donde se insiste en la trascendencia de ser inimitable, de no crear ni escuelas ni modelos porque nadie es capaz de hacer nada similar. Eso ocurrió con Picasso, único y por eso aún más considerado por Cocteau, quien disfruta con el recuerdo de su juventud, las emociones romanas, los retratos en el estudio, el vigor de Montparnasse, las disensiones de los años veinte, la política y el elogio constante de alguien que siempre emprendía caminos inéditos porque desconocía dónde estaba la meta, cogiendo lo que fuera del suelo para ser niño, evolucionar y deslumbrar con honesta intensidad.
La corrida del 1 de mayo es, en realidad, un compendio de amor para con España y sus fetiches desde los ojos de un galo anómalo. Al final el torero burló al último suspiro y el poeta incómodo le transmitió fortuna. Pasó el cataclismo, corrió la dicha y amaneció una lectura que debe encararse con ánimo de ponerse en la piel del otro, autor, extranjero y monstruo con lentes diseñadas para disparar ráfagas impresionistas que dan en el blanco que es nuestro cerebro.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Un verano con Jean Cocteau (VII): La dificultad de ser

Un verano con Jean Cocteau (VII): “La dificultad de ser”

Por  | Destacados | 9.09.13
La dificultad del serLa dificultad de ser. Jean Cocteau
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia
Siruela (Madrid, 2006)
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En última instancia, todo tiene arreglo, menos la dificultad de ser, que no la tiene”.
A finales de 1946 Jean Cocteau se siente enfermo. Ha superado un infarto, la sospecha de su colaboracionismo con los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial y nota que su mejor época es un agridulce recuerdo. Una nueva era llama a la puerta y cree no estar invitado a la función. Rueda La bella y la bestia, piensa en el pasado y decide que es hora de hablarse para recapitular y al mismo tiempo escribir un libro que “no tiene más proyecto que entablar conversación con quienes lo lean. Es lo contrario de una clase. Intuyo que poco enseñaría a quien me trate. Sólo aspira a coincidir con desconocidos a quienes les hubiera gustado conocerme y charlar conmigo acerca de esos enigmas por los que no se interesa Europa y se convertirán en el susurro de unos pocos mandarines chinos”.
Y tenía razón, como también la tuvo cuando dijo que se valoraría su legado treinta años después de su muerte. En pleno siglo XXI sus palabras son proféticas porque las opiniones vertidas en La dificultad de ser versan sobre temas esenciales pero minoritarios. Es fácil imaginar al poeta en plena redacción sin pensar en la estructura, libre a través de breves capítulos que plasmaban lo básico de unas ideas profundas que para él, pasada la cincuentena, eran un testamento desde el que ofrecer su pequeño granito de arena a la cultura.
En uno de los fragmentos se menciona la línea, que desde la vida deviene permanencia de la personalidad. Las observaciones biográficas ajenas se convierten en confesiones encubiertas. Podemos saber de la infancia y sus sobresaltos, avanzar hacia el extraño físico del creador francés, con esos pelos que siempre fueron rebeldes y nunca se pusieron de acuerdo, como si con su discrepancia quisieran vaticinar la pluralidad de su propietario, pero con el simple apunte de preferencia por creadores sólidos. Cocteau nos desmiente de una tacada el mito de su frivolidad tan enarbolado por sus detractores, petimetres frustrados ante tanta inmensidad.
Jean Cocteau (foto: D. P.)
Jean Cocteau (foto: D. P.)
La tan cacareada ligereza de Cocteau corresponde a un nervio incapaz de estarse quieto, con ansias de salir, respirar y atrapar las infinitas dádivas de la realidad. La risa debe ser de aquellas que exploten por los cuatro costados, que llenen el espacio, como la de Guillaume Apollinaire, rotundo corporalmente y noble en atenciones para con los demás. En el retrato del bardo fallecido dos días antes del armisticio de la Gran Guerra se halla una descripción de un grupo y de un modo de entender la existencia. La bohemia trabajadora, porque sin este atributo sólo queda en fuegos de artificio, se alía con un compromiso de ir contracorriente para no caer en el pozo de la basura oficial desde una posición de coherencia en un sentido ético y estético. El ornamento, ya lo anunció el arquitecto Loos, sobra en cualquier tesitura al ser un añadido vacuo, que estorba en la ruta que conduce a resultados que reflejen una postura artística útil al no querer adoctrinar, pues en el ADN de todo artista debe prevalecer una libertad ausente de la rendición de cuentas. Las balanzas comerciales son para los economistas y los empresarios.
Alguien dirá que este planteamiento se sostiene desde una óptica burguesa. Nadie lo niega. La vida de Jean Cocteau fue la de un ser que desde la conciencia de su clase prefirió usar su condición acomodada para agitar el corral. Lo fácil hubiera sido quedarse en casa, leer, escribir y deleitarse en la inopia. La inutilidad era un imposible para esa generación. Los tópicos de miseria y desgracia, que tanto gustan a los que gustan de leer en diagonal, eran más mentales que monetarios. Picasso tuvo que quemar telas, sí, pero nunca le faltó de nada por solidaridad y prestigio, del que nunca andó falto por mucho que la leyenda quiera, nunca mejor dicho, pintar un panorama desolador en Montmartre. Cocteau valora en muchos fragmentos de La dificultad de ser esa excepcionalidad, la burguesía buena, sin necesidad de mentarla directamente. El aire era otro, París una Torre de Babel y ellos los privilegiados de la cuerda locura que impregnaba el ambiente, donde por otra parte, ya en la fase terminal del sueño, cabían todos los talentosos, desde Max Jacob hasta Jean Genet, a quien Cocteau protegió desde la primera hora.
La señora de la guadaña es la otra gran protagonista de este compendio de reflexiones. Era bueno irse de un funeral porque el difunto no había asistido, pero esa broma era una mera escapatoria para evitar la losa de remembrar tantos desaparecidos entre amigos y amantes. El avión de Roland Garros. El tifus yRadiguetMarcel Khill asesinado en Alsacia. Jean Desbordes torturado por la Gestapo. Quedaba la lectura, la hermandad, la belleza y el consuelo de seguir con el día a día, donde amenazaba la nueva enfermedad del siglo, por la que él mismo había transitado en su etapa opiácea: la evasión por culpa de un temor, nada hemos inventado, a la bomba atómica, las noticias de los periódicos, la velocidad de posguerra y los decretos del gobierno de turno.
El alud mediático sepulta el lirismo. El poeta sabe que se volverá invisible. Los deportes de invierno tomarán el relevo, los versos se irán a un agujero donde un grupúsculo abrazará el postureo y la mediocridad de no salir de la provincia. Mientras tanto Jean Cocteau, que escribió la dificultad del ser para sanar de su mal y ofrecernos una herencia siempre vigente y transmisible mientras floten partículas de curiosidad en nuestra maltrecha atmósfera.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Placas, datos y rodajes



Placas, datos y rodajes.
Leo en el periódico de hoy, viernes 20 de septiembre de 2013, un artículo de Jordi Martí, concejal socialista del Ayuntamiento de Barcelona. El personaje no me inspira ninguna confianza y me parece otra muestra más de un barco viejo a la deriva, pero esa no es ahora mismo la cuestión. Intenta escribir con originalidad sobre problemas municipales y aporta una serie de datos interesantes que desde su perspectiva apuntan a clarísimas posturas independentistas del alcalde Trías.

Vayamos por partes. Es evidente que el actual Consistorio barcelonés dedica mucha atención a las placas, que son política como cualquier elemento del mobiliario urbano. Ya en el siglo XIX con la reforma que dio lugar al Ensanche se prestó mucha atención a los nombres de las calles de la ciudad refundada, símbolos que mostraban la intención de la nueva burguesía de equipararse a sus antepasados medievales que hicieron de la capital catalana una potencia mediterránea. Cada calle encierra una historia y un significado.

Hace año y medio Trías decidió cambiar con premeditación, alevosía y nocturnidad la placa del passatge de la Canadenca, que por arte de magia transformó su letra pequeña. Antes informaba que su nombre era importante por la famosa huelga de enero de 1919 que paralizó Barcelona y supuso un hito histórico del proletariado europeo. El alcalde debió pensar que, en esa época el nacionalismo aún no se había comido al 15m, era mejor eliminar la referencia obrera por una mención a Fred Stark Pearson, fundador de la empresa y uno de los hombres más homenajeados de la Ciudad Condal entre estatuas y avenidas en la zona alta. La maniobra de CiU en el Paralelo se convirtió en su segundo patinazo en la zona donde proclamaron haber comprado a los chinos el Teatro Arnau, algo que en realidad habían hecho los socialistas en la anterior legislatura.

Ahora las placas vuelven a estar de actualidad y Jordi Martí lo plasma en su artículo donde escribe que el alcalde ha aprovecha la canícula veraniega para sacar de la plaza de Sant Jaume la placa de la fachada del Ayuntamiento dedicada a la plaza de la Constitución.



Esta placa ha resistido contra viento y marea todo los regímenes políticos desde 1840, año en que fue colocada sobre el balcón central de la casa de la ciutat. Esta muy bien que el concejal socialista critique la medida que va en sintonía con una apropiación indigna del nomenclátor del espacio público. La crítica es justa, pero Martí, nada que ver con mi querida secuestradora de niños, engaña porque no precisa. En abril de 2012 el grupo de Unitat per Catalunya, capitaneado por Jordi Portabella de ERC y Joan Laporta de Solidaritat, presentó un ruego aceptado por Jaume Ciurana, teniente de alcalde de cultura.

En principio los argumentos para eliminar la placa se centran en evitar la duplicidad de nombres de la plaza, algo que la emblemática cuadrícula del poder catalán ha aguantado bien durante casi dos siglos. Martí demuestra poca habilidad al no mencionar que la supresión de la placa obedece a un escaso apego democrático, no se aprobó en ningún pleno mediante votación, y a una voluntad de imponer una visión monocroma que líquida elementos del pasado considerados irrelevantes y perniciosos, porque generan preguntas, para aquellos que gobiernan.

Podremos vivir sin la placa dedicada a la Constitución de 1837, nadie lo duda, pero no está de más mostrar nuestra repulsa por tanto cinismo a la hora de borrar un plumazo referencias medio invisibles, paranoias de los políticos, porque la gente cuando pasea no suele mirar hacia arriba. En cambio sabemos que muchas personas sí miran o ven la tele para entretenerse y hasta para informarse, aunque esto último es menos recomendable dada la dinámica de nuestra época.



Hablaba de la caja tonta porque en el artículo de Martí se comenta del rechazo del Ayuntamiento de Barcelona a permitir que se rueden algunas escenas de la serie Isabel en la escalinata que da acceso al Museo de Historia y en una de las ventanas del Saló del Tinell. En primer lugar esto se contradice con la publicidad que vende nuestra ciudad como un inmenso plató, que en alguna ocasión pagamos los contribuyentes, cuando a Jordi Hereu le dio por aportar dos millones de euros a Vicky Cristina Barcelona, esa postal en forma de comedia histérica de Woody Allen. En segundo lugar el problema es grave porque la productora Diagonal dice que hasta el momento ningún consistorio se había negado a cederles lugares para dar verosimilitud a la serie. El tercer punto es la negación porque el Ayuntamiento barcelonés considera que la serie tiene poco rigor histórico, algo cierto porque la leyenda que sitúa el recibimiento de los Reyes a Cristobal Colón tras su primer viaje a América en las escaleras del palacio real es eso, mera leyenda porque los hechos sucedieron en el monasterio de san Jerónimo de la Murtra, situado en Badalona.




Podría guiñar el ojo al Ayuntamiento y decirles que enhorabuena por su amor a las referencias exactas, pero no lo haré porque tras su decisión se oculta el deseo de chafar la fiesta a una producción de Televisión española que mitifica la realidad histórica según el consistorio de la Ciudad Condal. Creo, y sólo he visto publicidad de la serie por lo que no conozco bien su apego a la precisión, que  dentro de una perspectiva publicitaria nunca está de más que muchos millones de espectadores contemplen lo bonita que es Barcelona como decía la canción de Manuel Moreno. El rechazo por causas políticas, verdadera razón en el contexto actual, me parece lamentable y otra bala innecesaria para aumentar la cháchara en los dos bandos. A veces es mejor transigir y dejar que los extremos sigan estables. Romperlos sólo genera estupidez y zozobra.

Diálogo con Gonzalo Torné en la Microrevista



Entrevista a Gonzalo Torné

He quedado con Gonzalo Torné a las doce del mediodía en un bar céntrico. El decorado es antiguo y tranquilo, perfecto para charlar sin problemas y registrar nuestros intercambios sin interferencias. Llego antes de tiempo y repaso mis apuntes sobre su última novela. Divorcio en el aire se adentra en una senda donde, parafraseando a T.S. Eliot, están presente y pasado presentes tal vez en el futuro, y el futuro en el pasado contenido. Para el lector avezado en la obra del escritor barcelonés el nombre de Joan Marc le resultará familiar de Hilos de sangre. Aquí escribe en torno a su relación con Helen mientras la vida le depara otras torturas y parabienes que intenta asimilar entre la normalidad y el desbarajuste del día a día. Digo poco con esta introducción. Dejemos que hable el autor. Enciendo la grabadora.
Jordi Corominas i Julián: ¿Quién no haya leído Hilos de sangre tendrá más problemas para entender Divorcio en el aire?
Gonzalo Torné: No, como mucho se perderá algunos chistes. Las dos historias pertenecen al mismo “mundo”, el personaje principal de Divorcio en el aire tiene un papel secundario en mi anterior novela. Creo que son lecturas independientes y que también tendrá ventajas quien lea primero Divorcio en el aire y despuésHilos de sangre.
¿Son vasos comunicantes?
Tienen un personaje en común, esa es la principal conexión.
Me pareció que la Clara de Hilos de sangre podría ser el Joan Marc deDivorcio en el aire, como si ambos ofrecieran sus versiones de un hecho determinado, aunque los hechos no conecten una novela con otra.
La historia que cuenta Clara en Hilos de sangre es la historia de su familia, y Joan Marc tiene un papel subsidiario. En Divorcio en el aire Clara es supuestamente  la destinataria de lo que cuenta Joan-Marc, un relato donde ella no aparece, el relato de su vida sin ella. No se trata de dos personajes que cuentan la misma historia desde dos puntos de vista.
Por eso decía que no contaban lo mismo.
Sí, no es Rashomon.
Pero ambos son excusas, constituyen un acicate para construir el discurso.
Es verdad. Las dos historias tienen un destinatario concreto que no es el lector. Una historia cambia mucho en función de la persona a la que se la cuentas, si quieres seducirlo, repelerlo o escandalizarlo, aclararle las cosas o dejarlas en suspenso. En mis dos novelas el narrador no le cuenta la historia al lector, el lector se queda con un pie dentro y un pie fuera, asiste a una narración que no está pensada para él, como una especie de voyeur.
Quien haya leído Hilos de sangre habrá conocido al Joan Marc ridículo y banal que sólo repite las noticias de Yahoo. Aquí, como por otra parte es comprensible, adquiere más sustancia.
Uno de los motivos para empezar a escribir la nueva novela, el más frívolo si quieres, es que pensé en Joan-Marc como un contrapunto cómico para la historia de los Motsalvatges, un individuo bastante despreciable. Y para mi sorpresa el personaje cayó muy bien a los lectores, sobre todo a las lectoras. En Divorcio en el aire, estaba decidido a exhibir sin trabas de espacio su ineptitud y su temperamento despreciable. Lo que tenía claro es que la novela tenía que estar en primera persona, era demasiado sencillo ponerse en tercera persona y escribir un libro satítico, el personaje tenía que poder explicarse y confrontarse con el lector.
¿Y crees que Joan Marc tiene tanta buena prosa como la que respira la novela?
Sí, porque Joan Marc sólo existe en mi libro.
Lo digo por su personalidad y formación.
Aquí hay un tema interesante de convención narrativa, los personajes de los libros ¿hablan o escriben?, y ¿a quien le cuentan su historia? Richardson cree necesario justificar el asunto “escribiendo” la novela en cartas, otros recurren a manuscritos encontrados. En George Eliot o en Austen nunca se justifica porque la voz narrativa te habla a ti. Y las novelas en primera persona de Dickens ¿están escritas o contadas? A menos que lo hagas explícito, o juegues a propósito (como Bellow en Herzog o Coetzee en La edad de hierro) en el siglo XX ya importa bien poco. Un narrador puede hablar como el autor considera, con total libertad. Si nos ponemos a buscar en un manicomio tampoco encontraremos a personajes que se expresen como Benji Compson.
Y creo que es un gran resentido.
No pasa por un buen momento. Es una conciencia exasperada. Escribe en caliente, y esa es una ventaja de la literatura sobre el ensayo: puedes incluir todos los prejuicios que quieras, puedes exagerar, ser parcial e injusto, contradecirte.
El ejemplo más claro para entender a Joan Marc y cómo no tiene tapujos para expresar sus prejuicios es cómo reacciona cuando al llegar a su piso critica con saña a los gays de una sauna vecina.
Es una cabeza que funciona a rachas. Recoge los materiales con los que piensa de sitios muy dudosos, y con Clara tiene la suficiente confianza para expresarse no sólo con libertad, sino también exagerando: por juego, por malicia, para escandalizarla, para que reaccione de alguna manera.
Joan Marc tiene su lucidez hasta en la elección del tema. Habla de Helen porque puede herir a Clara, le cuenta a su ex mujer la historia de su otra ex, algo suele doler mucho, mete el dedo en la llaga.
No lo había pensado, pero es cierto. Joan-Marc supongo que también busca contarle algo de su vida que ella no conoce bien para seguir interesándola. Joan-Marc le cuenta a Clara la historia de su vida con ella, un desastre considerable, mientras se nos hurta la historia de los dos juntos, la parte más agradable. Podría decirse que la novela explora por omisión cómo es la vida de uno si le sustrajesen del relato a la persona más importante.
Y el pasado llega al presente, y no sólo con Helen.
La novela va saltando en el tiempo.
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Cambia con naturalidad de un tiempo a otro, de Helen a Pedro María.
Hay otra convención literaria que aconseja que los personajes recuerden en orden. Uno se remonta a enero de 1976 y luego viene febrero y luego marzo. Pero la verdad es que un segundo antes estabas pensado en un verano de la infancia, y al siguiente en preveer si vas a necesitar el paraguas. En la novela se va de un tiempo a otro, cada vez más deprisa, hasta que en las últimas páginas, si todo ha ido bien, se salta de un tiempo a otro de manera muy rápida.
No pensamos cronológicamente.
No. Tampoco hay referencias cronológicas. La novela no es muy escrupulosa con las fechas, aunque hay algunas menciones de pasada que permiten situar la acción, en Hilos de sangre una de las pistas es la Champios League de Rijkaard.
Sí, porque en Divorcio en el aire por ejemplo no se puede datar con exactitud el momento madrileño en que conoce a Helen.
Igual podría calcularse, pero está mejor así, neblinoso.
Joan Marc concibe Barcelona y Madrid de manera muy graciosa. Para criticar a Clara habla de Eixample Superstar y para juzgar a Madrid cae en el tópico de su provincianismo.
Joan-Marc nació en Madrid y ha hecho vida en Barcelona. El personaje no expresa juicios míos, claro, sino que le atribuyo ideas y opiniones que den juego literario. En cualquier caso la idea que en Barcelona tenemos de Madrid como una ciudad de provincias tiene su guasa.
Me fijé porque me interesa mucho el espacio y Joan Marc cuando se mueve emite juicios muy taxativos.
Es cierto, derrama juicios. Nunca tiene una actitud neutra. Todo le sugiere una valoración, aunque tenga que improvisarla.
Y este juicio puede verse desde otro punto de vista por Helen, que odia Madrid por la fritanga y los toros y desea irse a Barcelona.
Helen llega a Madrid y va a Barcelona con supuestos imaginarios, como nos pasa a todos, por otra parte. Antes de visitar Nueva York, Londres o Berlín, ya tienes una
En Divorcio en el aire el prejuicio puede crearse de forma más contundente y rotunda porque tanto Joan Marc como Helen tienden a lo grotesco.
Creo que en parte pueden parecer grotescos (a mí no me lo parecen) por efecto del hábito, los escritores tenemos cierta tendencia a fijarnos en la vida de intelectuales o de personas con una gran competencia mental y autoconciencia moral. Divorcio en el aire se deteniene en vidas que no solemos examinar. De personas que no pueden o no saben apoyarse en una razón y en una imaginación trabajadas y maduras. Joan-Marc tiene modales, pero no es un hombre culto. Apenas se cita una vez a Freud (y en un contexto donde hubiese sido igual de pertinente citar a Mickey Mouse), y creo que no se menciona ningún libro, no se les permite a los personajes apoyarse en ninguna inteligencia ajena. Helen, por ejemplo, trata de vivir con las ideas de las teleseries y de la autoayuda.
Y lo grotesco también surge por el contraste porque él tiene una formación de clase alta y ella es una chica de Montana que llega a Europa y dedica parte de su tiempo a emborracharse.
No estoy seguro de que la diferencia sea tan grotesca. El caso es que Joan-Marc es ahora quien cuenta la historia y quien cuenta la historia tiene todo el poder sobre las personas “narradas”.
La hermana de Joan Marc no aparece mucho pero lo que dice cuenta sobre manera.
Es una voz.
Pero es de esas influencias que tenemos en nuestra cabeza que terminan martilleándote y determinando muchas más cosas de lo que parece a simple viste.
Por supuesto, las voces del resto de personajes se filtran por las rendijas del relato, son como breves ráfagas de contrapunto, otra manera posible de contar la historia. La hermana es una influencia fuerte en la vida de Joan-Marc, aunque sólo sea por proximidad; cada uno vive desplegando su rollo mental, ¿no?, pero este tema principal está acompañado de líneas melódicas, lo que los demás piensan sobre nosotros, y que, por equivocado o infeccioso que sea, puede afectarnos por insistencia.
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En Nuevas maneras de matar a tu madre de Colm Tóibín se habla de cómo en la novela victoriana aparecían las tías para aumentar la tensión narrativa de las novelas, esa era su misión.
En el prólogo Toibin defiende lo contrario de lo que hace en el resto del libro donde se dedica al alto chismorreo: a buscar modelos familiares para los personajes y los temas de los autores. El prólogo parece escrito por el Toibin novelista (uno de los mejores) al Toibin periodista: los padres mueren en las novelas por cuestiones estructurales, para dejar espacio. Respondo lo mismo cuando me preguntan (como si me hubiese comido a los míos) porque no hay padres en Hilos de sangre: porque me estorban para desarrollar a los personajes. Es bien chato pensar que la imaginación de Mann necesitase a sus desastrosos hijos para formar personajes.
Y en este sentido la hermana tiene esta función estructural.
Sí, es una autoridad cómica, un elemento distorsionador.
Comentabas que en nuestra generación no se estilan personajes que pisen lo cotidiano porque se privilegian caracteres más intelectuales. EnDivorcio en el aire enfocas la cotidianidad de manera muy normal y por eso termina siendo cómica. De hecho el día a día no deja de ser una sucesión de prejuicios.
Entiendo lo que quieres decir. Pero “cotidianeidad” es un término complicadísimo, una suerte de contraseña para pasar de contrabando el material más anodino. En cierto sentido la vida cotidiana no es literatura, es como hacer música con el ruido de la calle, muy bien, ya sé que se intenta, pero no es música.
Uso cotidianidad porque es la palabra que me sirve para vincular.
Busco situaciones con valor dramático, intenso, si quieres, aunque dentro de una normalidad.
Pero la cotidianidad es normal…
Dentro de una vida normal hay situaciones excepcionales que no son cotidianas. Lo que intento decir es que ni sales extraterrestres ni hago costumbrismo. Invento momentos importantes en la vida de los personajes.
Los objetos y las situaciones sirven para hilvanar teorías sin necesidad de una intencionalidad súper intelectual, pienso, por ejemplo, en la casa de Pedro María.
Te decía que los personaje son son intelectuales, pero cualquier novela es una operación intelectual sofisticada y sostenida en el tiempo. Cuando uno dice que ha escrito el libro con las vísceras pueden darse dos posibilidades: que efectivamente teclea con los intestinos y es un monstruo de feria, o que esté usando una figura, y, por tanto, una operación intelectual. Que los personajes no sean intelectuales me ayuda a emplear recursos más propios del pensamiento literario que del ensayístico: contradecirse, pensar con prejuicios, decir una cosa lúcida y después una idiota…
La casa de Pedro María me fascina, y me hizo pensar a nivel estructural que se correspondía con la parte del pasado de Hilos de sangre.
Seguro que hay muchas relaciones entre los dos libros que yo no aprecio. Uno de los temas de Divorcio en el aire es la gestión del pasado. Una opción posible es la preservar el pasado lo máximo posible. La casa es un emblema de esta actitud: no generar nada nuevo, concentrarse en que el desgaste sea lo más lento posible.
Te lo imaginas como un espacio cerrado y oscuro, sin nada de luz.
Y tiene un fregadero.
Hasta surge un discurso filosófico.
Hay un alegato a favor de ralentizar la vida, la slow life. Es un punto de vista muy respetable que defienden personas tan inteligentes como Junot Díaz. Pero en la novela hay muchos discursos coherentes y atendibles a los que se les da un uso torcido. Joan-Marc lo ve como un disparate, porque él es el enemigo de la nostalgia y a la lentitud, un hombre adicto al presente.
Por eso juzga un determinado uso de Facebook como algo idiota.
Cuando empezó Facebook, si no recuerdo mal, el gran reclamo para apuntarte y el uso principal que se le daba, era para recuperar viejas amistades, sólo que no eran tan viejas. No tengo nada contra Facebook ni contra ese empleo particular que supongo ya en desuso, pero me sirve para preguntarme cuál es el motivo de que mi generación sea tan nostálgica sin haber cumplido los cuarenta años.
Yo pienso en un rechazo del presente.
Puede ser, pero no hay que descartar el impacto del cambio tecnológico. Creo que nuestros padres no vivieron algo parecido. Empezamos a vivir en un mundo que ya no existe, que dejó de existir rapidísimo (el de las cartas de papel, las máquinas de escribir), no es sólo nostalgia consumista, es casi la conmoción de una fractura. En Hilos de sangre aparecen unos pájaros que son como el vínculo entre la época de los dinosaurios y la de los primeros mamíferos, algo así somos nosotros, en versión modesta.  Es un tema que no tengo claro. También es cierto que la creencia en una entidad suprahumana que va a salvarte individualmente y preservar tu conciencia, tus recuerdos y tus gustos ha ido de baja. Igual por ahí también se cuela este frenesí por documentar el presente, por conservalo. Bueno, el caso es que en la novela se dan bastantes vueltas a estos asuntos.
Y él quiere tener presente.
¿Quién?
Joan Marc.
Joan Marc, sí.
Además ahora que lo pienso en su época madrileña su mejor amigo, Bicente, ya organiza fiestas vintage, mientras que en aquella Barcelona no existía la nostalgia del pasado.
Eso dice él, sí. En cualquier caso Joan-Marc se resiste a la nostalgia, la ve como una muerte en vida. Toda la excursión narrativa por su pasado es un intento de recuerar a Clara, lo que quiere es tirar hacia delante. ¿Es un barbarismo?
Puede ser. El Word lo arreglará.
¿Estas seguro? No me fío nada, marca en rojo todos los tacos.
En tus novelas me gusta que pongas en cursiva las palabras catalanas que usas, vocablos muy expresivos que potencian el significado de las frases.
Aquí somos bilingües y tolerantes. A diferencia de lo que predican los darwinistas lingüístas de ambos bandos, en Barcelona las dos lenguas conviven, invadiéndose, pero conviven. Hay cosas que se expresan mejor en un idioma que en otro, o palabras que me gustan más en una lengua que en la otra. “Nyclis” es mucho mejor que “Alfeñique”, donde vas a parar. Cuando escribo recurro a la palabra en catalán si me viene a la cabeza en catalán, en francés si me viene en francés. Tampoco son tantas.
Cambio de tercio radicalmente. ¿Eres un autor que piensa mucho la estructura antes de escribir o la decides sobre la marcha?
Descubro la estructura del libro a medida que voy escribiendo. Primero necesito el tono del personaje, cómo habla, cómo piensa. En este caso necesitaba un tejido verbal muy flexible que me permitiese moverse de una idea sutil a una tontería supina en el mismo párrafo. También necesitaba un registro amplio. Una vez di con este tono, cuando más o menos tengo amueblada la mente del personaje, empiezo a buscarle problemas, desarrollo situaciones a ver qué pasa. Y si sigo así varios meses al final empiezo a entender los temas del libro y a vislumbrar una estructura.
Es interesante, porque a partir de los elementos construyes la estructura, no partes de un folio en blanco donde terminas marcando las partes.
Es así. No puedo pensar qué forma tendrá el libro si siquiera sé qué desean o temen los personajes. Alguna idea tengo, claro. En Hilos de sangre, por ejemplo, trabajé mucho los finales de las cinco partes, así que en Divorcio fantaseaba con escribir un libro sin partes, elaborar mucho las transiciones cuando se salta en el tiempo para que fuesen fluidas y poder acelerar el ritmo de estos desplazamientos al final. Entiendo que haya escritores que sean capaces de pensar en una estructura de antemano, pero el resultado, ya me perdonarán, es un poco basto: “en una parte habla Juan y en la otra Pedro”. Para organizar el material necesitas material. Muchos libros nacen muertos porque están al servicio de una disposición demasiado evidente. Los mejores libros tienen una estructura sutil que se va revelando despacio al lector. Hay muchos ejemplos. Y ahora que lo pienso, hay un ejemplo que se ríe de todo lo que llevo dicho: el Ulises, que es un libro programático.
El Ulises son dieciocho novelas en una.
Sí, y también una novela unitaria, muy pensada. La novela es un género tan inconformista que siempre encuentras un ejemplo que te fastidia la teoría.
¿Con Divorcio en el aire cierras el ciclo Joan Marc?
Bueno, su última aparición cronológica es en la quinta parte de Hilos de sangre. Pero sí, creo que hemos terminado.
¿No piensas en él como personaje que articule tu trayectoria narrativa?
No. Me divierte ponerme de parte de un personaje con unas ideas y una procedencia social tan distintas a las mías. Pero también me divertí con Gabriel Montsalvatges el otro personaje masculino relevante del que he escrito en primera persona. Imagino otros caracteres para explorar, pero igual dentro de diez años me apetece echar una ojeada a su vida para ver cómo le ha ido. No está previsto, pero ¿quien sabe?, ¿quién puede saber nada?