lunes, 14 de octubre de 2013

El otoño del comisario Ricciardi, de Maurizio de Giovanni





La cosa se complica, Luigi Alfredo: El otoño del comisario Ricciardi de Maurizio de Giovanni, por Jordi Corominas i Julián

Maurizio de Giovanni, El otoño del comisario Ricciardi, Barcelona, Lumen, 2013
Traducción de Celia Filipetto 

Para los que disfrutamos con novelas que mezclen acción y reflexión insertadas en un contexto bien construido la saga del comisario Ricciardi urdida por Maurizio de Giovanni es oro puro. Durante muchos meses pensé que la cuarta entrega de la serie significaría su final, pero tras leer El otoño del comisario Ricciardi he investigado un poco, descubriendo que en Italia el filón ha generado dos nuevas novelas que perpetúan las varias intrigas de la serie, desde los amoríos de su principal protagonista hasta la lucha contra la obesidad de su lugarteniente Maione.



Esta cuarta entrega sucede entre la última semana de octubre y la primera de noviembre de 1931. Nápoles sigue siendo una ciudad incontrolable que necesita orden porque en breve llegará de visita oficial Benito Mussolini y claro, nada puede fallar. Por ello la presencia de Ricciardi y sus extrañas pesquisas suponen un problema para sus superiores, impacientes por agasajar a los jerarcas fascistas y ganarse su beneplácito, que poco importa al comisario, obsesionado con un defecto de su marca de fábrica consistente en ver la última escena vital de los moribundos y escuchar sus últimas palabras. Esta danza infinita con los fantasmas no se produce un día en que debe acudir a la escalera de Capodimonte, donde han encontrado a un pobre niño muerto del que no oye nada, lo que le hace suponer que tras el hallazgo de su cadáver hay gato encerrado.

Y si Ricciardi lo piensa así es, no les quepa la menor duda. Las pesquisas llevan a un peculiar cura muy amante del dinero que acoge a chavales pedigüeños y les brinda cama y una pequeña educación a cargo de las mujeres que sustentan económicamente su iniciativa. ¿Quién es el muerto? Un tartamudo de siete años  que por las mañanas acompañaba a un ladrón de guante blanco que engañaba a las pobres señoras del vecindario. No se imaginen a un caco elegante. Piensen en la miseria y encontrarán miseria. No hay más.

El difunto siempre iba acompañado por un perro que ahora sigue a Ricciardi, quien con tanta insistencia terminar por molestar a sus jefes, intrigados ante tanta búsqueda de un caso que, en apariencia, no la merece. Además la inminente visita del dictador aconseja cautela, por lo que el barón oculto con grandes dotes detectivescas recibirá un permiso de una semana de vacaciones que cambiará su existencia.
Este descanso obligado hace que converjan muchas situaciones. La viuda Vezzi, bella y adinerada pretendiente del comisario, moverá mas y tierra para conquistar a su pretendiente. Los acontecimientos históricos le darán oportunidades porque ella se encargará de organizar una fiesta donde asistirá la fiesta del Duce, y claro, en ese sentido que un hombre del cuerpo la ayude puede ser de gran ayuda.




Pero ese hombre tiene otros planes amorosos. Su enamorada de la ventana, Enrica, ha dado saltos de alegría con la notita que le ha mandado. La correspondencia entre ambos se incrementa con timidez y un rayo de esperanza asoma en el horizonte de su, hasta ese instante, inexistente relación porque la tata de Ricciardi desea que todo llegue a buen puerto. ¿Lo conseguirá?

La única cosa clara es que nuestro héroe no quiere sus días libres para repanchingarse en el sofá. Ha asumido que nadie le dará cobertura en el asunto del chiquillo muerto, pero él quiere saber la verdad y meter las narices donde nadie le llama. Acudirá al centro religioso, preguntará y será el mayor inquisidor con la ayuda de muchos amigos y de su particular Sancho Panza: Maione hará el trabajo sucio y acudirá a hablar con el travesti nenita para sonsacarle información de los bajos fondos que propicie avanzar en el embrollo, maldito hasta extremos inimaginables.

Como pueden observar la trama se nutre de diversas capas que generan una densidad que nunca pierde ligereza y velocidad. Tras cuatro novelas De Giovanni maneja con garantías las teclas que mueven a sus personajes y es un perfecto capitán del barco, que en esta ocasión acelera y viola, como siempre, la previsibilidad del guión, desbocado en la evolución de los hechos y fulminante en el múltiple desenlace que dejará sin aliento a los seguidores del misterioso napolitano que nunca lleva sombrero y deja que la lluvía empape su ropa y sus pensamientos.

Con El otoño del comisario Ricciardi confirmamos algo que ya auguramos en la primera entrega, en aquel no tan lejano invierno en la ópera: el personaje principal es excepcional, uno de los mejores de los últimos años en su género, brillante por mostrar la dualidad del detective y la del ser humano con muchas sombras que espera ver la luz cuando libere su conciencia de las tinieblas que le atenazan, lúcido por ser la irreverencia que topa con el conformismo de esa época de la historia italiana, inteligente por el defecto que le confiere originalidad y perfecto porque los secundarios proporcionan la energía necesaria para que la maquinaria nunca se agote.

La saga ubicada en la capital campana no tendrá el experimentalismo, extraordinario y vanguardista, del red riding quartet de David Peace, pero es precisa y estimula de modo que sus volúmenes son devorados con suma facilidad hasta querer que la siguiente cita con la ciudad partenopea llegue lo antes posible. Esperemos que no haya quinto malo.

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